Por HÉCTOR LANDOLFI
Hacia fines de la década del cincuenta del siglo pasado, la localidad de Don Torcuato, en la Provincia de Buenos Aires, era un lugar apacible, casi campero. La construcción más destacada era la del Hindú Club y a pocas cuadras de sus instalaciones se encontraba Villa Elvira (nombre de la madre del Presidente Alvear) última de las propiedades que quedó del acaudalado matrimonio constituido por Marcelo Torcuato de Alvear y Regina Pacini. En esa casa, donde falleciera su marido y presidente argentino, que había perdido los brillos que supo tener, vivía sola Doña Regina Pacini de Alvear, próxima a cumplir noventa años pletóricos de recuerdos. En el aludido club un grupo de mujeres, del cual formaba parte mi madre, organizadas en una comisión informal, reunía algún dinero y periódicamente visitaba a Doña Regina para contenerla y poner al día algunas cuentas de la casa –incluso la compra de medicamentos–, que la pequeña pensión que recibía la otrora famosa cantante lírica y viuda del ex presidente Alvear, no le permitía solventar. El matrimonio Alvear-Pacini fue, posiblemente, el único que en nuestra historia conjugó glamour, arte y política, con alta calidad en lo artístico por parte de Regina y honestidad y eficacia de estadista en cuanto a Marcelo Torcuato. Si bien no es intención de esta nota analizar el gobierno del Dr. Alvear es imposible no referirme a lo que fue nuestro país en esa época. Por entonces la Argentina tenía la sexta economía del mundo –Brasil, hoy, es la séptima economía y mantiene aún enormes diferencias sociales en su población– y una clase media en pleno ascenso social de la cual el tango fue su expresión estética y el radicalismo su versión política. Alvear, hombre de origen patricio, aristócrata porteño y fundador, junto a Leandro N. Alem, de la Unión Cívica Radical, tuvo la capacidad e inteligencia de hacer converger el linaje tradicional argentino con la emergente clase media que pedía espacio político propio. Esta política ejercida desde la próspera base económica señalada –producto de una intensa producción y exportación agropecuaria–, obtuvo un resultado brillante en nuestro país. En su presidencia (1922–28) se produjo un avance notable en la legislación social, un decidido apoyo a la educación y a la cultura –la primera Feria del Libro argentina fue promovida e inaugurada por Alvear, y un firme impulso a la industria: se fabricaron autos y aviones por primera vez en la Argentina, y en Latinoamérica. Se modernizó a las Fuerzas Armadas y en los Hospitales Públicos atendían profesionales de valía internacional como la sustentada por los hermanos Enrique y Ricardo Finochietto. Se crearon las condiciones para que se formaran los tres únicos Premio Nobel en ciencias que tiene nuestro país: Houssay, Leloir y Milstein y se respetaron los principios republicanos, las pautas democráticas y las libertades públicas. Debo aclarar al lector que no hice la descripción de una potencia nórdica o la de un lejano país ubicado a orillas del Mar Báltico sino la de la Argentina de hace menos de un siglo, la Argentina que hoy no tenemos. Regina Pacini desplegó su admirable arte lírico por los principales teatros del mundo. Un enamorado y rico político argentino siguió su rastro hasta que obtiene su corazón. Vivieron sus primeros años en la mansión que el acaudalado argentino tenía en París. La Primera Guerra Mundial los sorprende en Francia y ella se dedica, junto a su marido, a la ayuda y cuidado de heridos y víctimas de esa conflagración. El gobierno francés reconoce ese trabajo reparador condecorando a la pareja con la Legión de Honor. El Dr. Alvear es elegido presidente mientras se encontraba en París y juntos vuelven a la Argentina. Las mujeres de la sociedad porteña rechazan a Regina por que no perdonaban que una extranjera les hubiera arrebatado al soltero más codiciado de la Argentina. Quien había obtenido ese elevado objetivo femenino era cantante lírica –actividad desacreditada en la época– lo que hizo más notorio el rechazo. La firmeza de carácter de Regina más el apoyo de Marcelo Torcuato permite a la famosa soprano portuguesa superar esa oposición inicial sin que ello generara consecuencias negativas en su conducta. Esa intolerancia no produjo en su alma noble resentimiento alguno ni sed de venganza, pudiendo haberla ejercido desde la cúspide del poder que detentaba. Conducta esta, opuesta a la que veinte años más tarde observaran otros actores en la cima de ese dominio. La humildad en la que Regina vivió sus últimos años no fue causada por incapacidad para administrar la herencia de su marido. Alvear gastó la mayor parte de su fortuna en la política, incluso vendió propiedades para reponer al erario público el gasto excesivo de alguno de sus ministros. El estricto criterio moral con que se manejó Marcelo Torcuato como presidente contrasta con el obsceno enriquecimiento al que acceden desde el poder varias de las actuales altas autoridades de la Nación. La mayor parte de la heredad recibida por Regina fue utilizada para ayudar a gente que lo necesitaba. La Casa del Teatro en Buenos Aires, hecha para proteger en los últimos años de vida a sus compañeros artistas, es su obra más visible. Pero su generosa mano de buena cristiana no se detuvo ahí, su obra filantrópica también se extendió a otros sectores de la sociedad argentina. Villa Regina es hoy una pujante e industriosa ciudad del Alto Valle del Río Negro que lleva el nombre de esa digna Primera Dama y excelente artista. Creo que los reginenses deben preservar hoy este nombre por que pertenece a nuestra historia –y de la buena–, por ser una referencia ética para el ejercicio de la política y por que puede ser objetivo de algún intelectual que, apañado por el poder, pretenda sustituirlo con la intención que cambiar la identidad de nuestra Patagonia.
(*) Exdirectivo de la industria editorial argentina
Fuente: https://www.rionegro.com.ar/regina-pacini-de-alvear-o-la-dignidad-olvid-NORN_1255096/
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