domingo, 31 de mayo de 2020
L'umanità contro il male, Gaetano Cellini (1908)
«La humanidad contra el mal» es una de las primeras obras del escultor italiano Gaetano Cellini (1873-1937), actualmente se conserva en la Galería Nacional de Arte Moderno de Roma.
Es una obra alegórica, la expresión plástica de una idea, según la definición de Auguste Rodin, para quien «el arte es la misión más sublime del hombre, ya que es el ejercicio del pensamiento que busca comprender el universo y hacerlo entender». Cellini presentó una versión en yeso de esta obra en 1906, en la Exposición Nacional de Milán. En la base aparece, además del título, un corchete que describe su significado: Así que te limpiaré con dientes y uñas. Eterno dolor. Quien en mi corazón luchó contra mí. Dos años después el artista realizó el trabajo de mármol y recibió el Premio Fumagalli de Milán, 1906.
Es una obra alegórica, la expresión plástica de una idea, según la definición de Auguste Rodin, para quien «el arte es la misión más sublime del hombre, ya que es el ejercicio del pensamiento que busca comprender el universo y hacerlo entender». Cellini presentó una versión en yeso de esta obra en 1906, en la Exposición Nacional de Milán. En la base aparece, además del título, un corchete que describe su significado: Así que te limpiaré con dientes y uñas. Eterno dolor. Quien en mi corazón luchó contra mí. Dos años después el artista realizó el trabajo de mármol y recibió el Premio Fumagalli de Milán, 1906.
sábado, 30 de mayo de 2020
Alejandro Lerner y Amigos "Cambiar el Mundo" (A beneficio de Medicos Sin...
Es una enorme alegría para todos nosotros haber sido parte de este hermoso proyecto en el cual 12 países se reúnen mediante el lenguaje universal de la música. Sentimos un profundo agradecimiento por aquellos trabajadores que día a día ayudan a quienes más lo necesitan, y por ese motivo, les regalamos esta canción con el deseo de que todos juntos, cada quien desde su lugar, podamos cambiar el mundo. Cuídense! Lucas Edi feat. Abril D’Sola, Carlota Canepa, Cecilia Ra, Darina Serova, Federica Bellardini, Fran Lagos, L’nee Golay, Maaian Kreisler, Marty Dominguez, Matilde Silva, Megan Barlsen, Renzo Luca, Sophia Obligi Para ayudar a Médicos Sin Fronteras a responder a la pandemia de coronavirus dona en: https://www.msf.org.ar/cambiarmundo . Find out how to help Doctors Without Borders fight coronavirus donating at: https://www.msf.org.ar/cambiarmundo
viernes, 29 de mayo de 2020
CinWololo
No dejar palabras por decir.
No dejar que el silencio nos pudra las venas.
Romper el muro aunque del otro lado esperen diez mil orcos.
Prefiero las palabras a las flechas.
Aunque algunas, jueguen a ser ambas cosas.
No guardar silencio.
No guardar silencio ante lo injusto.
No guardar silencio ante el amor.
Decirlo todo, aunque a veces sea, sin decir nada.
No callar.
En la garganta se pudren todas las plumas, antes que el mirlo pueda nacer.
No callar.
Se pudre el alma.
Se sostiene el peso de mundo inhóspito en las entrañas.
No dejar que el silencio nos pudra las venas.
Romper el muro aunque del otro lado esperen diez mil orcos.
Prefiero las palabras a las flechas.
Aunque algunas, jueguen a ser ambas cosas.
No guardar silencio.
No guardar silencio ante lo injusto.
No guardar silencio ante el amor.
Decirlo todo, aunque a veces sea, sin decir nada.
No callar.
En la garganta se pudren todas las plumas, antes que el mirlo pueda nacer.
No callar.
Se pudre el alma.
Se sostiene el peso de mundo inhóspito en las entrañas.
Decirlo todo.
Todo.
El amor.
El dolor.
La injusticia.
El abuso.
El abrazo deseado.
Decirlo todo.
Salvar los pájaros.
Confiar.
Ellos saben volar en la tormenta.
Ellos saben cantar y hacer un nido.
Confiar.
Dejar que a lo dicho lo dirija el viento.
Y que te lleve de nuevo a casa.
Todo.
El amor.
El dolor.
La injusticia.
El abuso.
El abrazo deseado.
Decirlo todo.
Salvar los pájaros.
Confiar.
Ellos saben volar en la tormenta.
Ellos saben cantar y hacer un nido.
Confiar.
Dejar que a lo dicho lo dirija el viento.
Y que te lleve de nuevo a casa.
CinWololo
jueves, 28 de mayo de 2020
Murales de Don Torcuato, Tigre, Buenos Aires, Argentina
Mural "El Ceibo" de la artista de Tigre, Celeste Galante, realizado en el Jardín de Infantes N° 929 localizado frente a plaza San Martín en Don Torcuato.
Este mural fue realizado en el marco del Programa Camalote Cultural que lleva diferentes propuestas culturales de artistas locales a las escuelas de nuestro distrito, con el objetivo de que los chicos y jóvenes conozcan la producción artística de Tigre.
Está ubicado en la calle “De María” frente a la plaza San Martin, Don Torcuato.
Este mural fue realizado en el marco del Programa Camalote Cultural que lleva diferentes propuestas culturales de artistas locales a las escuelas de nuestro distrito, con el objetivo de que los chicos y jóvenes conozcan la producción artística de Tigre.
Está ubicado en la calle “De María” frente a la plaza San Martin, Don Torcuato.
Oda al doble otoño, Pablo Neruda
no tiene movimiento:
el grave otoño
de la costa
cubre
con su muerte
la luz inmóvil
de la tierra,
pero
el mar errante, el mar
sigue viviendo.
No hay
una
sola
gota
de
sueño,
muerte
o
noche
en su
combate:
todas
las máquinas
del agua, las azules
calderas,
las crepitantes fábricas
del viento
coronando
las olas
con
sus violentas flores,
todo
vivo
como
las visceras
del toro,
como
el fuego
en la música,
como
el acto
de la unión amorosa.
Siempre fueron oscuros
los
trabajos
del otoño
en la tierra:
inmóviles
raíces, semillas
sumergidas
en el tiempo
y arriba
sólo
la corola del frío,
un vago
aroma de hojas
disolviéndose
en
oro:
nada.
Un hacha
en el bosque
rompe
un tronco de cristales,
luego
cae
la tarde
y la tierra
pone sobre su rostro
una máscara
negra.
Pero
el mar
no descansa, no duerme, no se ha muerto.
Crece en la noche
su barriga
que combaron
las estrellas
mojadas, como trigo en el alba,
crece,
palpita
y llora
como un niño
perdido
que sólo con el golpe
de la aurora,
como un tambor, despierta,
gigantesco,
y se mueve.
Todas sus manos mueve,
su incesante organismo,
su dentadura extensa,
sus negocios
de sal, de sol, de plata,
todo
lo mueve, lo remueve
con sus arrasadores
manantiales,
con el combate
de su movimiento,
mientras
transcurre
el triste
otoño
de la tierra.
1956
el grave otoño
de la costa
cubre
con su muerte
la luz inmóvil
de la tierra,
pero
el mar errante, el mar
sigue viviendo.
No hay
una
sola
gota
de
sueño,
muerte
o
noche
en su
combate:
todas
las máquinas
del agua, las azules
calderas,
las crepitantes fábricas
del viento
coronando
las olas
con
sus violentas flores,
todo
vivo
como
las visceras
del toro,
como
el fuego
en la música,
como
el acto
de la unión amorosa.
Siempre fueron oscuros
los
trabajos
del otoño
en la tierra:
inmóviles
raíces, semillas
sumergidas
en el tiempo
y arriba
sólo
la corola del frío,
un vago
aroma de hojas
disolviéndose
en
oro:
nada.
Un hacha
en el bosque
rompe
un tronco de cristales,
luego
cae
la tarde
y la tierra
pone sobre su rostro
una máscara
negra.
Pero
el mar
no descansa, no duerme, no se ha muerto.
Crece en la noche
su barriga
que combaron
las estrellas
mojadas, como trigo en el alba,
crece,
palpita
y llora
como un niño
perdido
que sólo con el golpe
de la aurora,
como un tambor, despierta,
gigantesco,
y se mueve.
Todas sus manos mueve,
su incesante organismo,
su dentadura extensa,
sus negocios
de sal, de sol, de plata,
todo
lo mueve, lo remueve
con sus arrasadores
manantiales,
con el combate
de su movimiento,
mientras
transcurre
el triste
otoño
de la tierra.
1956
¿cómo se afronta el dolor?, Elena Bernabé
"Abuela, ¿cómo se afronta el dolor?"
