Cuando puso los ojos en el mundo,
dijo mi padre:
"Vamos a dar una vuelta por el pueblo".
El pueblo eran las casas,
los árboles, la ropa tendida,
hombres y mujeres cantando
y a ratos peleándose entre sí.
Cuántas veces miré las estrellas.
Cuántas veces, temiendo su atracción inhumana,
esperé flotar solitario en los espacios
mientras abajo Cuba perpetuaba su azul,
donde la muerte se detiene.
Entonces olía las rosas,
o en la retreta, la voz desafinada
del cantante me sumía en delicias celestiales.
Nunca los dejaré —decía en voz baja—;
aunque me claven en la cruz,
nunca los dejaré.
Aunque me escupan,
me quedaré entre el pueblo.
Y gritaré con ese amor que puede
gritar su nombre hacia los cuatro vientos,
lo que el pueblo dice en cada instante:
“Me están matando, pero estoy gozando”.
"Nunca los dejaré", Virgilio Piñera
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