Es una de las pocas zonas de la Ciudad Condal que aún permite perderse entre antiguas y desordenadas callejuelas. Un entramado de historia, terrazas con encanto, arte callejero... y hadas
Del corazón de Plaza Catalunya salen dos arterias que bombean turistas sin descanso. Las Ramblas, donde comprar souvenirs e ir con el bolso sujeto, y la Avenida del Portal de l'Angel, una coqueta vía comercial que muere en el Real Círculo Artístico de Barcelona. El edificio, coronado a media altura por una terraza con guirnaldas de luces entre los árboles, da una idea de lo que poco más adelante esconde la Ciudad Condal. Un Barrio Gótico, piedra ennegrecida y callejuelas estrechas, que invita a perderse y esconde rincones de cuento.
Enmarcado entre el ordenado Eixample y la transitada playa de la Barceloneta, el Barrio Gótico es una de las pocas zonas de la capital que no se ha sometido a la organización milimétrica de la escuadra y el cartabón. Su título ha sido puesto en duda, pues no pocas estructuras que se venden como 'góticas' fueron en realidad levantadas entre los siglos XIX y XX. La misma Catedral de Barcelona, centro neurálgico del callejero y principal competidora de la vanguardista de Gaudí, se lavó la cara entre 1882 y 1913 para darle un aspecto acorde al estilo que vendía el barrio.
La catedral hace las veces de frontera, grandiosa en la Plaza Nova, donde los artistas callejeros dan la bienvenida al lado más romántico de la ciudad. Un grupo de breakdancers -«de repercusión mundial», presumen- dan unas cuantas vueltas sobre sí mismos y abandonan el lugar despavoridos, ahuyentados por un Guardia Urbana. En la fachada principal, junto a las escaleras, dos jóvenes de barba y moño, pintan el aire de folk. Antes, en la esquina que da al flanco derecho de la catedral, un joven toca un piano acompañado por un anciano a la trompeta que permanece impasible en una silla. Detrás de ellos, en la callejuela que se anuncia como el Carrer del Bisbe, un nutrido grupito canta a capella temas en catalán y de Broadway. Vaya acostumbrándose, la música en las calles uno de los grandes atractivos de la capital catalana.
Precisamente, el Carrer del Bisbe fue la vía más transitada en época romana y contiene el elemento más fotografiado de todo el Barrio Gótico: al estilo del Puente de los Suspiros, pero con 300 años menos que el veneciano, se alza el Pont del Bisbe (o del Obispo, para entendernos). A su sombra recalan todos los turistas gracias a las leyendas urbanas que lo rodean. Si se detiene justo debajo, busque la calavera, pero de reojo; si la mira tres veces morirá, o eso dicen. También que si lo cruza de espaldas y luego mira al cráneo, se le concederá un deseo. Otros, en cambio, creen que si se retira la daga que atraviesa la figura, todo Barcelona se derrumbará. Elija la leyenda al gusto.
También aquí se encuentra el acceso al silencioso claustro de la catedral, donde toman el solillo trece ocas blancas en honor a los trece años con los que Santa Eulalia fue ejecutada (la basílica está dedicada a ella). La entrada, de 7 euros, le dará acceso al edificio y a las terrazas, desde donde se consiguen unas maravillosas vistas de la ciudad, la playa, el teleférico y Montjuïc. Merece la pena detenerse en la barandilla unos minutos, amén del viento.
Si continúa en línea recta por la vía del Obispo, llegará el Ayuntamiento y la Generalitat. Si, en cambio, se detiene antes del puente, en la Plaza de Garriga i Bachs, y toma la primera callejuela, desembocará en la pequeña Plaza de Sant Felip Neri, empedrada y quieta, solo interrumpida por el fluir de una fuente de agua cristalina y azulejos blanquinegros. No tiene la ostentación de la Plaza Nova, pero es un rincón con encanto e historia. La iglesia que le da nombre ha quedado marcada por la metralla de la Guerra Civil; aquí se dirigía Gaudí cuando falleció, atropellado por un tranvía; fue la elegida por la banda estadounidense Evanescence para su vídeo 'My Immortal' -los visitantes se detienen en una esquina para entrar en Youtube y hacer la comparativa-; y durante la visita de quien escribe estas líneas sirvió de escenario para que un conjunto de chelo, arpa, flauta y voz rodase su último vídeo. Unas mesas de madera y blancos manteles conforman la coqueta terraza del restaurante Neri y los árboles pelados que ahora se alzan entre las piedras del suelo las cubren de sombra en primavera.
