No ruegues ¡agradece!. Cada vez que pides algo, cualquier cosa que sea, y sin importar tu tono sosegado o de clamor, dejas entrever de alguna forma la idea de: ¡Esto no lo tengo ahora! ¿me lo otorgas, por favor?.
Pero sin que tú lo adviertas y sin que sea tu intención, le marcas al Universo justamente tu carencia, y él capta ese “no lo tengo” que esconde tu petición, y de forma presurosa lo pone en evidencia.
En cambio, cuando agradeces, “creas” eso que agradeces, porque ya das por sentado que aquello “ya sucedió”, y el Universo recoge tu instrucción… y ¡te obedece!.
Dalo por hecho y no dejes que tu mente te diga lo contrario, diciéndote que es difícil que eso se te otorgue. Hay otras manos, más inmensas que las tuyas y ellas siempre le responden a quien agradece.
No te olvides que las cosas nunca son lo que parecen. Hay un diseño amoroso detrás de la realidad y cada vez que tú, de corazón agradeces, magnetizas lo que agradeces. Cuando tú lo ves “hecho”, cuando lo das por sentado, agradeces y lo sientes, el Universo percibe que ha quedado desfasado, y actualiza su programa hacia “La nueva versión de tu realidad”.
Por eso... no pidas: “Dame la calma que anhelo”; di más bien: “Gracias, Universo por esta serenidad”.
No digas: “Dame un trabajo maravilloso”; dí: “Gracias porque me gano mi pan con facilidad”.
No le implores a la Vida que te acerque una pareja; di: “Gracias por este amor que me llena de alegría”.
No ruegues que se disuelva alguna culpa muy vieja; di “Gracias porque se limpia mi pizarra cada día”.
¡Gracias por esta abundancia que sobre mí se derrama! ¡Gracias por gozar de nuevo la más perfecta salud! ¡Gracias por abrir mis ojos a un sublime panorama! ¡Gracias por llenar mi pecho de amorosa gratitud!
¡Siéntelo sucediendo!, ¡siéntelo con alma y vida!. ¡Siente ese viento de cambio que te abraza y te estremece!. ¡Siente la emoción intensa de la plegaria cumplida, porque todo le llega a quien agradece.
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