Desde Francia
Llegué a contactar a la madre de Copi por casualidad. En un bar de París le comenté a una chica argentino-mexicana que estaba trabajando sobre la vida de Copi y ella dio un salto de sorpresa: su madre había albergado en México a Juan Damonte, hermano de Copi, autor de la novela policial Chau papá. De ahí empezaron las conexiones que me llevaron a la habitación del geriátrico en Tolouse. Tenía miedo de molestar, llevaba el dulce de batata y los alfajores que me había aconsejado llevar Jaime Botana, el primo de Copi y último eslabón de la cadena. El geriátrico está en Lautrec, último pueblito cerca de Tolouse. Fui con mi novia, que es colombiana, al escuchar su tonada China exclamó: “¡Colombiana! Yo soy pariente de Simón Bolivar.” Es cierto, por rama paterna es descendiente del libertador. La madre de Copi está muy bien, elegante y de buen humor, camina despacio con el mismo bastón que usó su hijo en los últimos años.
China Botana forma parte de una familia central para la historia reciente argentina. Su padre fue Natalio Botana, el mítico fundador de Crítica; su madre, Salvadora Onrubia, fue una de las primeras feministas del país; su esposo fue uno de los impulsores de Frondizi, además fue un periodista destacado.
Tiene la habitación llena de libros en inglés, francés y español, sobre todo novelas policiales. Tiene además un estante completo de libros escritos por y sobre sus familiares, pero el estante sólo no alcanza y también hay sobre la mesa de luz y el escritorio. Entre ellos Copi, de César Aira; Salvadora, dueña del diario Crítica, de Josefina Delgado; y El tábano, de Alvaro Abós.
Por las ventanas se ven unas colinas negras, que China llama “El lomo de la ballena”, y un molino de viento. El pueblo es muy tranquilo y (cosa curiosa en este país con excelente sistema de transporte) bastante inaccesible.
En el muro frente a la ventana hay un dibujo de Copi: es una mujer sentada de espaldas fumando (según China un retrato de “la vieja”, es decir, de Salvadora); es uno de esos dibujos que Copi vendía en el Pont des Arts en los ’60. En otro muro tiene un cuadro de su hijo menor, Federico (que hoy es profesor de Literatura en Londres) y en otro un cuadro con fotos: sus cuatro hijos, su madre, su padre.
Además, el cuarto está decorado con unas figuras que Copi diseñó para la ciudad de París: unos perros de cartón hechos al estilo minimalista que le era propio.
Se lleva bien con sus compañeros, sobre todo con una señora española alta, que anda todo el día envuelta en un camisón rojo. La señala, la describe, pero enseguida nos advierte: “Ni la saluden, si no, va a venir a darnos lata”.
En su coqueta habitación del geriátrico, China conserva dos fotos: en una está ella con su hijo menor o con uno de sus nietos, no recuerda bien.
En la otra, un recorte de diario presenta a bebé Copi en brazos de Salvadora, la abuela amada.
¿Lee los libros sobre su familia?
–Los empiezo, pero no los puedo terminar. Me dan unas rabietas terribles porque dicen cualquier cosa. Los que sí leo son los de mis chicos. Me acaban de llegar dos traducciones de Chau papá, el libro de Plindy (Juan Damonte Botana, el hermano menor de Copi), en francés y en italiano. Cada vez se están haciendo más reediciones de ese libro. Y con Copi es fantástico lo que está pasando. Los otros días recibí La ciudad de las ratas en español, de Copi.
¿Le parece una buena idea haber traducido ese libro al argentino más que al español neutro, como suele hacerse?
–Sí, quizá si Copi la hubiera escrito en español, la habría escrito así, no sé, pero sonaría raro en español de España. Me parece que es la única manera de que conserve la espontaneidad que tiene en francés.
¿Qué le parece este resurgimiento de la obra de Copi en la Argentina?
–Me pone muy contenta, veo que hay cada vez más obras suyas que se presentan, cada vez más traducciones y más estudios sobre él. Pero no creo que le hubiera interesado mucho. No se sentía un autor argentino. No tomaba mate, ni escuchaba tango, ni le interesaba volver a la Argentina. Además vivió toda su vida acá. Tampoco se sentía francés, no le importaban esas cosas.
¿Qué estuvo primero, el Copi dibujante, el escritor o el dramaturgo?
–Lo primero que le di fue un lápiz. Copi dibujó toda la vida, eso fue lo primero. Creo que tenía dos años, estábamos en Córdoba y él decía “pipi, pipi”; yo creí que quería hacer pis, pero era que estaba dibujando los pichones que estaban sobre la ventana. Ese fue el primer dibujo y nunca dejó, era lo que más le gustaba. Después hacía obritas de teatro con sus hermanos y escribir vino un poco después, pero nunca dijo “quiero ser escritor”; en nuestra familia era normal escribir, su padre escribía, su tío escribía, su abuela escribía. Estaba rodeado de escritores, así que fue normal para él escribir.
