miércoles, 13 de noviembre de 2019

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO (LOS MEJORES CLÁSICOS) Pedro Calderón de la Barca

PERFILES DE LA ÉPOCA
El auto sacramental El gran teatro del mundo, escrito por Calderón seguramente entre 1630 y 1635, muy próximo, por tanto, a La vida es sueño, se inscribe, como esta comedia, en lo que podemos considerar la estética barroca dentro del teatro. A esa estética responde la conformación de la arquitectura del texto dramático, su escenografía, su lenguaje y la jerarquización de los personajes, escenas, y acciones. Por ello es imprescindible atender al concepto de “barroco” para comprender con la mayor de las precisiones de qué estamos hablando cuando nos referimos a este auto del dramaturgo madrileño. Desde el punto de vista histórico el período barroco no tiene, como es lógico, unas fechas claramente definidas, pero convencionalmente se suele entender por tal la época que va de la muerte de Felipe II hasta el cambio de dinastía en España con la desaparición de la dinastía austríaca por el fallecimiento de Carlos II y la subsiguiente instauración borbónica en la figura de Felipe V al comienzo del siglo XVIII. Pero esto es una verdad a medias porque el período barroco penetra en la estética literaria todavía bastante avanzado el siglo XVIII en los gustos de muchos poetas e incluso en las preferencias del público teatral, y se puede decir que hasta la prohibición de los autos sacramentales en 1765 con el triunfo de la estética neoclásica y la Ilustración no se puede hablar de la desaparición de la preeminencia barroca. Lo mismo ocurre en la arquitectura y en la pintura, cuya prolongación es evidente hasta bastante entrado en siglo. En otros campos, como la música, se puede decir que su apogeo se produce ya en pleno siglo XVIII, como ocurre en las excelsas figuras de Bach y Hándel en Alemania, Rameau en Francia, Vivaldi y Domenico Scarlatti en Italia (este último pasó los años finales de su vida en la corte española). Por todo ello hay que tener en cuenta estos hechos a la hora de considerar el término “barroco” y sus posibles límites cronológicos.
El Barroco se suele caracterizar en la arquitectura por las formas monumentales en el exterior y por las artes suntuarias en el interior (pinturas, retablos, etc.). En la pintura las composiciones renacentistas verdaderamente escenográficas de Tiziano, Tintoretto y Veronés son la base del desarrollo de los grandes pintores barrocos como Rubens, Rembrandt y Van Dyck en los Países Bajos, Tiépolo en Italia y en España, y en este último país, desde luego, el Greco, Velázquez, Zurbarán, Ribera, Murillo, Valdés Leal y otros, los cuales representan, bajo distintos aspectos, el espíritu del Barroco, desde la voluptuosidad de las formas, el claroscuro, el colorismo, la visión ascética y espiritual, y la idea de un mundo que se debate entre el gozo de la vida y la visión tenebrista de la muerte y sus símbolos religiosos. Se puede decir que en la literatura tenemos todos estos mismos contrastes estéticos e ideológicos. Góngora, Lope de Vega y Quevedo representan todo ello en forma máxima y la herencia que dejan es perceptible en el lenguaje y en la visión del mundo de Calderón de la Barca, tanto en sus dramas, como en sus comedias, sus autos sacramentales y sus entremeses. El llamado despectivamente en su época “culteranismo”, por asimilación consciente con “luteranismo” como sinónimo de herejía, no es sino una forma extrema de la estética gongorina de la que no se iban a liberar ni sus más acerbos críticos. El conceptismo está muy vivo en Quevedo y en Gracián, y no es sino una forma de ingenio en la expresión de las ideas llevado a un límite, que por otra parte no es enteramente nuevo, pues los juegos de ingenio verbal ya estaban muy presentes desde los Cancioneros del siglo XV en España.