"Con las manos, cariño. Si lo haces con la mente en lugar de aliviar el dolor, este se endurece aún más".
"¿Con las manos abuela?"
"Sí. Nuestras manos son las antenas de nuestras almas. Si las mueves tejiendo, cocinando, pintando, jugando o hundiéndolas en la tierra, envías señales de cuidado a la parte más profunda de ti. Y tu alma se ilumina porque le estás prestando atención. Entonces las señales del dolor ya no serán necesarias".
"¿Las manos son realmente tan importantes?"
"Sí, hija mía. Piensa en los bebés: comienzan a conocer el mundo gracias al toque de sus pequeñas manos. Si miras las manos de los viejos, te cuentan más sobre su vida que cualquier otra parte del cuerpo. Todo lo que se hace a mano se dice que está hecho con el corazón. Porque es realmente así: las manos y el corazón están conectados. Los masajistas lo saben bien: cuando tocan el cuerpo de otra persona con sus manos crean una conexión profunda. Es precisamente a partir de esta conexión que llega la curación.
"Mis manos abuela ... ¡cuánto tiempo no las he usado así!"
"Muévelas, mi amor, comienza a crear con ellas y todo dentro de ti se moverá. El dolor tal vez no pasará pronto, pero en cambio lo que hagas con ellas se convertirá en la obra maestra más hermosa. Y ya no dolerá más. Porque habrás sido capaz de transformar su esencia".
Elena Bernabé
"Con las manos, cariño. Si lo haces con la mente en lugar de aliviar el dolor, este se endurece aún más".
"¿Con las manos abuela?"
"Sí. Nuestras manos son las antenas de nuestras almas. Si las mueves tejiendo, cocinando, pintando, jugando o hundiéndolas en la tierra, envías señales de cuidado a la parte más profunda de ti. Y tu alma se ilumina porque le estás prestando atención. Entonces las señales del dolor ya no serán necesarias".
"¿Las manos son realmente tan importantes?"
"Sí, hija mía. Piensa en los bebés: comienzan a conocer el mundo gracias al toque de sus pequeñas manos. Si miras las manos de los viejos, te cuentan más sobre su vida que cualquier otra parte del cuerpo. Todo lo que se hace a mano se dice que está hecho con el corazón. Porque es realmente así: las manos y el corazón están conectados. Los masajistas lo saben bien: cuando tocan el cuerpo de otra persona con sus manos crean una conexión profunda. Es precisamente a partir de esta conexión que llega la curación.
"Mis manos abuela ... ¡cuánto tiempo no las he usado así!"
"Muévelas, mi amor, comienza a crear con ellas y todo dentro de ti se moverá. El dolor tal vez no pasará pronto, pero en cambio lo que hagas con ellas se convertirá en la obra maestra más hermosa. Y ya no dolerá más. Porque habrás sido capaz de transformar su esencia".
Elena Bernabé
Citas de Osho sobre la conciencia
Consciencia y éxtasis se convierten en uno
“Cuando estás fluyendo con gozo, con dicha, ese es el momento de estar consciente, pero la gente hace exactamente lo contrario. Cuando están felices, ¿a quién le importa la conciencia? Y cuando están angustiados, entonces claro, empiezan a pensar que ha llegado el momento de estar conscientes y salir de la angustia. Pero nadie nunca ha sido capaz de salir de la angustia directamente.
Primero, uno tiene que salir desde el éxtasis. Si puedes ser consciente de tus momentos de gozo al principio, la depresión, los bajones no vendrán. La puerta para salir es el éxtasis. Así que este es el camino más fácil:
Sé feliz y sé consciente.
Regocíjate y sé consciente.
Ama y sé consciente.
Regocíjate y sé consciente.
Ama y sé consciente.
No pongas la consciencia a un lado diciendo: ‘Esto es una clase de perturbación; estoy en un gran éxtasis’. La consciencia se convierte en algo como una perturbación; no lo es. Puede que lo parezca al principio, pero pronto verás que llevará tu éxtasis a cumbres más altas. Al final consciencia y éxtasis se convierten en uno. Entonces esos bajones, momentos depresivos, las agonías desaparecen”.
Osho, Om Shantih Shantih Shantih: The Soundless Sound, Peace Peace Peace, charla #1
miércoles, 27 de mayo de 2020
Oda al otoño, Pablo Neruda
tierra
sin otoño,
cómo
pudo vivirse!
Ah qué opresiva
náyade
la primavera
con sus escandalosos
pezones
mostrándolos en todos
los árboles del mundo,
y luego
el verano,
trigo,
trigo,
intermitentes
grillos,
cigarras,
sudor desenfrenado.
Entonces
el aire
trae por la mañana
un vapor de planeta.
Desde otra estrella
caen gotas de plata.
Se respira
el cambio
de fronteras,
de la humedad al viento,
del viento a las raíces.
Algo sordo, profundo,
trabaja bajo la tierra
almacenando sueños.
La energía se ovilla,
la cinta
de las fecundaciones
enrolla
sus anillos.
Modesto es el otoño
como los leñadores.
Cuesta mucho
sacar todas las hojas
de todos los árboles
de todos los países.
La primavera
las cosió volando
y ahora
hay que dejarlas
caer como si fueran
pájaros amarillos.
No es fácil.
Hace falta tiempo.
Hay que correr por todos
los caminos,
hablar idiomas,
sueco,
portugués,
hablar en lengua roja,
en lengua verde.
Hay que saber
callar en todos
los idiomas
y en todas partes,
siempre
dejar caer,
caer,
dejar caer,
caer,
las hojas.
Difícil
es
ser otoño,
fácil ser primavera.
Encender todo
lo que nació
para ser encendido.
Pero apagar el mundo
deslizándolo
como si fuera un aro
de cosas amarillas,
hasta fundir olores,
luz, raíces,
subir vino a las uvas,
acunar con paciencia
la irregular moneda
del árbol en la altura
derramándola luego
en desinteresadas
calles desiertas,
es profesión de manos
varoniles.
Por eso,
otoño,
camarada alfarero,
constructor de planetas,
electricista,
preservador de trigo,
te doy mi mano de hombre
a hombre
y te pido me invites
a salir a caballo,
a trabajar contigo.
Siempre quise
ser aprendiz de otoño,
ser pariente pequeño
del laborioso
mecánico de altura,
galopar por la tierra
repartiendo
oro,
inútil oro.
Pero, mañana,
otoño,
te ayudaré a que cobren
hojas de oro
los pobres del camino.
Otoño, buen jinete,
galopemos,
antes que nos ataje
el negro invierno.
Es duro
nuestro largo trabajo.
Vamos
a preparar la tierra
y a enseñarla
a ser madre,
a guardar las semillas
que en su vientre
van a dormir cuidadas
por dos jinetes rojos
que corren por el mundo:
el aprendiz de otoño
y el otoño.
Así de las raíces
oscuras y escondidas
podrán salir bailando
la fragancia
y el velo verde de la primavera.
sin otoño,
cómo
pudo vivirse!
Ah qué opresiva
náyade
la primavera
con sus escandalosos
pezones
mostrándolos en todos
los árboles del mundo,
y luego
el verano,
trigo,
trigo,
intermitentes
grillos,
cigarras,
sudor desenfrenado.
Entonces
el aire
trae por la mañana
un vapor de planeta.
Desde otra estrella
caen gotas de plata.
Se respira
el cambio
de fronteras,
de la humedad al viento,
del viento a las raíces.
Algo sordo, profundo,
trabaja bajo la tierra
almacenando sueños.
La energía se ovilla,
la cinta
de las fecundaciones
enrolla
sus anillos.
Modesto es el otoño
como los leñadores.
Cuesta mucho
sacar todas las hojas
de todos los árboles
de todos los países.
La primavera
las cosió volando
y ahora
hay que dejarlas
caer como si fueran
pájaros amarillos.
No es fácil.
Hace falta tiempo.
Hay que correr por todos
los caminos,
hablar idiomas,
sueco,
portugués,
hablar en lengua roja,
en lengua verde.
Hay que saber
callar en todos
los idiomas
y en todas partes,
siempre
dejar caer,
caer,
dejar caer,
caer,
las hojas.
Difícil
es
ser otoño,
fácil ser primavera.
Encender todo
lo que nació
para ser encendido.
Pero apagar el mundo
deslizándolo
como si fuera un aro
de cosas amarillas,
hasta fundir olores,
luz, raíces,
subir vino a las uvas,
acunar con paciencia
la irregular moneda
del árbol en la altura
derramándola luego
en desinteresadas
calles desiertas,
es profesión de manos
varoniles.
