Psicóloga, especializada en adicciones, ejerce su profesión desde hace 15 años, ya sea desde la atención en consultorios o desde el Área de Salud Mental del Astillero Río Santiago, de la que está a cargo. Hace seis meses sintió que debía darle una “estructura formal” a lo que escribía en su perfil personal de Facebook. Y fue la raíz de un espacio donde su voz actúa como el tronco disparador a partir de sus escritos que, como ramas de un árbol, acumularán hojas y hojas de comentarios de lectores que se ven reflejados en ellos. En esta entrevista telefónica con LA PERINOLA conocemos un poco más de la autora platense.
-¿Qué es Curame y cómo surgió la idea?
-Siempre escribí; hace un par de años tenía en mente escribir un libro que se llamaba “Yo fui adicto”, después por otras cosas, la maternidad, otros trabajos, tuve que dejarlo. Pero estaba esta necesidad mía, imperiosa, de algo que me empujaba desde adentro a escribir. Siempre digo que a mí escribir me sana, me da estructura, me deja ver en una hoja no solo qué me pasa a mí sino lo que le pasa al otro. Cuando me dicen de dónde saco lo que escribo... son recortes de la vida real, de mi vida, de la de al lado, de algún paciente. Y como necesité darle alguna estructura más formal que la de mi propio Facebook, porque había como una cuestión de qué era mío y qué no, tuve el valor un día de hacerlo en una Fanpage. Y así surgió hace unos 6 meses. A mí me encanta leer, y el título surgió de un audio que escuché, con una amiga, de Alejandra Pizarnik donde le pedía a otra poeta que la cure. Me colgué con el nombre, me encantó y arrancamos, porque atrás mío hay una amiga que es editora y me da una mano en eso.
-Hablamos de un verbo, curar, pero al decir Curame, estamos refiriendo a otro. ¿La cura viene de uno o necesitamos de alguien que nos ayude?
-Es la ambivalencia de la frase. En realidad, esta idea que uno tiene de que hay un otro que nos va a salvar, que nos va a tirar un gancho, y la verdad es que no. Siempre apunto con mis pacientes, conmigo misma, en la idea de que las herramientas están en uno. Hay veces que sí uno necesita a un otro que haga de faro que alumbre, que le ponga arriba de una mesa lo que no puede ver porque en ese momento por ahí esta bloqueado emocionalmente, porque está atravesando una situación que no puede ver claramente. Pero siempre es uno en donde está la llave. Esa frase es la ambivalencia de que en realidad no nos va a curar nadie mas que nosotros mismos, y tampoco la cura tiene que ver con sanar la herida sino aprender a vivir con esto puesto, con estas partes rotas.
-Justamente escribiste hace unos días que “La cura no es ganarle a la herida. Es aprender a caminar con ese pedazo roto. No hay batallas. Hay realidades”. Es difícil aprender a caminar con ese pedazo roto, ¿hay predisposición de algunas personas a sanar con mayor facilidad? ¿Qué condiciona la cura?
- Radica más con un término, ya bastante familiarizado, que es la resiliencia, esta capacidad de hacer frente a las adversidades, que tiene que ver con haber vivido en un medio facilitador también, una familia contenedora que supo y estuvo ahí para dar las herramientas para que uno pueda creerse que puede. Me pasa que veo pacientes que tienen el reflejo de sí mismos que no corresponden a la realidad, una autoestima muy abajo, y uno los ve afuera y dicen “yo no puedo”, pero ¡cómo no vas a poder, si estás pudiendo! Tiene que ver con una buena apreciación de sí mismos, con un yo y una subjetividad muy fortalecidos, que claramente tiene que ver en donde uno fue creciendo, como se fue nutriendo, que imágenes fue eligiendo para seguir alimentándose en ese yo. Pero también hay pacientes con la voluntad enferma, el paciente con depresión, o ciclotimia. Tiene que ver básicamente con cómo se fue estructurando ese yo.