China visitó a Copi varias veces en París, pero se quedó definitivamente cuando se enteró de que su hijo estaba enfermo de sida. Por un tiempo vivió en un departamento al lado del de su hijo, hasta que se mudaron juntos. Cuando habla de la muerte de “Copito de Nieve” (seudónimo elegido por la abuela materna, según ella confirma), no parece triste. Solamente dice: “Yo le sostuve la mano hasta que se fue enfriando, enfriando”. Después, cambia de tema.
¿Usted leyó la que se considera la primera obra de teatro de Copi que se ha perdido, Señor Poder?
–Sí, pero era muy chico. Tenía trece o catorce años, no recuerdo, pero me parece que quizá la publicó en alguna editorial chica. Era una especie de Eva Perón, pero el protagonista era un hombre, una sátira de Perón, del que habíamos escapado a Montevideo.
¿En qué momento Copi decidió viajar a París?
–Bueno, es que él había vivido ya aquí. Dijo que quería estudiar teatro, y después se quedó.
¿Le sorprendió que Copi eligiera escribir en francés?
–No, siempre fue así. Escribía en las dos lenguas al principio, pero como estábamos todo el tiempo yendo y viniendo como gitanos, era normal que escribiera en otra lengua.
¿Se conserva alguna obra suya escrita en español?
–No, yo no conservo nada, salvo las pocas fotos que podés ver. Perdí dos valijas llenas de fotos y cartas en una mudanza, una lástima.
¿Cuáles eran los autores preferidos de Copi?
–De grande, desde que llegó a Francia, casi no leía, ni siquiera iba al teatro, ni al cine. Era como si ya lo hubiera visto y leído todo de chico. De chico sí leían mucho los tres; a Copi le encantaba el teatro, tuvo una época de fan de García Lorca. En Montevideo teníamos una biblioteca preciosa que había llegado desde Buenos Aires y su papá les hacía leer mucho.
¿Es cierto que su abuela Salvadora Onrubia lo inició en el teatro?
–Sí, pero no tanto como se dice. Salvadora no era la única en la familia que escribía, Copi estaba rodeado de escritores. Salvadora lo adoraba y también el viejo, pero murió poco después del nacimiento de Copi. Ahí tengo una foto de los tres (señala un artículo sobre el escritorio en el que aparece Helvio Botana sosteniendo a Copi), no sé de dónde la habrán sacado, debe ser la única en la que salen juntos.
¿Cómo fueron los últimos años de Copi?
–Yo vine a vivir a París para ocuparme de él. Nunca hablamos de la enfermedad; él no le escapaba al tema, pero tampoco lo buscaba. En esa época había bastante miedo con esta enfermedad, no era como ahora. Copi se reía, solía contar anécdotas sobre eso. Por ejemplo, un día que una enfermera lo miró y le dijo: “Señor Copi... ¡usted todavía vivo!”. De hecho, varios de sus amigos murieron muy rápido, él duró bastante.
Usted tradujo Una visita inoportuna, la obra en la que Copi pone en escena su enfermedad. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Sí, fue un encargo que me hicieron. Las veces que he debido ganarme la vida ha sido traduciendo. Copi escribió Una visita inoportuna riéndose, para mí no fue un trabajo triste esa traducción. Me gusta que tampoco sus amigos ni los periodistas hayan dramatizado su enfermedad.
También se ha hecho una pieza de teatro en Buenos Aires sobre su padre.
–No sé nada de esa obra. El viejo se hubiera reído, yo no sé ni quién la hizo, ni cómo. Pero el hecho de que se haga una obra sobre su vida muestra que el país atraviesa un período de libertad que él mismo no pudo disfrutar. Cada vez que venía un militar nos teníamos que ir, y cuando menos nos lo esperábamos pusieron una bomba en su auto. Su ayudante revisaba siempre todo, pero esa vez lo agarraron en el auto de un amigo.
La quinta de Don Torcuato ha sido noticia últimamente.
–Sí, me he enterado, sobre todo por el Siqueiros. De todas maneras, hace mucho que la vendimos. El Siqueiros no estaba inventariado, así que ni siquiera lo cobramos. Nuestra familia pasó de la riqueza a la miseria muchas veces. Fuimos perseguidos y celebrados. Por suerte ahora estoy tranquila.
Suelta una risa que muestra que está bien tranquila, y nos despide con un “gracias por admirar a mi nene”.
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1666-2010-10-18.html
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