Por eso,
otoño,
camarada alfarero,
constructor de planetas,
electricista,
preservador de trigo,
te doy mi mano de hombre
a hombre
y te pido me invites
a salir a caballo,
a trabajar contigo.
Siempre quise
ser aprendiz de otoño,
ser pariente pequeño
del laborioso
mecánico de altura,
galopar por la tierra
repartiendo
oro,
inútil oro.
Pero, mañana,
otoño,
te ayudaré a que cobren
hojas de oro
los pobres del camino.
Otoño, buen jinete,
galopemos,
antes que nos ataje
el negro invierno.
Es duro
nuestro largo trabajo.
Vamos
a preparar la tierra
y a enseñarla
a ser madre,
a guardar las semillas
que en su vientre
van a dormir cuidadas
por dos jinetes rojos
que corren por el mundo:
el aprendiz de otoño
y el otoño.
Así de las raíces
oscuras y escondidas
podrán salir bailando
la fragancia
y el velo verde de la primavera.
de Odas elementales, 1954
Zakynthos, Grecia
Zante o Zacinto (en griego Ζάκυνθος, Zákynthos) es una isla griega del grupo de las islas Jónicas y también una de las unidades periféricas de Grecia. Se menciona en la Odisea de Homero, lo cual quiere decir que se tiene conocimiento de la isla desde antaño.
martes, 26 de mayo de 2020
Adolfo Bioy Casares, El calamar opta por su tinta
Adolfo Bioy Casares
(Buenos Aires, 1914-1999)
El calamar opta por su tinta (1962)
El lado de la sombra
(Buenos Aires: Emecé, 1962, 192 págs.)
(Buenos Aires, 1914-1999)
El calamar opta por su tinta (1962)
El lado de la sombra
(Buenos Aires: Emecé, 1962, 192 págs.)
Más ocurrió en este pueblo en los últimos días que en el resto de su historia. Para medir como corresponde mi palabra recuerden ustedes que hablo de uno de los pueblos viejos de la provincia, de uno en cuya vida abundan los hechos notables: la fundación, en pleno siglo XIX: algo después, el cólera —un brote que felizmente no llegó a mayores— y el peligro del malón, que si bien no se concretaría nunca, mantuvo a la gente en jaque a lo largo de un lustro en que partidos limítrofes conocieron la tribulación por el indio. Dejando atrás la época heroica, pasaré por alto tantas otras visitas de gobernadores, diputados, candidatos de toda laya, amén de cómicos y uno o dos gigantes del deporte. Para morderme la cola concluiré esta breve lista con la fiesta del Centenario de la Fundación, genuino torneo de oratoria y homenajes.
Como he de comunicar un hecho de primer orden, presento mis credenciales al lector. De espíritu amplio e ideas avanzadas, devoro cuanto libro atrapo en la librería de mi amigo el gallego Villarroel, desde el doctor Jung hasta Hugo, Walter Scott y Goldoni, sin olvidar el último tomito de Escenas matritenses. Mi meta es la cultura, pero bordeo los «malditos treinta años» y de veras temo que me quede por aprender más de lo que sé. En resumen, procuro seguir el movimiento e inculcar las luces entre los vecinos, todos bellas personas, platita labrada, eso sí muy afectos a la siesta que hereditariamente acunan desde la Edad Media y el oscurantismo. Soy docente —maestro de escuela— y periodista. Ejerzo la cátedra de la péndola en modestos órganos locales, ora factótum de El Mirasol (título mal elegido, que provoca pullas y atrae una enormidad de correspondencia errónea, pues nos toman por tribuna cerealista), ora de Nueva Patria.
El tema de esta crónica ofrece una particularidad que no quiero omitir; no sólo ocurrió el hecho en mi pueblo; ocurrió en la manzana donde transcurre mi vida entera, donde se halla mi hogar, mi escuelita —segundo hogar— y el bar de un hotel frente a la estación, al que acudimos noche a noche, en altas horas, el núcleo con inquietud de la juventud lugareña. El epicentro del fenómeno, el foco si prefieren, fue el corralón de don Juan Camargo, cuyos fondos lindan por el costado este con el hotel y por el norte con el patio de casa. Un par de circunstancias, que no cualquiera vincularía, lo anunciaron: me refiero al pedido de los libros y al retiro del molinete de riego.
Las Margaritas, el petit-hôtel particular de don Juan, verdadero chaletprovisto de florido jardín a la calle, ocupa la mitad del frente y apenas parte del fondo del terreno del corralón, donde se amontonan incalculables materiales, como reliquias de buques en el fondo del mar. En cuanto al molinete, giró siempre en el apuntado jardín, al extremo de configurar una de las más viejas tradiciones y una de las más interesantes peculiaridades de nuestro pueblo.
Un día domingo, a principios de mes, misteriosamente el molinete faltó. Como al cabo de la semana no había reaparecido, el jardín perdió color y brillo. Mientras muchos miraron sin ver, hubo uno a quien la curiosidad embargó desde el primer momento. Ese uno infestó a otros, y a la noche, en el bar, frente a la estación, la muchachada bullía de preguntas y comentarios. De tal modo, al calor de una comezón ingenua, natural, destapamos algo que tenía poco de natural y resultó una sorpresa.
Bien sabíamos que don Juan no era hombre de cortar el agua del jardín, por descuido, un verano seco. Por de pronto lo reputamos pilar del pueblo. Con fidelidad la estampa retrata el carácter de nuestro cincuentón: elevada estatura, porte corpulento, cabello cano peinado en dóciles mitades, cuyas ondas dibujan arcos paralelos a los del bigote y a los inferiores de la cadena del reloj. Otros detalles revelan al caballero chapado a la antigua: breeches, polainas de cuero, botín. En su vida, regida por la moderación y el orden, nadie, que yo recuerde, computó una debilidad, llámela borrachera, mujerzuela o traspié político. En un ayer que de buen grado olvidaríamos —¿quién de nosotros, en materia de infamia, no arrojó su canita al aire?— don Juan se mantuvo limpio. Por algo le reconocieron autoridad los mismos interventores de la Cooperativa, etcétera, gente muy poco espectable, francamente pelandrunes. Por algo en años ingratos aquel bigotazo constituyó el manubrio del que la familia sana del pueblo se mantuvo colgada.
Obligatorio es reconocer que este varón señero milita ideas de viejo cuño y que nuestras filas, de suyo idealistas, hasta ahora no produjeron prohombres de temple comparable. En un país nuevo, las ideas nuevas carecen de tradición. Ya se sabe, sin tradición no hay estabilidad.
Por arriba de esta figura, nuestra jerarquía ad usum no pone a nadie, salvo a doña Remedios, madre y consejera única de tan abultado hijo. Entre nosotros, no sólo porque manu militari arregla cuanto conflicto le someten o no, la llamamos Remedio Heroico. Aunque burlesco, el mote es cariñoso.
Para completar el cuadro de quienes viven en el chalet, ya no falta sino un apéndice indudablemente menor, el ahijado, don Tadeíto, alumno del turno de la noche de mi escuela. Como doña Remedios y don Juan no toleran casi nunca extraños en la casa, ni en calidad de colaboradores ni de invitados, el muchacho reúne sobre la testa los títulos de peón y dependiente del corralón y de sirvientillo de Las Margaritas. Agreguen a lo anterior que el pobre diablo acude regularmente a mis clases y comprenderán por qué respondo con cajas destempladas a cuantos, por pifia y maldad pura, le endosan el sonsonete de un apodo. Que olímpicamente lo rechazaran del servicio militar me tiene sin cuidado, porque de envidioso no peco.
El domingo en cuestión, a una hora que se me extravió entre las dos y las cuatro de la tarde, llamaron a mi puerta, con el deliberado afán, a juzgar por los golpes, de voltearla. Tambaleando me incorporé, murmuré: «No es otro», proferí palabras que no están bien en boca de un maestro y como si ésta no fuera época de visitas desagradables abrí, seguro de encontrar a don Tadeíto. Tuve razón. Ahí sonreía el alumno, con la cara tan flacucha que ni siquiera servía de pantalla contra el sol, de lleno en mis ojos. A lo que entendí solicitaba, a boca de jarro y con esa voz que de pronto se ahuyenta, textos de primer grado, segundo y tercero. Irritadamente inquirí:
—¿Podrías informar para qué?
—Pide padrino —contestó.
En el acto entregué los libros y olvidé el episodio como si fuera parte de un sueño.
Horas después, cuando me dirigía a la estación y alargaba el camino con una vuelta para matar el tiempo, advertí en Las Margaritas la falta del molinete. La comenté en el andén, mientras esperábamos el expreso de Plaza de las 19:30 que llegó a las 20:54, y la comenté a la noche, en el bar. No me referí al pedido de textos, ni menos aún vinculé un hecho con otro, porque al primero, ya dije, lo registré apenas en la memoria.