Además, el Barroco no nace exactamente de una oposición al Renacimiento, sino como una prolongación del mismo, de sus ideales humanísticos, alumbrados por los caracteres religioso-místicos de esa época en España. Si a esto añadimos las especiales circunstancias históricas del momento tendremos que entender que la situación política y social de la España barroca procede de la peculiar idea imperial de Carlos V, de la herencia que deja a su hijo Felipe II de dimensiones casi inabarcables, y del agotamiento económico y social subsiguiente al mantenimiento, guerras e inseguridad que alejan en el hombre español el sentimiento de equilibrio y optimismo renacentistas. Crisis que se refleja muy bien en la obra cervantina, principalmente en el Quijote, y de la que serán herederos los artistas de la época que estamos viendo. Frente al idealismo renacentista surge el desengaño de la realidad de la que se hace sátira a veces cruel, como sucede en El Buscón de Quevedo o en El diablo cojuelo de Vélez de Guevara. Así, lo satírico y burlesco toma carta de naturaleza incluso en la poesía, donde los temas clásicos son puestos en tela de juicio y se hace burla de ellos por muy serios que pudieran ser (como sucede con las fábulas de Píramo y Tisbe, Hero y Leandro, Apolo y Dafne, Dido y Eneas, Céfalo y Procris, etc.).
La situación histórica no corre paralela al auge de la vida cultural, y el Imperio que consiguió mantener y ampliar incluso Felipe II empieza a dar muestras de resquebrajamiento con Felipe III, Felipe IV (al que todavía denominan el Grande), y de franca decadencia ya con Carlos II. En realidad, frente al gobierno burocrático y personal del Felipe II, surgen en los monarcas que le suceden los validos que tratan de mantener un poder a veces al margen de los débiles reyes a quienes más que asesorar sustituyen en las labores políticas. La corrupción en la atribución de responsabilidades y de cargos, el dispendio de dinero en lujos excesivos por parte de la nobleza y de la corte, el aumento de la pobreza y los conflictos bélicos, en los que es ya raro el triunfo de los ejércitos españoles en Europa, traen como consecuencia el desánimo, la incertidumbre y a la vez la incredulidad de que el papel del país ya no juega en el concierto mundial ni el influjo, ni el poder que tuvo antes. No obstante, las artes florecen por la ayuda de los monarcas y de muchos nobles que ejercen de mecenas y colaboran en el mantenimiento y ayuda de artistas y escritores. Las Academias literarias tienen todavía un papel importante, la Iglesia protege los bienes de la cultura y colabora en el sostén de actos de beneficencia que ayudan a paliar el hambre y la miseria de muchos desgraciados, pese a que en ciertos casos algunas de sus jerarquías se oponen por ejemplo al teatro profano. De la misma manera la corrupción invade el mundo eclesiástico con la relajación de las costumbres, la venta de bulas y otros beneficios espirituales. Ya esto había intentado ser atajado por la Reforma protestante en algunos aspectos que incluso atañían a la ortodoxia, por lo que la llamada Cotrarreforma plasmada en el Concilio de Trento (1542) intentó remediar mediante la plasmación de unos dogmas que evitaran o contrarrestaran la influencia de la herejía y de paso corrigieran los propios vicios de la Iglesia. Esto es lo que constituyó la verdadera Reforma católica a la que se adhirieron los monarcas españoles como paladines de la nueva ortodoxia, y gracias a la influencia de la Iglesia en los púlpitos, en la enseñanza y en la vida cotidiana pudieron sembrar constantemente. Esta influencia se halla en los escritores y artistas del Barroco, en la llamada imaginería, en el cultivo de temas religiosos en el arte (santos, místicos, mártires, vírgenes, escenas de los evangelios y de las Sagradas escrituras en general, que hallamos en todos los pintores españoles mencionados antes, en los escultores y en las grandes catedrales e iglesias barrocas), y en la literatura: temas doctrinales, morales, teológicos, de poesía religiosa profundamente sentida, como en Lope de Vega y Valdivielso, o en el auge del auto sacramental, en el propio Lope, en Tirso y sobre todo en Calderón, que para muchos ha representado y representa en este género no sólo la culminación del arte teatral, sino la más perfecta muestra del barroco doctrinal en el auto como género y fiesta religiosa y popular a la vez.
VIDA Y OBRA DE PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA
La vida de Calderón no es muy pródiga en datos de carácter personal e íntimo, por eso algunos autores (Valbuena Prat, al que han seguido muchos en esta idea) han hablado de “biografía del silencio”. Por el lado de los documentos, no es mucho lo que podemos conocer de la vida íntima de Calderón, aunque, afortunadamente, conservamos un cierto número de textos, como su propio testamento, donde se revelan algunos aspectos de su personalidad; por el otro lado, el de su creación literaria, tenemos acceso al caudal de su pensamiento, a sus ideas filosóficas o religiosas, pero en cuanto a su inclinación o decisión sobre esos mismos asuntos, o sobre cuestiones de opinión, su obra es, a veces, un tanto hermética o equívoca (pues el género teatral con frecuencia no permite asegurar dónde está la visión personal del autor), como puede dejarlo entrever el amplio conjunto de opiniones encontradas que manifiesta la crítica de hoy, al tratar estos asuntos.