De vuelta, si rodea la catedral dará con la impresionante Plaza del Rey, donde se levanta el Palacio Real Mayor. Es posible visitar alguna de sus estancias -los amplios Salón del Tinell y la capilla palatina de Santa Ágata, ambos del siglo XIV- y allí también queda la entrada al Museo de Historia de Barcelona. Allí acceda al subsuelo y pasee por las calles de la Barcelona de los romanos: una tintorería del siglo II d.C. o los primeros vestigios de las comunidades romanas. En la calle, una cristalera le ofrece un avance de lo que se esconde más abajo; justo al lado, la terraza salpicada de sombrillas de L'Antiquari, que presume de sus mojitos.
En la misma plaza, los Archivos de la Corona de Aragón, que merece la pena visitar aunque sea solo por la paz de sus patios y corredores. Pared con pared se levanta el Museu Frederic Marès, que además de una enorme colección de objetos medievales acoge el Cafe d'estiu, un encantador oasis en medio del barrio, con fuente, terraza y buganvillas entre columnas y arcos de piedra. Como tomar un café en un castillo, a la vista las torres de la catedral. A las puertas del museo-café, un modesto tenor arranca aplausos a los viandantes.
También a las espaldas de la catedral, se esconde el Carrer del Paradís. Si no tiene tiempo de visitar los pasadizos del Museo Histórico, siempre puede ver aquí las sorprendentes ruinas romanas que se han fundido con las casas. En el patio interior del Centro del Excursionista sobreviven al paso del tiempo cuatro columnas de nueve metros de alto que sostuvieron el Templo de Augusto, lo que en su día fue un santuario de 37 metros de largo y 17 de ancho. El resto, ocuparon las estancias de las casas que lo rodearon y que se fueron construyendo sobre su base, sin llegar a derruirlo del todo. Levantado en el siglo I en lo que entonces era una colonia llamada Barcino, está declarado Bien de Interés Cultural y Patrimonio histórico.
Finiquitada la calle del Paraíso, dejando ya atrás la Catedral, la gente se pasea con helados. Vienen Gelaaati di Marco (así, con todas sus 'as'), la segunda heladería de mayor prestigio de Barcelona, según la web de viajeros TripAdvisor. Se entiende, cuando se cuenta con un mostrador con casi cincuenta opciones. Los hay sin gluten, sin lactosa, para veganos Sírvase y pasee hasta la Plaza Sant Jaume, la del Ayuntamiento y la Generalitat, que se abre a su lado, y enlace plazoletas: la de Sant Miguel, con una extraña figura en forma de alambre y en honor a los Castellers; la de George Orwell, pequeña y salpicada de columpios y árboles; y la más suntuosa de todas, la Plaza Real, neoclasicista, plagada de palmeras y arcadas. Descanse y disfrute del sol mediterráneo.
A una lado de la plaza discurren las Ramblas de Barcelona, ahora sin la sombra de sus árboles, pero aún bien transitada. Si desciende por su cauce hasta el Pasaje de la Banca, a la izquierda, antes de que la vía muera en el mar, llegará hasta el Museo de Cera de la ciudad. No es tanto este rincón el que nos interesa, sino otro lleno de magia que se esconde tras una tienda en una esquina. El escaparate está lleno de graciosas figuras de papel, y al fondo se abre una puerta. Es el Bosc de les Fades, un bar conformado por paredes de enredaderas y techos de ramas y faroles, un auténtico bosque en medio de la ciudad. El lugar está en penumbra, pero si investiga un poco dará con las ninfas, busque sino por el riachuelo. Tómese algo a su salud y espere a que lleguen las tormentas. Hasta ahí se puede leer.
Para terminar el ciudad, ascienda a las alturas. Sáltese la norma y salga del Barrio Gótico, hasta el Carmel, un barrio humilde pasado el Parque Güell. Allí aguanta un búnker cuya posición estratégica otorga una panorámica inigualable. Vaya al atardecer y espere. El torrente de Barcelona iluminado.
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