Supuse que tras un día tan movido retomaríamos el tranco habitual. El lunes, a la hora de la siesta, alborozadamente me dije: «Ésta va de veras», pero todavía cosquilleaba el fleco del poncho la nariz, cuando empezó el estruendo. Murmurando: «Y hoy qué le ha dado. Si lo pesco a las patadas en la puerta pagará lágrimas de sangre», enfilé las alpargatas y me encaminé al zaguán.
—¿Ya es una costumbre interrumpir a tu maestro? —espeté al recibir de vuelta la pila de libros.
La sorpresa me confundió enteramente, porque oí por toda contestación:
—Pide padrino los de tercero, cuarto y quinto. Logré articular:
—¿Para qué?
—Pide padrino —explicó don Tadeíto.
Entregué los libros y volví al lecho, en pos del sueño. Admito que dormí, pero lo hice, ruego que me crean, en el aire.
Luego, camino de la estación, comprobé que el molinete no había retomado su puesto y que el tono amarillo se difundía en el jardín. Conjeturé, por lógica, despropósitos y en pleno andén, mientras el físico se lucía ante frívolas bandadas de señoritas, la mente aún trabajaba en la interpretación del misterio.
Mirando la luna, enorme allá por el cielo, uno de nosotros, creo que Di Pinto, entregado siempre a la quimera romántica de quedar como hombre de campo (¡por favor, ante los amigos de toda la vida!), comentó:
—La luna hizo de seca. No atribuyamos, pues, a un pronóstico de lluvia el retiro del artefacto. ¡Su móvil habrá tenido nuestro don Juan!
Badaracco, mozo despierto, que presenta un lunar, porque en otra época, aparte del sueldo bancario, cobraba un tanto por delación, me preguntó:
—¿Por qué no apestillas al respecto al taradito?
—¿A quién? —interrogué por decoro.
—A tu alumno —respondió.
Aprobé el temperamento y lo apliqué esa misma noche, después de clase. Traté de marear primero a don Tadeíto con la perogrullada de que la lluvia entona al vegetal, para atacar por fin a fondo. El diálogo fue como sigue:
—¿Se descompaginó el molinete?
—No.
—No lo veo en el jardín.
—¿Cómo lo va a ver?
—¿Por qué cómo lo voy a ver?
—Porque está regando el depósito.
Aclaro que entre nosotros llamamos depósito a la última barraca del corralón, donde don Juan amontona los materiales de poca venta, por ejemplo, estrafalarias estufas y estatuas, monolitos y malacates.
Urgido por el deseo de notificar a los muchachos de la novedad sobre el molinete, ya despachaba a mi alumno sin interrogarlo sobre el otro punto. Recordar y chillar fue todo uno. Desde el zaguán don Tadeíto me miró con ojos de oveja.
—¿Qué hace don Juan con los textos? —grité.
—Y… —gritó de vuelta— los deposita en el depósito.
Alelado corrí al hotel. Ante mis comunicaciones, tal como lo preví, cundió la perplejidad entre la juventud. Todos formulamos alguna opinión, pues el buen callar en aquel momento era un bochorno, y por fortuna nadie prestó oídos a nadie. O quizá prestara oídos el patrón, el enorme don Pomponio del vientre hidrópico, a quien los del grupo a gatas distinguimos de las columnas, mesas y vajilla, porque la soberbia del intelecto nos ofusca. La voz de bronce, apagada por ríos de ginebra, de don Pomponio, llamó al orden. Siete caras miraron para arriba y catorce ojos quedaron pendientes de una sola cara roja y brillante, que se partía en la boca, para inquirir:
—¿Por qué no se dan traslado en comitiva y piden explicación a don Juan en persona?
El sarcasmo despabiló a uno, de apellido Aldini, que estudia por correspondencia y lleva corbata blanca. Enarcando las cejas me dijo:
—¿Por qué no ordenas a tu alumno que espíe las conversaciones entre doña Remedios y don Juan? Después le aplicas la picana.
—¿Qué picana?
—Tu autoridad de maestro ciruela —aclaró con odio.
—¿Don Tadeíto tiene memoria? —preguntó Badaracco.
—Tiene —afirmé—. Lo que entra en su caletre, por un rato queda fotografiado.
—Don Juan —continuó Aldini— para todo se aconseja de doña Remedios.
—Ante un testigo como el ahijado —declaró Di Pinto— hablarán con entera libertad.
—Si hay misterio, saldrá a relucir —vaticinó Toledo. Chazarreta, que trabaja de ayudante en la feria, gruñó:
—Si no hay misterio ¿qué hay?
Como el diálogo se desencaminaba, Badaracco, famoso por la ecuanimidad, contuvo a los polemistas.
—Muchachos —los reconvino—, no están en edad de malgastar energías.
Para tener la última palabra, Toledo repitió:
—Si hay misterio, saldrá a relucir.
Salió a relucir, pero no sin que antes giraran días enteros.
A la otra siesta, cuando me hundía en el sueño, resonaron, cómo no, los golpes. A juzgar por las palpitaciones, resonaron a un tiempo en la puerta y en mi corazón. Don Tadeíto traía los libros de la víspera y reclamaba los de primer año, segundo y tercero, del ciclo secundario. Porque el texto superior escapa a mi órbita, hubo que comparecer en el negocio de librería de Villarroel, a vivo golpe en la puerta despertar al gallego y aplacarlo posteriormente con la satisfacción de que don Juan reclamaba los libros. Como era de temer, el gallego preguntó:
—¿Qué mosca picó al tío ese? En la perra vida compró un libro y a la vejez viruela. Va de suyo que el muy chulo los pide en préstamo.
—No lo tome a la tremenda, gallego —le razoné con palmaditas—. Por lo amargado parece criollo.
Referí los pedidos previos de textos primarios y mantuve la más estricta reserva en cuanto al molinete, de cuya desaparición, según él mismo me dio a entender, estaba perfectamente compenetrado. Con los libracos debajo del brazo, agregué:
—A la noche nos reunimos en el bar del hotel para debatir todo esto. Si quiere aportar su grano de arena, allá nos encuentra.
En el trayecto de ida y vuelta no vimos un alma, salvo al perro barcino del carnicero, que debía de estar de nuevo empachado, porque en sus cabales ni el más humilde irracional se expone a la resolana de las dos de la tarde.
Adoctriné al discípulo para que me reportara verbatim las conversaciones entre don Juan y doña Remedios. Por algo afirman que en el pecado está el castigo. Esa misma noche emprendí una tortura que, en mi gula de curioso, no había previsto: escuchar aquellos coloquios puntualmente comunicados, interminables y de lo más insulsos. De cuando en cuando llegó a la punta de mi lengua alguna ironía cruel sobre que me tenían sin cuidado las opiniones de doña Remedios acerca de la última partida de jabón amarillo y la franeleta para el reuma de don Juan; pero me refrené, pues ¿cómo delegar en el criterio del mozo la estimación de lo que era importante o no?
Por descontado que al otro día me interrumpió la siesta con los libros en devolución para Villarroel. Ahí se produjo la primera novedad: don Juan, dijo don Tadeíto, ya no quería textos; quería diarios viejos, que él debía procurar al kilo, en la mercería, la carnicería y la panadería. A su debido tiempo me enteré de que los diarios, como antes los libros, iban a parar al depósito.
Después hubo un período en que no ocurrió nada. El alma no tiene arreglo: eché de menos los mismos golpes que antes me arrancaban de la siesta. Quería que pasara algo, bueno o malo. Habituado a la vida intensa, ya no me resignaba a la pachorra. Por fin una noche el alumno, tras un prolijo inventario de los efectos de la sal y otras materias nutritivas en el organismo de doña Remedios, sin la más leve alteración de tono que prepara para un cambio de tema, recitó:
—Padrino dijo a doña Remedios que tienen una visita viviendo en el depósito y que por poco no se la lleva por delante los otros días, porque miraba a una especie de columpio de parque de diversiones al que no había dado entrada en los libros y que él no perdió el aplomo aunque el estado de la misma daba lástima y le recordaba un bagre boqueando fuera de la laguna. Dijo que atinó a traer un balde lleno de agua, porque sin pensarlo comprendió que le pedían agua y él no iba a permitir cruzado de brazos que un semejante muriera. No obtuvo resultado apreciable y prefirió acercar un bebedero a tocar la visita. Llenó el bebedero a baldazos y no obtuvo resultado apreciable. De pronto se acordó del molinete y como el médico de cabecera que prueba, dijo, a tientas los remedios para salvar a un moribundo, corrió a buscar el molinete y lo conectó. A ojos vista el resultado fue apreciable porque el moribundo revivió como si le cayera de lo más bien respirar el aire mojado. Padrino dijo que perdió un rato con su visita, porque le preguntó como pudo si necesitaba algo y que la visita era francamente avispada y al cabo de un cuartito de hora ya picoteaba por acá y por allá alguna palabra en castilla y le pedía los rudimentos para instruirse. Padrino dijo que mandó al ahijado a pedir los textos de los primeros grados al maestro. Como la visita era francamente avispada aprendió todos los grados en dos días y en uno lo que tuvo ganas del bachillerato. Después, dijo padrino, se puso a leer los diarios para enterarse de cómo andaba el mundo.
