sábado, 8 de febrero de 2020

Lorena Pronsky

La felicidad deja cicatrices imposibles de sanar. Uno recuerda dónde fue feliz y quiere volver. Y no puede. Y no hay forma. Y entonces recuerda. Y se pega a ese recuerdo. Y lo trae. Y se lastima. Se hace daño. No va a volver. Pero está ahi. Al alcance de una mano que ya no puede traer más nada de lo que se fué. No va a volver.
Hay primaveras que duelen un invierno y que a veces uno se pregunta para qué carajo las vivió. Sin esa luz hoy no tendría semejante oscuridad. Y entonces se estrella la cabeza a preguntas sin respuestas. Que para qué, si ahora no sabe cómo.
La felicidad deja una fisura tremenda que uno intenta volver a recobrar como sea. Y repite. Porque busca. Porque no se resigna. Porque sabe que existe. Sabe dónde queda. Y vuelve. Y golpea la puerta . Y ya no hay nadie. Y entonces para qué. Y suenan esas preguntas sin sentido. Que penetran en un pecho cansado de galopar hacia atrás. De volver a dónde ya, no queda más que un pasado pisado pero nunca muerto.Porque aunque nos vendan humo, agitando una bandera de porquería que nos diga que nada es para siempre, la posta te dice que es mentira.
Es, mentira.
Todo en esta vida es para siempre. Todo.
Todo lo que uno camina, vive, siente, promete, decide, todo es para siempre. Porque aunque el tiempo pase, y uno pase con el tiempo, no existe una poción mágica que borre las huellas del paso caminado. Nada se muere nunca en el alma. Y ahí, cuando no exista en el mundo de afuera , va a seguir existiendo en mi mundo de adentro. La vida entera se consuma de muchos y pequeños instantes que duran para Siempre. Y entonces uno, muerto de hambre en medio de su soledad, se aferra a lo único que le va a quedar para toda la Eternidad: el recuerdo.
Y sí. Haber sido feliz, a veces, duele.
Que me vengan a decir cómo Carajo se olvida.
Nunca nada se olvida. En todo caso, se supera.

Lorena Pronsky

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