miércoles, 13 de noviembre de 2019

"Marianela", Benito Pérez Galdós


Introducción
Es una novela del escritor español Benito Pérez Galdós publicada en 1878, cerrando el conjunto de sus novelas de tesis.
En ella aparecen algunos personajes secundarios que luego serán protagonistas en el ciclo de las novelas españolas contemporáneas.
Es original, extraña y de sabor agridulce, es una de las muchas obras que muestran la grandeza de espíritu del género humano.
Aborda el lamentable abandono de los pobres y desfavorecidos sociales. Encierra una reflexión y una crítica acerba a las consecuencias materiales, educativas y morales de una sociedad muy poco equitativa.
Marianela, la doncella, nada agraciada, inculta y una vagabunda de un pueblo norteño español de mediados del siglo XIX, a la vez inteligente e inocente.
Pablo, ciego de nacimiento cuyo lazarillo es la vagabunda, que se enamora de Marianela, enamorado de su alma, de su ser interior.
El principio de la desgracia de Marianela inicia con la llegada de Teodoro Golfín destinado a devolverle la vista a Pablo, y finaliza con la aparición de la celestialmente hermosa joven Florentina, quien es dulce, primorosa, bondadosa. Ante los ojos de Pablo es Florentina y la Marianela, ambas; la belleza encarnada.
Es el resurgir de Pablo de las tinieblas de su ceguera el triste derrumbe de Marianela.
Nela, encarna a la persona pobre de solemnidad que no tiene dónde caer muerta de hambre. Sólo por caridad la familia Centeno la atiende en sus necesidades mínimas. Esa familia también vive al borde de la necesidad, pero van sorteando el destino.
Las consecuencias de la falta de recursos se reflejan en la carencia de educación, de letras, de una visión amplia de la vida.
Se aferran a creencias y ritos antiguos que, en realidad, propician el inmovilismo social, ideológico y moral.
Galdós es poco maniqueo; aunque fomenta una reflexión matizada y amplia sobre la conducta humana: Los pobres no son mejores que los ricos; simplemente resultan más bárbaros y brutos en sus costumbres, con algunas dosis de violencia incluida. Complementariamente, los ricos no son más egoístas o caprichosos que los pobres: los hermanos Golfín son más bien personas bondadosas, hechas a sí mismas, pues también habían conocido la pobreza cuando fueron niños (cap. X); Sofía, la esposa de Carlos, realiza obras de caridad y muestra sensibilidad a las penalidades de los demás. Y, sin embargo, Nela y Celipín, por ejemplo, podían haber sido personas superiores en todos los órdenes con los recursos adecuados a su alcance. En este sentido, conviene recordar que parte del capítulo IV lo dedica el narrador a una reflexión honda sobre la importancia de la educación y la formación moral en el marco familiar para las personas.
También se desvela la moralina que las apariencias engañan y las consecuencias de esa falsa percepción pueden ser fatales. Cuando Pablo recupera la vista, casi inevitablemente se enamora de su bella y primorosa prima Florentina. Lo bello atrae y lo feo repele, casi por ley natural, parece querer decirnos el narrador. Las protestas de amor idealizado y de fidelidad eterna quedaron, simplemente, en nada; disueltas. ¿Es culpable Pablo por ello? No, simplemente se impuso el sentido común de los jóvenes y de las familias que, evidentemente, fomentan esta relación que preserva el patrimonio familiar.
De tal forma que se presta también a la reflexión sobre la realidad y el deseo, tomando la fórmula del poeta Luis Cernuda. Casi habría que invertir el orden de los dos elementos: los deseos de Pablo se fijan en conocer y amar a Nela; los de sus padres, que cure su ceguera; los de Nela, corresponder a los sentimientos de Pablo; los de Celipín, ser médico; los de Teodoro Golfín, vivir y ejercer su profesión médica con alegría y optimismo... pero la realidad, paradójica y cruel, es que el cumplimiento de los deseos de algunos acarrea indefectiblemente la desgracia de otros.
Cuando Pablo recupera la vista gracias a la destreza médica de Teodoro, Nela comprende que su futuro se oscurece terriblemente. Florentina acude a ayudar a su primo, trata de ayudar a Nela, pero su enamoramiento supone la frustración de las ilusiones de la pobre huérfana. La realidad es de un modo que la felicidad de algunos, en general ricos y favorecidos, acarrea la desgracia de otros, como Nela.
