Simone de Beauvoir es bien conocida por su ensayo El segundo sexo, una obra canónica del feminismo que analiza las causas de la histórica relegación de la mujer. Pero la escritora y filósofa francesa es autora también de interesantes novelas y relatos en los que explora los comportamientos sociales, sentimentales e intelectuales de su tiempo, prestando especial atención a la perspectiva femenina.
Tal es el caso de La mujer rota, tal vez el más conocido de los relatos de Simone de Beauvoir. Pero como viene acompañado por otros dos relatos, “La edad de la discreción” y “Monólogo”, lo mejor será proceder con orden.
Como apuntaba, los tres relatos están narrados por voces femeninas y dos de ellos recogen momentos claves de una existencia: la llegada de la vejez y una ruptura sentimental. La forma certera en que de Beauvoir recoge los mil matices de ambos momentos denota el profundo conocimiento que la autora tenía tal vez no del alma humana, pero sí de la psicología.
La perspectiva femenina que mencionaba no entorpece la obra, encasillándola en estrechos clichés de género; antes bien la completa, la engrandece y, si algo viene a demostrar, es cuán parecidos somos unos y otras en lo esencial, en ese núcleo doliente y frágil donde reside nuestra humanidad.
“La edad de la discreción” relata la entrada en la vejez de un matrimonio, enfrentado además a la desilusión de ver como su único hijo no sigue los pasos que para él habían soñado. Varios aspectos interesan en este relato: la forma en que afrontamos nuestra propia decadencia y la de aquel que ha sido nuestro compañero en la vida, tal vez más dolorosa. En una sociedad que rinde un obsesionado culto a la juventud hace falta acercarse a relatos como este, que nos enseñan a envejecer.
Pero también interesa en “La edad de la discreción” la eterna lucha entre generaciones, donde los padres entienden con dificultad las nuevas posturas de sus hijos simplemente porque, aunque no lo parezca, no viven en el mismo mundo. Las ideas de los primeros son fruto de un estado de cosas que ya no existe y cada generación debe adaptarse a la realidad de su tiempo.
“Monólogo” es tal vez la menos profunda pero la más curiosa de las tres historias que recoge este libro. El monólogo de una mujer abandonada por todos, estragada por la soledad y los calmantes, tiene una fuerza sobrecogedora. El rápido discurrir de sus pensamientos lleva al lector en volandas a través de la vida de una mujer acabada, sin esperanzas, llena de rencor pero ahogada por la tristeza. A pesar de no ser un personaje positivo, la sinceridad de sus emociones hace que nos pongamos de forma instintiva de su lado, contra el resto del mundo.
Por último, “La mujer rota” recoge la historia de una ruptura sentimental, desde el momento en que la protagonista conoce la infidelidad de su esposo hasta el momento de la separación definitiva.
Lo reseñable de este relato es la capacidad que demostró Simone de Beauvoir en él para plasmar un descenso a los infiernos doméstico, pero no por ello menos doloroso. Entregada a una situación que no puede controlar, Monique, la protagonista, está también en manos de sus propios sentimientos: la rabia, la humillación, los celos, el amor, la nostalgia la traen y la llevan ante los ojos atentos del lector.
Pero Simone de Beauvoir no se limita a la esfera de lo sentimental en “La mujer rota” (y sería suficiente, dada su capacidad para recoger los mil matices de la situación que describe), sino que además plantea con sutileza la forma en que la idea que tenemos de nosotros mismos depende en gran medida —y tal vez en especial en el caso de la mujer, siempre más condicionada— de la imagen nuestra que vemos reflejada en los demás.
En “La mujer rota”, Monique no pierde únicamente a su esposo, sobre todo se pierde a sí misma. Porque ella era el reflejo que él le devolvía. La infidelidad de su marido le hace primero dudar de esa imagen, y cuando después él ya no está disponible para ser el espejo en que ella se mira, Monique se extravía por completo.
Con su relato, Simone de Beauvoir pone el dedo en la llaga. A la mujer se la enseña a verse a través de los ojos de los demás: de las amigas, de los hijos y, en especial, a través de la mirada masculina, la del marido. Si pierde esa mirada se convierte de pronto en una extraña para sí misma.
Aunque estos relatos están protagonizados por mujeres pertenecientes a la burguesía intelectual y militante francesa de mediados del pasado siglo, son una lectura que tiene calidad literaria suficiente para atraer a los más exigentes lectores contemporáneos.
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