lunes, 23 de diciembre de 2019

Día de la flor Nacional

La flor del ceibo - también denominada seibo, seíbo o bucaré - fue declarada flor nacional por decreto del Poder Ejecutivo Nacional el 23 de Diciembre del año 1942, como resultado de una encuesta realizada por un diario, de la que participaron unas 20.000 personas.
El ceibo es un árbol originario de América. Se lo encuentra en Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. Crece en las riberas del Paraná y del Río de la Plata, pero también cerca de cursos de agua, lagos y zonas pantanosas.
Sus flores son grandes y de un rojo carmín - científicamente denominadas Erythrina crista-galli (“roja cresta de gallo”), utilizada para teñir telas. Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se utiliza para fabricar algunos artículos de peso reducido. Sus raíces son sólidas y se afirman al suelo contrarrestando la erosión que provocan las aguas.
El decreto 138474 resalta como motivos de la elección:
Que su flor ha sido evocada en leyendas aborígenes y cantada por poetas, sirviendo también de motivo para trozos musicales que han enriquecido nuestro folklore.
Que su color figura entre los que ostenta nuestro escudo, expresión de argentinidad y emblema de nuestra patria.
Su extraordinaria resistencia al medio y su fácil multiplicación han contribuido a la formación geológica del delta mesopotámico, orgullo del país y admiración del mundo.
Que no existe en la República una flor que encierre características botánicas, fitogeográficas, artísticas o históricas que hayan merecido la unanimidad de las opiniones para asignarle jerarquía de flor nacional.

La leyenda de nuestra flor
Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños.
Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad. Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado.
Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro. Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

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