jueves, 19 de diciembre de 2024

No me importaría nada, al recobrar mi libertad, que diese uno de mis amigos una fiesta, y no me convidara a la misma. Puedo ser absolutamente dichoso, a solas conmigo mismo. ¿Quién podría no serlo, si es dueño de la libertad, si tiene flores, y libros, y una luna en el cielo? Esto, sin olvidar que ya no me agradan las fiestas; demasiadas fueron las que di para que todavía puedan proporcionarme algún placer. Este es un aspecto de la vida que ha muerto para mí, desearía poder decir que por suerte. Pero si luego de verme libre, tuviese una pena uno de mis amigos y no me permitiese compartirla, habría de experimentar una gran amargura. Sí me cerrase este amigo las puertas de la mansión del dolor, retornaría yo una y otra vez, suplicando me permitiese entrar, para compartir aquello que me asiste el derecho de compartir. Si me considerase indigno e incapaz de llorar con él, me haría el más cruel de los desprecios, la más grande de las ofensas. Pero, es imposible semejante cosa. Tengo derecho a compartir el dolor, y a poder contemplar la dulzura del mundo, y compartir su dolor, y medir la maravilla de ambos en toda su extensión, es estar en contacto directo con las cosas divinas y aproximarse más que cualquier otro al misterio de Dios.

Oscar Wilde,
De profundis

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