En cada mujer vive un secreto. Algo tan grande como su mundo. Tan íntimo como sus senos. Tan valioso como su vientre o el tiempo.
Y algunas llevan ese secreto aferrado al pecho; y se visten de él como capa o coraza, como sonrisa, como tristeza o melancolía.
Y si te fijas bien, si le prestas atención, puedes ver su secreto viviendo en las pausas de sus ojos. En el idioma en que sus manos hablan con el aire. En la rebeldía en que su pelo desafía al viento.
Y ese secreto está forjado de lo que hicieron, lo que quisieron, lo que amaron, lo que fue, lo que nunca fue, y por sobre todo, de lo perdido.
Y en la inmensidad de ese secreto, vive, convive y sobrevive una mujer. Esa que afronta la lluvia, la que arremete contra el viento, la que defiende, la que atesora, la madre que habita en todas.
En cada mujer vive un secreto, algo que emana en su luz, algo que anida en su sombra, algo que muere en palabras, más allá de su boca.
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