-El vínculo con uno mismo parece ser la columna vertebral, lo que se rompe y necesita ser curado. A partir de tu experiencia con los lectores y tus pacientes, ¿de qué aspectos provienen la mayoría de las heridas? ¿Amor, trabajo, amistad, familia?
- Hace unos días me junté con un grupo de psicólogos y les dije que aprendo un montón más de lo que doy en esos escritos, porque para mí es como un trabajo de campo. En mi vida tuve posibilidad de leer a tanta gente y me quedo con dos cosas fuertes que me pasa cuando leo los comentarios. Una, cuando te dicen frente a algo -y vale recordar que en esos textos está la psicología filtrada-, esto de “si fuera tan fácil, si fuera posible, como si no me costara”. Es como que la vara que mide si cambio o no cambio el modo de relacionarme con la gente, la gente que elijo en mi vida, los tipos de trabajo que hago, tenga que ver con cuán fácil me resulta hacerlo; entonces, si es difícil no lo hago, y aparece lo que ya todos conocemos como la zona de confort, donde uno la pasa confortablemente mal, pero está acomodado. Todo cambio implica un esfuerzo y al principio el esfuerzo no es placentero, para que un cambio suceda algo tengo que romper, hay partes mías que se rompen también, que ya no van a venir en este nuevo cambio o decisión y eso implica un duelo, decir esto ya no lo quiero mas, implica cambiar, esforzarme, blanquear, asumir, decirle la verdad al otro, decirme la verdad a mí. Es lo que mas me shockeó, la dificultad o facilidad como vara para empezar a poder tomar decisiones.
Y la otra surgió mucho en un texto, que fue tan simple y lo pude escribir después de atender ese día a 8 pacientes: era la misma historia con caras distintas, donde eran todas chicas metidas en vínculos y relaciones donde el otro les hacía mal, daño, donde no recibían afecto, donde el vínculo era desafectivizado, y a pesar de eso se quedaban. Y empezó a surgir que a veces el sentirse mal no alcanza para retirarse, como que el daño no es parámetro. Ahí en esa parábola digo cuando uno es chiquito y va al jardín, si Juan me pega no me junto mas con Juan; hoy de grande que Juan me pegue no es razón suficiente para que yo me corra, no estoy hablando en cuanto a la mujer golpeada. Y es como que sigo, permito, habilito, por ahí mañana está mejor, y quién me va a querer si no.
Que el daño que me genera un vínculo no es factor necesario para que me corra y me desprenda, y no se trata solo de un vínculo afectivo con un hombre o mujer, sino que también hay vínculos familiares que son tóxicos y uno sigue intentando que un día el otro le devuelva lo que ya fue a buscar mil veces, como la no aceptación a que el otro no va a responder en eso que estoy demandando.
-Al ver la interacción de tus lectores se refleja que tienen mucha identificación con lo que escribís, ¿creés que esto se da porque cuesta hablar y vos expresás en palabras lo que duele decir?
-Creo que es eso. La página me sensibilizó un montón por estas cosas; una, por darme cuenta que por ahí el dolor del otro no es razón suficiente para que uno se corra, porque una cosa es verlo en 6 pacientes o los que fui viendo en mis 15 años de profesión, y otra es verlo tan masivamente, como lo es en una red social. Y la otra, el agradecimiento del otro en eso de ser la voz que uno silencia, el “gracias de poner en palabras lo que yo no puedo”. Y me genera una angustia interna porque si el otro pudiera decir, hablarlo, manifestarlo... esa es justamente la angustia del otro, que aparece como una opresión en el pecho y uno no lo puede manifestar de ninguna forma. Por eso insisto en la escritura como mí forma de sanarme y empujo un montón a los pacientes y en los talleres a que le pongan las palabras al dolor. Eso es la angustia, la imposibilidad de poder nombrar aquello que me la está generando.
-De la mano de la dificultad de poder poner en palabras lo que nos pasa, está quizá que nos falta alguien nos escuche ¿escuchamos hoy al otro?