En este sentido, proviene la pregunta, ¿de qué muere Nela? Acaso de rabia, de desesperación, de desengaño de sí misma y del mundo, que la ha maltratado a gusto y gana. Desgraciadamente, su fealdad física pesa más que su belleza moral y su nobleza espiritual. Cuando comprueba esta dura realidad, opta por quitarse de en medio. El narrador pasa factura a esos vecinos que sólo la encontraron bonita cuando ya estaba muerta.
Como muchas veces ocurre en Galdós, el narrador cierra la narración con alguna reflexión personal. En este caso, el carácter irónico del último capítulo raya la brutalidad. Nela, la niña de la que en vida casi ignoraban su nombre, descansa para siempre bajo una “magnífica piedra sepulcral” pagada por Florentina (paradójicamente, la mujer que provocó su desgracia); pero medio año después de muerta, ya nadie se acordaba de ella. Tuvieron que venir unos turistas ingleses a reparar en la hermosa tumba y la fascinante historia que contiene. Fantasean a gusto en sus “Bosquejos de Cantabria”, de ahí que el narrador se aplique a contarnos la verdad de la historia. El influjo cervantino es manifiesto y nos aclara el magisterio de nuestro primer clásico sobre Galdós, con la lección muy bien aprendida.
El narrador asoma al texto aquí y allá, en primera persona del plural, a medio camino entre el mayestático y la maniobra envolvente para captar al lector. Un ejemplo extraído del capítulo IV nos lo aclara muy bien: “En lo interior el edificio servía para probar prácticamente un aforismo que ya conocemos, por haberlo visto enunciado por la misma Marianela; es, a saber, que ella, Marianela, no servía más que de estorbo”. Estamos ante este narrador omnisciente cuando quiere, algo juguetón: objetivo y subjetivo al mismo tiempo, distante y cercano.
Los personajes son de la más pura estirpe galdosiana: auténticos, variados, muy bien dibujados, perfilados rotundamente a través de sus acciones, sus pensamientos, sus sentimientos y su lenguaje. Todos ellos son verosímiles, cercanos, como familiares al lector. En general, parecen lineales o planos, pero su riqueza y hondura radica en su obstinación en ser como son, aunque les cueste trabajo mantener su línea de conducta.
Parte de la intriga de las novelas de Galdós descansa en conocer si los personajes serán capaces de ser fieles a sí mismos cuando cambian las circunstancias. En este caso, todos cambian y, como consecuencia, los efectos negativos acaban en tragedia para Nela.
Esta es una novela rural, del campo, en un lugar llamado Aldeacorba (nótese la ironía del nombre), pero con un ingrediente de la industrialización más salvaje y depredadora. Parece que Galdós tiene interés en recoger lo peor de ambos mundos. Se desprende una mirada escéptica y pesimista sobre el rumbo del mundo y de las personas, tal vez algo atenuado por el hecho de que Pablo, co-protagonista, recupera la vista y encuentra el amor con su prima Florentina.
La duración de la acción narrada no se extiende mucho. Semanas, tal vez algunos meses, pero nada más: la llegada del doctor Golfín a Aldeacorba, preparativos de la operación de Pablo, éxito de la misma y muerte de Marianela. El epílogo final, seis meses después, sirve para enfatizar el sarcasmo del destino de Nela: olvidada, rescatada imaginariamente por los turistas ingleses y traída a nosotros por el narrador.
El estilo galdosiano es asombrosamente plástico y vivaz: describe como dibujando, narra como si viéramos una película, hace que los personajes dialoguen como si nadie los escuchara, con toda la naturalidad del mundo. Es, pues, un estilo expresivo, contenido y con pinceladas de poeticidad aquí y allá.
Su dominio del lenguaje ha sido alabado, y con razón. La exactitud y precisión de las descripciones, el fondo de verdad que late en sus obras, producto de una concienzuda documentación previa; y la propiedad de sus diálogos son características que potencian la eficacia artística.
No en vano, Galdós es uno de los grandes novelistas de la literatura española: a través de sus obras conocemos la historia oculta, íntima y humilde de las personas normales (es la “intrahistoria” de Unamuno, pero medio siglo antes); tan verdadera y conmovedora como una fotografía de época.
“Rara vez os acercáis a un pobre para saber de su misma boca la causa de su miseria... ni para observar qué clase de miseria le aqueja, pues hay algunas tan extraordinarias, que no se alivian con la fácil limosna del ochavo... ni tampoco con el mendrugo de pan....”
"Marianela",
Benito Pérez Galdós.
(1843-1920)
Novelista, dramaturgo, cronista y político español.

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