Aventuré la pregunta:
—¿La conversación fue hoy?
—Y, claro —contestó—, mientras tomaban el café.
—¿Dijo algo más tu padrino?
—Y, claro, pero no me acuerdo.
—¿Cómo no me acuerdo? —protesté airadamente.
—Y, usted me interrumpió —explicó el alumno.
—Te doy la razón. Pero no me vas a dejar así —argumenté-muerto de curiosidad. A ver, un esfuerzo.
—Y, usted me interrumpió.
—Ya sé. Te interrumpí. Yo tengo toda la culpa.
—Toda la culpa —repitió.
—Don Tadeíto es bueno —dije—. No va a dejar así al maestro en la mitad de la charla, para seguir mañana o nunca.
Con honda pena repitió:
—O nunca.
Yo estaba contrariado, como si me sustrajeran una ganancia de gran valor. No sé por qué reflexioné que nuestro diálogo consistía en repeticiones y de repente entreví en eso mismo una esperanza. Repetí la última frase del relato de don Tadeíto.
—Leyó los diarios para enterarse de cómo andaba el mundo. Mi alumno continuó indiferentemente:
—Dijo padrino que la visita quedó pasmada al enterarse de que el gobierno de este mundo no estaba en manos de gente de lo mejorcito, sino más bien de medias cucharas, cuando no de pelafustanes. Que tal morralla tuviera a su arbitrio la bomba atómica, dijo la visita, era de alquilar balcones. Que si la tuviera a su arbitrio la gente de lo mejorcito, acabaría por tirarla, porque está visto que si alguien la tiene, la tira; pero que la tuviera esa morralla no era serio. Dijo que en otros mundos antes de ahora descubrieron la bomba y que tales mundos fatalmente reventaron. Que los tuvo sin cuidado que reventaran, porque estaban lejos, pero que nuestro mundo está cerca y que ellos temen que una explosión en cadena los envuelva.
La increíble sospecha de que don Tadeíto se burlaba de mí, me llevó a interrogarlo con severidad:
—¿Estuviste leyendo Sobre cosas que se ven en el cielo del doctor Jung?
Por fortuna no oyó la interrupción y prosiguió:
—Dijo padrino que la visita dijo que vino de su planeta en un vehículo especialmente fabricado a puro pulmón, porque por allá escasea el material adecuado y que es el fruto de años de investigación y trabajo. Que vino como amigo y como libertador, y que pedía el pleno apoyo de padrino para llevar adelante un plan para salvar el mundo. Dijo padrino que la entrevista con la visita tuvo lugar esta tarde y que él, ante la gravedad, no trepidó en molestar a doña Remedios, para recabarle su opinión, que desde ya descontaba era la suya.
Como la pausa inmediata no concluía, pregunté cuál fue la respuesta de la señora.
—Ah, no sé —contestó.
—¿Cómo ah no sé? —repetí enojado de nuevo.
—Los dejé hablando y me vine, porque era hora de clase. Pensé yo solo: cuando no llego tarde el maestro se pone contento.
Envanecida la cara de oveja esperaba congratulaciones. Con admirable presencia de ánimo reflexioné que los muchachos no creerían mi relato, si no llevaba como testigo a don Tadeíto. Violentamente lo empuñé de un brazo y a empujones lo llevé hasta el bar. Ahí estaban los amigos, con el agregado del gallego Villarroel.
Mientras tenga memoria no olvidaré aquella noche.
—Señores —grité, a tiempo que proyectaba a don Tadeíto contra nuestra mesa—. Traigo la explicación de todo, una novedad de envergadura y un testigo que no me dejará mentir. Con lujo de detalle don Juan comunicó el hecho a su señora madre y mi fiel alumno no perdió palabra. En el depósito del corralón, aquí no más, pared por medio, está alojado, ¿adivinen quién?, un habitante de otro mundo. No se alarmen, señores: aparentemente el viajero no dispone de constitución robusta, ya que tolera mal el aire seco de nuestra ciudad (todavía resultaremos competidores de Córdoba) y para que no muera como pescado fuera del agua, don Juan le enchufó el molinete, que de continuo humedece el ambiente del depósito. Es más: aparentemente el móvil del arribo del monstruo no debe provocar inquietud. Llegó para salvarnos, persuadido de que el mundo va camino de estallar por la bomba atómica y a calzón quitado informó a don Juan de su punto de vista. Naturalmente, don Juan, mientras degustaba el café, consultó con doña Remedios. Es de lamentar que este mozo aquí presente —agité a don Tadeíto, como si fuera monigote— se retiró justo a tiempo de no oír la opinión de doña Remedios, de modo que no sabemos qué resolvieron.
—Sabemos —dijo el librero, moviendo como trompa labios mojados y gordos.
Me incomodó que me corrigieran la plana en una novedad de la que me creía único depositario. Inquirí:
—¿Qué sabemos?
—No se amosque usted —pidió Villarroel, que ve bajo el agua—. Si es como usted dice aquello de que el viajero muere si le quitan el molinete, don Juan le condenó a morir. De casa acá pasé frente a Las Margaritas y a la luz de la luna vi perfectamente el molinete que regaba el jardín como antes.
—Yo también lo vi —confirmó Chazarreta.
—Con la mano en el corazón —murmuró Aldini— les digo que el viajero no mintió. Tarde o temprano reventamos con la bomba atómica. No veo escapatoria.
Como hablando solo preguntó Badaracco:
—No me digan que esos viejos, entre ellos, liquidaron nuestra última esperanza.
—Don Juan no quiere que le cambien su composición de lugar —opinó el gallego—. Prefiere que este mundo estalle, a que la salvación venga de otros. Vea usted, es una manera de amar a la humanidad.
—Asco por lo desconocido —comenté—. Oscurantismo. Afirman que el miedo aviva la mente. La verdad es que algo extraño flotaba en el bar aquella noche, y que todos aportábamos ideas.
—Coraje, muchachos, hagamos algo —exhortó Badaracco—. Por amor a la humanidad.
—¿Por qué tiene usted, señor Badaracco, tanto amor a la humanidad? —preguntó el gallego.
Ruborizado, Badaracco balbuceó:
—No sé. Todos sabemos.
—¿Qué sabemos, señor Badaracco? ¿Si usted piensa en los hombres, les encuentra admirables? Yo todo lo contrario: estúpidos, crueles, mezquinos, envidiosos —declaró Villarroel.
—Cuando hay elecciones —reconoció Chazarreta— tu bonita humanidad se desnuda rápidamente y se muestra tal cual es. Gana siempre el peor.
—¿El amor por la humanidad es una frase hueca? —pregunté.
—No, señor maestro —respondió Villarroel—. Llamamos amor a la humanidad a la compasión por el dolor ajeno y a la veneración por las obras de nuestros grandes ingenios, por el Quijote del Manco Inmortal, por los cuadros de Velázquez y de Murillo. En ninguna de ambas formas vale ese amor como argumento para demorar el fin del mundo. Sólo para los hombres existen las obras y después del fin del mundo (el día llegará, por la bomba o por muerte natural) no tendrán ni justificación ni asidero, créame usted. En cuanto a la compasión, sale gananciosa con un fin próximo… Como de ninguna manera nadie escapará a la muerte ¡que venga pronto, para todos, que así la suma del dolor será la mínima!
—Perdemos tiempo en el preciosismo de una charla académica y aquí nomás, pared por medio, muere nuestra última esperanza —dije con una elocuencia que fui el primero en admirar.
—Hay que obrar ahora —observó Badaracco—. Pronto será tarde.
—Si le invadimos el corralón, don Juan a lo mejor se enoja —apuntó Di Pinto.
Don Pomponio, que se arrimó sin que lo oyéramos y por poco nos derriba con el susto, propuso:
—¿Por qué no destacan a este mozo don Tadeíto como piquete de avanzada? Sería lo prudente.