Durante su juventud, como veremos, debió de ser, al igual que la mayor parte de los estudiantes contemporáneos, de una no muy estricta formalidad, y también hombre de impulsos fuertes. Es muy posible que todo ello se apaciguase, se corrigiese con la madurez, con lo que tendríamos, por lo menos, un carácter, pero no una uniformidad vital de comportamiento. Su madurez nos lo hace ver como un hombre prudente y sobre todo discreto, cualidades que él mismo resalta en sus obras, y que responden indudablemente al ideal del perfecto cortesano. En su misma obra hay una progresión psicológica y estética que seguramente forma parte de su propia personalidad.
Calderón vivió casi todo el siglo XVII: una experiencia intensa para él, y seguramente llena de elementos trágicos. No era el devenir histórico del país para menos. No obstante, la firme fe en sus convicciones parece haberle servido para sortear con dignidad y sin amargura esa posible huella en sus creaciones artísticas.
Los Calderón de la Barca eran una familia hidalga cuyo solar radicó en el lugar de Viveda, cerca de Santillana (Santander). Pedro era el tercer hijo, y nació el 17 de enero de 1600. Con los cambios de la corte, la familia de Calderón pasó de Valladolid a Madrid. Probablemente empezaría a leer en una escuela de Valladolid, donde se trasladó su familia en 1601. En 1606, vendrían definitivamente con la corte a Madrid. La primera desgracia que acontece al dramaturgo tiene lugar en 1610, al perder a su madre. El hijo mayor, Diego, siguió el oficio de su padre; pero Pedro, según parece, estaba destinado a seguir la carrera eclesiástica.
Hizo Calderón sus estudios en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, de Madrid, según Vera Tassis, antes de los nueve años. Nada más terminar sus estudios en el Colegio Imperial fue enviado por su padre a la Universidad de Alcalá de Henares, probablemente en 1614. Don Diego Calderón, afectado de una rápida dolencia, apenas si tuvo tiempo para hacer su testamento el 18 de noviembre de 1615, falleciendo la noche del 21 del mismo mes. Antes se había vuelto a casar con una dama llamada Juana Freyle Caldera, con la que iban a tener pleitos y problemas con los hijos.
Es indudable que la temprana muerte de la madre y el autoritarismo paterno que se manifiesta en el testamento de éste, tuvieron que ejercer en los hijos un influjo evidente, y más en Pedro, por ser éste un joven de índole reflexiva e introvertida, según parece. La ocultación posterior de su intimidad puede estar en cierta medida relacionada con esto.
Continuó Pedro Calderón sus estudios en Salamanca a primeros de octubre de 1617. En ese mismo mes arrendó con otros estudiantes una casa que administraba el Colegio de San Millán. Él y sus compañeros fueron demandados e invitados a pagar una deuda bajo pena de excomunión el 18 de junio de 1618. Dieron el silencio por respuesta y, acusados de rebeldía, Pedro Calderón y su primo Francisco de Montalvo, quedaron públicamente excomulgados.
Respecto a sus actividades literarias, sabemos que ya en 1619 escribía versos en Salamanca. Y en el año 1620 concurrió a las fiestas que se celebraron en Madrid para la beatificación de san Isidro.
A la vez, sus ímpetus juveniles le hicieron pasar por experiencias violentas. Esos aspectos agresivos de su personalidad tuvieron su primera concreción en un acontecimiento un tanto misterioso. Un criado del duque de Frías (quizá pariente suyo) en el verano de 1621 fue muerto violentamente, de modo que ignoramos, pero de cuya muerte se culpó a los hermanos Calderón, quienes, a causa de este suceso, se refugiaron en casa del embajador de Alemania, donde residieron muchos días. Como, por esta razón, no se los pudo prender, se siguió causa criminal contra ellos, y en 1622 fueron condenados ...

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