Albert Camus es el escritor esencialmente humano. Ha sido capaz de resucitar su alma a la esperanza viviendo entre guerras: las primeras guerras industriales donde la vida pierde sentido por la escala de la muerte; las guerras del pensamiento viboreadas por la intolerancia y los huevos de serpiente; las guerras de la subsistencia en una infancia de hambre y postergaciones; la guerra interna y personal de soportar el éxito y la elevación, acariciando el cielo más alto de la literatura habiendo pasado por tanto. Tal vez ninguna de esas batallas lo postula como más claro triunfante que la batalla contra la desesperanza. Inevitable recordar en este instante la reflexión de Richard Rorty sobre Hegel: “Hegel nos ayudó a comenzar a sustituir el conocimiento por la esperanza”. Diría sin miedo que Albert Camus encarnó el heroismo de la esperanza. “El Primer Hombre”, libro que se considera su autobiografía póstuma no declarada, le pone evidencia vívida. “El Verano”, austera colección de ensayos editada en 1954, es el libro más delicioso y exquitamente feliz del argelino. Este Humphrey Bogart de la literatura hace de la vida una angustia seductora y sensual, una “regia felicidad” que amenaza y pierde para el mayor de los contentos.
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El poema que sigue lo escribí una noche muy fría de invierno en que paradójicamente me encontraba a mí misma leyendo “El Verano”. Cuando lo advertí escribí las líneas que siguen en una de las solapas.
Leyendo El Verano
En la primera noche fría de este invierno
leo El Verano de Albert Camus.
Será convocar al fuego en el que
se convierten dos leños abrazados.
Hay otros fríos que se escapan
ahora mismo del olvido
con la memoria desarropada.
Esos fríos que se recuerdan al tiritar
y que son penas heladas, sin sol.
A veces se grita en silencio,
con menos destino que este viento
de cuchillos que se hace escuchar.
Escucho el pan crujiente en la mesa
contigua
y los pasos de quienes
no caminan por la calle.
Miro, como alguien que mendiga,
la llama frágil que tiembla en la mesa.
El fuego también tiembla. Tiemblo.
Leo.
Alguien cambia la vela que no vi
apagarse.
Hay fuego nuevo.
leo El Verano de Albert Camus.
Será convocar al fuego en el que
se convierten dos leños abrazados.
Hay otros fríos que se escapan
ahora mismo del olvido
con la memoria desarropada.
Esos fríos que se recuerdan al tiritar
y que son penas heladas, sin sol.
A veces se grita en silencio,
con menos destino que este viento
de cuchillos que se hace escuchar.
Escucho el pan crujiente en la mesa
contigua
y los pasos de quienes
no caminan por la calle.
Miro, como alguien que mendiga,
la llama frágil que tiembla en la mesa.
El fuego también tiembla. Tiemblo.
Leo.
Alguien cambia la vela que no vi
apagarse.
Hay fuego nuevo.
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El poema es en sí mismo una convocatoria al fuego. Su conexión con el libro lleva directamente a las líneas redentoras del ensayo titulado “Prometeo en los infiernos”. “Tenemos que volver a inventar el fuego”, propone Camus, para quien Prometeo, “ese rebelde que se levanta contra los dioses es el modelo del hombre contemporáneo”. Pero la acción revolucionaria de inventar el fuego, con su genética prehistórica, con su invocación al principio, con su retorno al amanecer de la historia, remite a cada comienzo, a cada re-aprendizaje, a cada intento por revivir. “¿Me rindo acaso ante el tiempo voraz, ante los árboles desnudos, ante el invierno de este mundo?” : no rendirse ante el invierno es la oferta austera del poema, no rendirse ante el invierno del mundo, es la convocatoria del escritor. De lo simple a lo universal como en las tragedias aristotélicas el mundo puede resumirse en una vida o en una llama encendida. “Los mitos no tienen vida por sí mismos. Esperan que los encarnemos nosotros. En cuanto un solo hombre responde a su llamada, nos ofrecen su savia intacta.” Las palabras de Camus son casi un soplido del espíritu humano, voluntarioso y esperanzado. No contiene la fuerza propulsora de la divinidad, ni el poder de los misterios bíblicos, pero invoca la gesta humana, esforzada pero posible. Camus convence. Cada hombre puede ganarle al invierno, cada hombre puede reinventar el fuego. Cada hombre puede vivir sólo para el verano de sus tiempos y del tiempo. “En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible”
El Verano / Albert Camus / Alianza Editorial, 1996 – Editions Gallimard 1954
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