—Bueno —aprobó Toledo—. Que don Tadeíto conecte el molinete en el depósito y que espíe, para contarnos cómo es el viajero de otro planeta.
En tropel salimos a la noche, iluminada por la impasible luna. Casi llorando rogaba Badaracco:
—Generosidad, muchachos. No importa que pongamos en peligro el pellejo. Están pendientes de nosotros todas las madres y todas las criaturas del mundo.
Frente al corralón nos arremolinamos, hubo marchas y contramarchas, cabildeos y corridas. Por fin Badaracco juntó coraje y empujó adentro a don Tadeíto. Mi alumno volvió después de un rato interminable, para comunicar:
—El bagre se murió.
Nos desbandamos tristemente. El librero regresó conmigo. Por una razón que no entiendo del todo su compañía me confortaba.
Frente a Las Margaritas, mientras el molinete monótonamente regaba el jardín, exclamé:
—Yo le echo en cara la falta de curiosidad —para agregar con la mirada absorta en las constelaciones—: Cuántas Américas y Terranovas infinitas perdimos esta noche.
—Don Juan —dijo Villarroel— prefirió vivir en su ley de hombre limitado. Yo le admiro el coraje. Nosotros dos, ni siquiera a entrar aquí nos atrevemos.
Dije:
—Es tarde.
—Es tarde —repitió.
Como he de comunicar un hecho de primer orden, presento mis credenciales al lector. De espíritu amplio e ideas avanzadas, devoro cuanto libro atrapo en la librería de mi amigo el gallego Villarroel, desde el doctor Jung hasta Hugo, Walter Scott y Goldoni, sin olvidar el último tomito de Escenas matritenses. Mi meta es la cultura, pero bordeo los «malditos treinta años» y de veras temo que me quede por aprender más de lo que sé. En resumen, procuro seguir el movimiento e inculcar las luces entre los vecinos, todos bellas personas, platita labrada, eso sí muy afectos a la siesta que hereditariamente acunan desde la Edad Media y el oscurantismo. Soy docente —maestro de escuela— y periodista. Ejerzo la cátedra de la péndola en modestos órganos locales, ora factótum de El Mirasol (título mal elegido, que provoca pullas y atrae una enormidad de correspondencia errónea, pues nos toman por tribuna cerealista), ora de Nueva Patria.
El tema de esta crónica ofrece una particularidad que no quiero omitir; no sólo ocurrió el hecho en mi pueblo; ocurrió en la manzana donde transcurre mi vida entera, donde se halla mi hogar, mi escuelita —segundo hogar— y el bar de un hotel frente a la estación, al que acudimos noche a noche, en altas horas, el núcleo con inquietud de la juventud lugareña. El epicentro del fenómeno, el foco si prefieren, fue el corralón de don Juan Camargo, cuyos fondos lindan por el costado este con el hotel y por el norte con el patio de casa. Un par de circunstancias, que no cualquiera vincularía, lo anunciaron: me refiero al pedido de los libros y al retiro del molinete de riego.
Las Margaritas, el petit-hôtel particular de don Juan, verdadero chaletprovisto de florido jardín a la calle, ocupa la mitad del frente y apenas parte del fondo del terreno del corralón, donde se amontonan incalculables materiales, como reliquias de buques en el fondo del mar. En cuanto al molinete, giró siempre en el apuntado jardín, al extremo de configurar una de las más viejas tradiciones y una de las más interesantes peculiaridades de nuestro pueblo.
Un día domingo, a principios de mes, misteriosamente el molinete faltó. Como al cabo de la semana no había reaparecido, el jardín perdió color y brillo. Mientras muchos miraron sin ver, hubo uno a quien la curiosidad embargó desde el primer momento. Ese uno infestó a otros, y a la noche, en el bar, frente a la estación, la muchachada bullía de preguntas y comentarios. De tal modo, al calor de una comezón ingenua, natural, destapamos algo que tenía poco de natural y resultó una sorpresa.
Bien sabíamos que don Juan no era hombre de cortar el agua del jardín, por descuido, un verano seco. Por de pronto lo reputamos pilar del pueblo. Con fidelidad la estampa retrata el carácter de nuestro cincuentón: elevada estatura, porte corpulento, cabello cano peinado en dóciles mitades, cuyas ondas dibujan arcos paralelos a los del bigote y a los inferiores de la cadena del reloj. Otros detalles revelan al caballero chapado a la antigua: breeches, polainas de cuero, botín. En su vida, regida por la moderación y el orden, nadie, que yo recuerde, computó una debilidad, llámela borrachera, mujerzuela o traspié político. En un ayer que de buen grado olvidaríamos —¿quién de nosotros, en materia de infamia, no arrojó su canita al aire?— don Juan se mantuvo limpio. Por algo le reconocieron autoridad los mismos interventores de la Cooperativa, etcétera, gente muy poco espectable, francamente pelandrunes. Por algo en años ingratos aquel bigotazo constituyó el manubrio del que la familia sana del pueblo se mantuvo colgada.
Obligatorio es reconocer que este varón señero milita ideas de viejo cuño y que nuestras filas, de suyo idealistas, hasta ahora no produjeron prohombres de temple comparable. En un país nuevo, las ideas nuevas carecen de tradición. Ya se sabe, sin tradición no hay estabilidad.
Por arriba de esta figura, nuestra jerarquía ad usum no pone a nadie, salvo a doña Remedios, madre y consejera única de tan abultado hijo. Entre nosotros, no sólo porque manu militari arregla cuanto conflicto le someten o no, la llamamos Remedio Heroico. Aunque burlesco, el mote es cariñoso.
Para completar el cuadro de quienes viven en el chalet, ya no falta sino un apéndice indudablemente menor, el ahijado, don Tadeíto, alumno del turno de la noche de mi escuela. Como doña Remedios y don Juan no toleran casi nunca extraños en la casa, ni en calidad de colaboradores ni de invitados, el muchacho reúne sobre la testa los títulos de peón y dependiente del corralón y de sirvientillo de Las Margaritas. Agreguen a lo anterior que el pobre diablo acude regularmente a mis clases y comprenderán por qué respondo con cajas destempladas a cuantos, por pifia y maldad pura, le endosan el sonsonete de un apodo. Que olímpicamente lo rechazaran del servicio militar me tiene sin cuidado, porque de envidioso no peco.
El domingo en cuestión, a una hora que se me extravió entre las dos y las cuatro de la tarde, llamaron a mi puerta, con el deliberado afán, a juzgar por los golpes, de voltearla. Tambaleando me incorporé, murmuré: «No es otro», proferí palabras que no están bien en boca de un maestro y como si ésta no fuera época de visitas desagradables abrí, seguro de encontrar a don Tadeíto. Tuve razón. Ahí sonreía el alumno, con la cara tan flacucha que ni siquiera servía de pantalla contra el sol, de lleno en mis ojos. A lo que entendí solicitaba, a boca de jarro y con esa voz que de pronto se ahuyenta, textos de primer grado, segundo y tercero. Irritadamente inquirí:
—¿Podrías informar para qué?
—Pide padrino —contestó.
En el acto entregué los libros y olvidé el episodio como si fuera parte de un sueño.
Horas después, cuando me dirigía a la estación y alargaba el camino con una vuelta para matar el tiempo, advertí en Las Margaritas la falta del molinete. La comenté en el andén, mientras esperábamos el expreso de Plaza de las 19:30 que llegó a las 20:54, y la comenté a la noche, en el bar. No me referí al pedido de textos, ni menos aún vinculé un hecho con otro, porque al primero, ya dije, lo registré apenas en la memoria.
Supuse que tras un día tan movido retomaríamos el tranco habitual. El lunes, a la hora de la siesta, alborozadamente me dije: «Ésta va de veras», pero todavía cosquilleaba el fleco del poncho la nariz, cuando empezó el estruendo. Murmurando: «Y hoy qué le ha dado. Si lo pesco a las patadas en la puerta pagará lágrimas de sangre», enfilé las alpargatas y me encaminé al zaguán.
—¿Ya es una costumbre interrumpir a tu maestro? —espeté al recibir de vuelta la pila de libros.
La sorpresa me confundió enteramente, porque oí por toda contestación:
—Pide padrino los de tercero, cuarto y quinto. Logré articular:
—¿Para qué?
—Pide padrino —explicó don Tadeíto.
Entregué los libros y volví al lecho, en pos del sueño. Admito que dormí, pero lo hice, ruego que me crean, en el aire.
Luego, camino de la estación, comprobé que el molinete no había retomado su puesto y que el tono amarillo se difundía en el jardín. Conjeturé, por lógica, despropósitos y en pleno andén, mientras el físico se lucía ante frívolas bandadas de señoritas, la mente aún trabajaba en la interpretación del misterio.