-La falta de empatía, sí, es impresionante. Esta cuestión de que “se te tiene que pasar”, la urgencia es que se te pase, y uno a veces silencia porque lo que va a escuchar como dato, como información, que te cuente lo que siento y que vos me digas “bueno, bueno ya se te va a pasar”, no me sirve. De qué me sirve que Juan esté peor que Pedro a mí situación afectiva. Y esto de que no hay espacios donde uno pueda manifestar el dolor, porque está este apuro. Cuando un niño, por ejemplo, se cae y se lastima y llora necesita llorar, que se cure esa rodilla, hay un proceso. Dejen que la gente se cure, se sane, respeto al dolor del otro, no imponer el tiempo.
- Bueno, justamente sobre tiempo hay una frase que escuchamos siempre que es que “el tiempo cura todo”. Pero se trata también de tiempo.
-Se trata también de tiempo y de uno con el tiempo, uno laburando en ese tiempo; y la forma de poder elaborar es hablarlo justamente. Quizá uno se piensa que alguien viene a contar su problemática para que alguien le devuelva algún camino, y hay veces que no. Vuelvo a la imagen infantil porque a mi me ayuda un montón ver a los niños en esto, tengo hijos, y a veces dicen “me duele la pierna, vení mamá me das un beso” y le das un beso y se le pasa. A veces con un abrazo nos salvamos todos en ese instante. No siempre es la respuesta socrática. Sí brindar el espacio para que el otro se pueda manifestar.
-Pampita compartió un texto tuyo en el Día Internacional de la Mujer, que tuvo mucha repercusión. ¿Te sorprendió?
-Sí, me sorprendió, porque en realidad ese texto es un extracto de la vida real de un chico, era un pibe roto que se para igual. No me lo esperaba. Hoy día mucha gente pudo llegar a la página por la difusión que ella hizo de ese texto. Pero está también esta línea delgada de ¿te pusiste contenta?, y atrás había alguien que estaba roto. Va más allá del ego en cuanto al reconocimiento, son textos que tienen una cuestión de dolor, me acomodé desde ahí porque es donde entiendo que es lo más real que existe, la inevitabilidad del dolor, y en cada texto dar la llave de por acá se puede. Y en ese texto manifiesto que rota se camina igual, cómo aprendo a caminar con esto que me sucedió.
-¿Recibiste comentarios de lectores que hayan atravesado un proceso de cura al leerte?
-Sí, es lo más sorprendente. Creo objetivamente que el encuentro del dolor es lo que me va a habilitar a encontrar una solución, replanteármelo todo, y la gente entiende perfectamente el mensaje. Y aparece muy claramente en los agradecimientos, no se quedaron en lo masoquista del encuentro con el dolor, sino como la necesidad inevitable de frenar para ver qué puedo modificar y qué no y cómo lo puedo acomodar para seguir caminando. Mi frase de cabecera es que estamos todos atravesados por las mismas cosas, por eso también hay identificación masiva.
-Trabajás en talleres vivenciales, contame sobre eso. Dónde vas a estar próximamente, y si estás trabajando en un libro.
-Los talleres ya los venía dando, somos tres: Celina Merlo, que es quien entrena, otra persona a cargo de musicalización y ambientación del lugar, y yo en coordinación. De la necesidad de la gente sobre si doy charlas surgió volver a darlos, y con la suerte de patentarlo y tener la certeza que no lo van a volver a repetir en algún lado. No son grupos de autoayuda, aparecen algunas metodologías y ejercicios terapéuticos, todos vivenciales, que apuntan a callar el hemisferio emocional, a tocar la emoción de quien lo está haciendo, para poder generar un proceso de insight y ese cambio. Son 6 horas que trabajan a full y se van más que contentos y agradecidos. Es ver inmediatamente la modificación en el otro sin recetas mágicas. Uno guía y da las herramientas, pero quien pone el cuerpo y alma es el que va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario