Creemos que tenemos que sanar, como si eso fuera una meta y no hacerlo un impedimento para vivir.
Creemos que tenemos que cerrar la herida como si nunca pudiéramos llegar a un lugar cálido con la cicatriz a medias.
Creemos que es obligación cerrar duelos como si no hubiera ausencias que se quedan para siempre y aún así somos presencia.
Confundimos lo que significa ir para adentro a encontrarnos, con quedarnos ahí sin saber vincularnos sanamente con otros, porque es más fácil que abrir el alma y arriesgarse a volar un poco.
Y yo camino, vivo, intento y creo que podemos correr contra el viento aunque haya cosas que no podamos destrabar del todo.
Yo caminé con heridas que sangraban y sin miedo a abrirlas más por arriesgar a lo incierto.
Yo caminé con fantasmas que por años no me dejaron de asustar y aún así, apagué la luz para buscar estrellas.
Atravesé duelos tan largos como diez inviernos y aún así pude llenarme los ojos de primaveras.
A veces nos hacen creer que la sanación es una meta, un trofeo, el último escalón de la iluminación.
Me pregunto, ¿acaso no es sanar saber reír en la tormenta?
Para mí, la sanación es el camino.
Me asusta el concepto de que todo en la vida se trate de lograr algo.
Se cumplen sueños en el intento de vivir, todo el tiempo, en un día donde la risa se apodera del tiempo.
Se cumplen sueños en un abrazo, en una canción, en las palabras de un amigo.
Se sana cumpliendo sueños, todo el tiempo, toda la vida.
Aunque no todo tenga respuestas.
Aunque haya heridas que a veces vuelven a abrirse un poco.
Aunque haya perdidas que hagan hueco para siempre. No compro una fórmula de un alta para las tristezas de la vida.
Para mí sanar es hacerle honor a la vida, es levantar como bandera la esperanza.
Para mí sanar es seguir amando en el medio de la guerra.
Sanar es el camino, es saber ir para adentro, abrazarse, perdonarse pero también saber salir a jugar con los demás a la rayuela, es poder irnos a dormir cada noche pudiendo contarnos un cuento sobre nuestras batallas ganadas y todo el amor que dimos y nos dimos, aún con heridas y desaciertos.
Cada cual sana en el lugar en que decide poner el cielo en su propia rayuela, con sus propias tizas de colores y con la cantidad de saltos que quiera.
Cin Wololo
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