Mirando la luna, enorme allá por el cielo, uno de nosotros, creo que Di Pinto, entregado siempre a la quimera romántica de quedar como hombre de campo (¡por favor, ante los amigos de toda la vida!), comentó:
—La luna hizo de seca. No atribuyamos, pues, a un pronóstico de lluvia el retiro del artefacto. ¡Su móvil habrá tenido nuestro don Juan!
Badaracco, mozo despierto, que presenta un lunar, porque en otra época, aparte del sueldo bancario, cobraba un tanto por delación, me preguntó:
—¿Por qué no apestillas al respecto al taradito?
—¿A quién? —interrogué por decoro.
—A tu alumno —respondió.
Aprobé el temperamento y lo apliqué esa misma noche, después de clase. Traté de marear primero a don Tadeíto con la perogrullada de que la lluvia entona al vegetal, para atacar por fin a fondo. El diálogo fue como sigue:
—¿Se descompaginó el molinete?
—No.
—No lo veo en el jardín.
—¿Cómo lo va a ver?
—¿Por qué cómo lo voy a ver?
—Porque está regando el depósito.
Aclaro que entre nosotros llamamos depósito a la última barraca del corralón, donde don Juan amontona los materiales de poca venta, por ejemplo, estrafalarias estufas y estatuas, monolitos y malacates.
Urgido por el deseo de notificar a los muchachos de la novedad sobre el molinete, ya despachaba a mi alumno sin interrogarlo sobre el otro punto. Recordar y chillar fue todo uno. Desde el zaguán don Tadeíto me miró con ojos de oveja.
—¿Qué hace don Juan con los textos? —grité.
—Y… —gritó de vuelta— los deposita en el depósito.
Alelado corrí al hotel. Ante mis comunicaciones, tal como lo preví, cundió la perplejidad entre la juventud. Todos formulamos alguna opinión, pues el buen callar en aquel momento era un bochorno, y por fortuna nadie prestó oídos a nadie. O quizá prestara oídos el patrón, el enorme don Pomponio del vientre hidrópico, a quien los del grupo a gatas distinguimos de las columnas, mesas y vajilla, porque la soberbia del intelecto nos ofusca. La voz de bronce, apagada por ríos de ginebra, de don Pomponio, llamó al orden. Siete caras miraron para arriba y catorce ojos quedaron pendientes de una sola cara roja y brillante, que se partía en la boca, para inquirir:
—¿Por qué no se dan traslado en comitiva y piden explicación a don Juan en persona?
El sarcasmo despabiló a uno, de apellido Aldini, que estudia por correspondencia y lleva corbata blanca. Enarcando las cejas me dijo:
—¿Por qué no ordenas a tu alumno que espíe las conversaciones entre doña Remedios y don Juan? Después le aplicas la picana.
—¿Qué picana?
—Tu autoridad de maestro ciruela —aclaró con odio.
—¿Don Tadeíto tiene memoria? —preguntó Badaracco.
—Tiene —afirmé—. Lo que entra en su caletre, por un rato queda fotografiado.
—Don Juan —continuó Aldini— para todo se aconseja de doña Remedios.
—Ante un testigo como el ahijado —declaró Di Pinto— hablarán con entera libertad.
—Si hay misterio, saldrá a relucir —vaticinó Toledo. Chazarreta, que trabaja de ayudante en la feria, gruñó:
—Si no hay misterio ¿qué hay?
Como el diálogo se desencaminaba, Badaracco, famoso por la ecuanimidad, contuvo a los polemistas.
—Muchachos —los reconvino—, no están en edad de malgastar energías.
Para tener la última palabra, Toledo repitió:
—Si hay misterio, saldrá a relucir.
Salió a relucir, pero no sin que antes giraran días enteros.
A la otra siesta, cuando me hundía en el sueño, resonaron, cómo no, los golpes. A juzgar por las palpitaciones, resonaron a un tiempo en la puerta y en mi corazón. Don Tadeíto traía los libros de la víspera y reclamaba los de primer año, segundo y tercero, del ciclo secundario. Porque el texto superior escapa a mi órbita, hubo que comparecer en el negocio de librería de Villarroel, a vivo golpe en la puerta despertar al gallego y aplacarlo posteriormente con la satisfacción de que don Juan reclamaba los libros. Como era de temer, el gallego preguntó:
—¿Qué mosca picó al tío ese? En la perra vida compró un libro y a la vejez viruela. Va de suyo que el muy chulo los pide en préstamo.
—No lo tome a la tremenda, gallego —le razoné con palmaditas—. Por lo amargado parece criollo.
Referí los pedidos previos de textos primarios y mantuve la más estricta reserva en cuanto al molinete, de cuya desaparición, según él mismo me dio a entender, estaba perfectamente compenetrado. Con los libracos debajo del brazo, agregué:
—A la noche nos reunimos en el bar del hotel para debatir todo esto. Si quiere aportar su grano de arena, allá nos encuentra.
En el trayecto de ida y vuelta no vimos un alma, salvo al perro barcino del carnicero, que debía de estar de nuevo empachado, porque en sus cabales ni el más humilde irracional se expone a la resolana de las dos de la tarde.
Adoctriné al discípulo para que me reportara verbatim las conversaciones entre don Juan y doña Remedios. Por algo afirman que en el pecado está el castigo. Esa misma noche emprendí una tortura que, en mi gula de curioso, no había previsto: escuchar aquellos coloquios puntualmente comunicados, interminables y de lo más insulsos. De cuando en cuando llegó a la punta de mi lengua alguna ironía cruel sobre que me tenían sin cuidado las opiniones de doña Remedios acerca de la última partida de jabón amarillo y la franeleta para el reuma de don Juan; pero me refrené, pues ¿cómo delegar en el criterio del mozo la estimación de lo que era importante o no?
Por descontado que al otro día me interrumpió la siesta con los libros en devolución para Villarroel. Ahí se produjo la primera novedad: don Juan, dijo don Tadeíto, ya no quería textos; quería diarios viejos, que él debía procurar al kilo, en la mercería, la carnicería y la panadería. A su debido tiempo me enteré de que los diarios, como antes los libros, iban a parar al depósito.
Después hubo un período en que no ocurrió nada. El alma no tiene arreglo: eché de menos los mismos golpes que antes me arrancaban de la siesta. Quería que pasara algo, bueno o malo. Habituado a la vida intensa, ya no me resignaba a la pachorra. Por fin una noche el alumno, tras un prolijo inventario de los efectos de la sal y otras materias nutritivas en el organismo de doña Remedios, sin la más leve alteración de tono que prepara para un cambio de tema, recitó:
—Padrino dijo a doña Remedios que tienen una visita viviendo en el depósito y que por poco no se la lleva por delante los otros días, porque miraba a una especie de columpio de parque de diversiones al que no había dado entrada en los libros y que él no perdió el aplomo aunque el estado de la misma daba lástima y le recordaba un bagre boqueando fuera de la laguna. Dijo que atinó a traer un balde lleno de agua, porque sin pensarlo comprendió que le pedían agua y él no iba a permitir cruzado de brazos que un semejante muriera. No obtuvo resultado apreciable y prefirió acercar un bebedero a tocar la visita. Llenó el bebedero a baldazos y no obtuvo resultado apreciable. De pronto se acordó del molinete y como el médico de cabecera que prueba, dijo, a tientas los remedios para salvar a un moribundo, corrió a buscar el molinete y lo conectó. A ojos vista el resultado fue apreciable porque el moribundo revivió como si le cayera de lo más bien respirar el aire mojado. Padrino dijo que perdió un rato con su visita, porque le preguntó como pudo si necesitaba algo y que la visita era francamente avispada y al cabo de un cuartito de hora ya picoteaba por acá y por allá alguna palabra en castilla y le pedía los rudimentos para instruirse. Padrino dijo que mandó al ahijado a pedir los textos de los primeros grados al maestro. Como la visita era francamente avispada aprendió todos los grados en dos días y en uno lo que tuvo ganas del bachillerato. Después, dijo padrino, se puso a leer los diarios para enterarse de cómo andaba el mundo.
Aventuré la pregunta:
—¿La conversación fue hoy?
—Y, claro —contestó—, mientras tomaban el café.
—¿Dijo algo más tu padrino?
—Y, claro, pero no me acuerdo.
—¿Cómo no me acuerdo? —protesté airadamente.
—Y, usted me interrumpió —explicó el alumno.
—Te doy la razón. Pero no me vas a dejar así —argumenté-muerto de curiosidad. A ver, un esfuerzo.
—Y, usted me interrumpió.
