lunes, 13 de enero de 2020

Split, la ciudad donde empaparse del hedonismo croata

Alegre, soleada y rendida a los placeres de la vida, esta joya de la costa dálmata que fue el capricho del emperador Diocleciano es pura esencia mediterránea. A sus rincones trufados de historia y sus calas flanqueadas de pinos, se une un animado panorama de terrazas y tabernas, encajado entre las montañas y el Adriático.

De la confluencia de una costa accidentada con unas aguas de color zafiro, de unos imponentes vestigios romanos con huellas renacentistas, de un pasado solemne con el latir de nuestros días, nació esta ciudad llamada a convertirse en una de las más bellas del Mediterráneo. Split, la segunda metrópoli de Croacia, es ese lugar donde la piedra cuenta miles de historias, el aire huele a higueras y pinos, y en la mesa, el paladar se contenta con auténticas delicias marineras.
Pero además Split es un palacio convertido en ciudad. Literalmente. Es el palacio de Diocleciano, el emperador romano que protagonizó las más sangrientas campañas contra los cristianos –cuentan que incluso ordenó el asesinato de su mujer y de su hija por convertirse a esta religión- y que, próximo a morir, llevó a cabo su gran deseo: la construcción de una majestuosa villa para su retiro.   

Así, entre los años 295 y 305 d. C., se levantó un palacio para el que no se escatimaron gastos: se importó mármol de Italia y Grecia, madera del Líbano, piedra de la isla de Brac, se trajeron columnas y esfinges egipcias y se emplearon a fondo más de diez mil esclavos. El resultado fue una obra descomunal (nada menos que 30.000 m2 de edificio y tres hectáreas de superficie) que, en su día, acariciaba el mar y quedaba protegida por cuatro murallas y cuatro puertas.
UN MONUMENTO VIVO
Lo más sorprendente de todo es que, con el tiempo, la ciudad fue inmiscuyéndose en el palacio –o viceversa- y se fueron adosando viviendas y los sucesivos habitantes fueron incorporando todo tipo de elementos nuevos. Y esto, que a priori podría parecer un crimen, es lo mejor que le pudo pasar a este capricho de Diocleciano para no quedar reducido a un mero monumento. Hoy es el único palacio romano lleno de actividad, en el que la gente entra y sale por su interior laberíntico, y donde hay tiendas, restaurantes y movimiento continuo. Donde hay vida, en definitiva, con el privilegio de que tomarse un simple café es un acto que se enmarca en paredes milenarias. 
Catedral de Split

Así sucede, por ejemplo, en el Peristilo –donde antaño se recibía a las delegaciones– ocupado hoy por el bohemio café Luxor (lvxor.hr/en) con sus cojines rojos sobre la escalera: en la noche hay música en directo iluminada por velas. Al lado, paradojas de la historia, el famoso mausoleo con la tumba de este emperador implacable contra el cristianismo fue decretado catedral de Split. Dicen que se trata de la catedral más pequeña del mundo.
EL MÁS PURO DISFRUTE
Puerto de Split

Más allá de intramuros, el trasiego continúa en los dos mercados que flanquean las murallas -de verduras y de pescado- o a lo largo de La Riva, el bullicioso paseo marítimo de corte moderno y cosmopolita, donde dejarse ver en las terrazas de moda. Y también entre las callejuelas de piedra que se esconden a su espalda, en las que admirar el rastro de la dominación veneciana (fachadas renacentistas, colores pastel…) y, ya de paso, detenerse a tomar un aperitivo en locales tan cool como Bokeria (Domaldova ul. 8) o La Bodega (labodega.hr).
Y es que en Split nada resulta más gratificante que hacer lo que los propios locales, es decir, disfrutar de la vida, del buen clima, del carácter abierto de sus gentes, de la excelencia de sus vinos y de una gastronomía que es todo un festín de productos frescos de la tierra y del mar. Para comprobarlo, hay dos restaurantes maravillosos: Fife (Trumbićeva obala, 11) y Sperun (Šperun ul, 3).
PAZ Y AIRE PURO
Pero no olvidemos que esta joya dálmata también presume de escenario natural, de una ubicación privilegiada. La ciudad se eleva sobre una península coronada en un extremo por el boscoso monte Marjan, bajo el cual se esconden, yuxtaponiendo el azul del mar al verde de la vegetación, las mejores playas de la zona.
Escapar del asfalto para plantarse en el verdadero pulmón implica caminar apenas unos quince minutos siguiendo la línea del puerto. Allí, a los pies de una colina y con unas vistas espléndidas al mar, hay una visita imprescindible: la Galería Ivan Mestrovic (mestrovic.hr/en/mestrovic-gallery), el afamado escultor modernista de origen croata. Bellísimas piezas en mármol, piedra, madera y bronce, desperdigadas por el jardín o al abrigo de un edificio que es en sí mismo una obra de arte. 
Split, punto de partida ideal para explorar el puzle de islas de este país balcánico, también goza de sus propias playas, con las que logra durante todo el año un aura de despreocupación veraniega. La más popular es Bacvice, en la ensenada urbana, limpia y recoleta. Pero merece la pena caminar hacia el oeste para encontrarse con la cala Kasjuni. Allí, cóctel en mano, aguarda un atardecer de escándalo desde las lujosas tumbonas del Joe’s Beach Lounge & Bar (Šetalište Ivana Meštrovića 45). El Adriático, en tonos púrpura, nunca se vio tan bonito. 

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