—Ya sé. Te interrumpí. Yo tengo toda la culpa.
—Toda la culpa —repitió.
—Don Tadeíto es bueno —dije—. No va a dejar así al maestro en la mitad de la charla, para seguir mañana o nunca.
Con honda pena repitió:
—O nunca.
Yo estaba contrariado, como si me sustrajeran una ganancia de gran valor. No sé por qué reflexioné que nuestro diálogo consistía en repeticiones y de repente entreví en eso mismo una esperanza. Repetí la última frase del relato de don Tadeíto.
—Leyó los diarios para enterarse de cómo andaba el mundo. Mi alumno continuó indiferentemente:
—Dijo padrino que la visita quedó pasmada al enterarse de que el gobierno de este mundo no estaba en manos de gente de lo mejorcito, sino más bien de medias cucharas, cuando no de pelafustanes. Que tal morralla tuviera a su arbitrio la bomba atómica, dijo la visita, era de alquilar balcones. Que si la tuviera a su arbitrio la gente de lo mejorcito, acabaría por tirarla, porque está visto que si alguien la tiene, la tira; pero que la tuviera esa morralla no era serio. Dijo que en otros mundos antes de ahora descubrieron la bomba y que tales mundos fatalmente reventaron. Que los tuvo sin cuidado que reventaran, porque estaban lejos, pero que nuestro mundo está cerca y que ellos temen que una explosión en cadena los envuelva.
La increíble sospecha de que don Tadeíto se burlaba de mí, me llevó a interrogarlo con severidad:
—¿Estuviste leyendo Sobre cosas que se ven en el cielo del doctor Jung?
Por fortuna no oyó la interrupción y prosiguió:
—Dijo padrino que la visita dijo que vino de su planeta en un vehículo especialmente fabricado a puro pulmón, porque por allá escasea el material adecuado y que es el fruto de años de investigación y trabajo. Que vino como amigo y como libertador, y que pedía el pleno apoyo de padrino para llevar adelante un plan para salvar el mundo. Dijo padrino que la entrevista con la visita tuvo lugar esta tarde y que él, ante la gravedad, no trepidó en molestar a doña Remedios, para recabarle su opinión, que desde ya descontaba era la suya.
Como la pausa inmediata no concluía, pregunté cuál fue la respuesta de la señora.
—Ah, no sé —contestó.
—¿Cómo ah no sé? —repetí enojado de nuevo.
—Los dejé hablando y me vine, porque era hora de clase. Pensé yo solo: cuando no llego tarde el maestro se pone contento.
Envanecida la cara de oveja esperaba congratulaciones. Con admirable presencia de ánimo reflexioné que los muchachos no creerían mi relato, si no llevaba como testigo a don Tadeíto. Violentamente lo empuñé de un brazo y a empujones lo llevé hasta el bar. Ahí estaban los amigos, con el agregado del gallego Villarroel.
Mientras tenga memoria no olvidaré aquella noche.
—Señores —grité, a tiempo que proyectaba a don Tadeíto contra nuestra mesa—. Traigo la explicación de todo, una novedad de envergadura y un testigo que no me dejará mentir. Con lujo de detalle don Juan comunicó el hecho a su señora madre y mi fiel alumno no perdió palabra. En el depósito del corralón, aquí no más, pared por medio, está alojado, ¿adivinen quién?, un habitante de otro mundo. No se alarmen, señores: aparentemente el viajero no dispone de constitución robusta, ya que tolera mal el aire seco de nuestra ciudad (todavía resultaremos competidores de Córdoba) y para que no muera como pescado fuera del agua, don Juan le enchufó el molinete, que de continuo humedece el ambiente del depósito. Es más: aparentemente el móvil del arribo del monstruo no debe provocar inquietud. Llegó para salvarnos, persuadido de que el mundo va camino de estallar por la bomba atómica y a calzón quitado informó a don Juan de su punto de vista. Naturalmente, don Juan, mientras degustaba el café, consultó con doña Remedios. Es de lamentar que este mozo aquí presente —agité a don Tadeíto, como si fuera monigote— se retiró justo a tiempo de no oír la opinión de doña Remedios, de modo que no sabemos qué resolvieron.
—Sabemos —dijo el librero, moviendo como trompa labios mojados y gordos.
Me incomodó que me corrigieran la plana en una novedad de la que me creía único depositario. Inquirí:
—¿Qué sabemos?
—No se amosque usted —pidió Villarroel, que ve bajo el agua—. Si es como usted dice aquello de que el viajero muere si le quitan el molinete, don Juan le condenó a morir. De casa acá pasé frente a Las Margaritas y a la luz de la luna vi perfectamente el molinete que regaba el jardín como antes.
—Yo también lo vi —confirmó Chazarreta.
—Con la mano en el corazón —murmuró Aldini— les digo que el viajero no mintió. Tarde o temprano reventamos con la bomba atómica. No veo escapatoria.
Como hablando solo preguntó Badaracco:
—No me digan que esos viejos, entre ellos, liquidaron nuestra última esperanza.
—Don Juan no quiere que le cambien su composición de lugar —opinó el gallego—. Prefiere que este mundo estalle, a que la salvación venga de otros. Vea usted, es una manera de amar a la humanidad.
—Asco por lo desconocido —comenté—. Oscurantismo. Afirman que el miedo aviva la mente. La verdad es que algo extraño flotaba en el bar aquella noche, y que todos aportábamos ideas.
—Coraje, muchachos, hagamos algo —exhortó Badaracco—. Por amor a la humanidad.
—¿Por qué tiene usted, señor Badaracco, tanto amor a la humanidad? —preguntó el gallego.
Ruborizado, Badaracco balbuceó:
—No sé. Todos sabemos.
—¿Qué sabemos, señor Badaracco? ¿Si usted piensa en los hombres, les encuentra admirables? Yo todo lo contrario: estúpidos, crueles, mezquinos, envidiosos —declaró Villarroel.
—Cuando hay elecciones —reconoció Chazarreta— tu bonita humanidad se desnuda rápidamente y se muestra tal cual es. Gana siempre el peor.
—¿El amor por la humanidad es una frase hueca? —pregunté.
—No, señor maestro —respondió Villarroel—. Llamamos amor a la humanidad a la compasión por el dolor ajeno y a la veneración por las obras de nuestros grandes ingenios, por el Quijote del Manco Inmortal, por los cuadros de Velázquez y de Murillo. En ninguna de ambas formas vale ese amor como argumento para demorar el fin del mundo. Sólo para los hombres existen las obras y después del fin del mundo (el día llegará, por la bomba o por muerte natural) no tendrán ni justificación ni asidero, créame usted. En cuanto a la compasión, sale gananciosa con un fin próximo… Como de ninguna manera nadie escapará a la muerte ¡que venga pronto, para todos, que así la suma del dolor será la mínima!
—Perdemos tiempo en el preciosismo de una charla académica y aquí nomás, pared por medio, muere nuestra última esperanza —dije con una elocuencia que fui el primero en admirar.
—Hay que obrar ahora —observó Badaracco—. Pronto será tarde.
—Si le invadimos el corralón, don Juan a lo mejor se enoja —apuntó Di Pinto.
Don Pomponio, que se arrimó sin que lo oyéramos y por poco nos derriba con el susto, propuso:
—¿Por qué no destacan a este mozo don Tadeíto como piquete de avanzada? Sería lo prudente.
—Bueno —aprobó Toledo—. Que don Tadeíto conecte el molinete en el depósito y que espíe, para contarnos cómo es el viajero de otro planeta.
En tropel salimos a la noche, iluminada por la impasible luna. Casi llorando rogaba Badaracco:
—Generosidad, muchachos. No importa que pongamos en peligro el pellejo. Están pendientes de nosotros todas las madres y todas las criaturas del mundo.
Frente al corralón nos arremolinamos, hubo marchas y contramarchas, cabildeos y corridas. Por fin Badaracco juntó coraje y empujó adentro a don Tadeíto. Mi alumno volvió después de un rato interminable, para comunicar:
—El bagre se murió.
Nos desbandamos tristemente. El librero regresó conmigo. Por una razón que no entiendo del todo su compañía me confortaba.
Frente a Las Margaritas, mientras el molinete monótonamente regaba el jardín, exclamé:
—Yo le echo en cara la falta de curiosidad —para agregar con la mirada absorta en las constelaciones—: Cuántas Américas y Terranovas infinitas perdimos esta noche.
—Don Juan —dijo Villarroel— prefirió vivir en su ley de hombre limitado. Yo le admiro el coraje. Nosotros dos, ni siquiera a entrar aquí nos atrevemos.
Dije:
—Es tarde.
—Es tarde —repitió.
lunes, 25 de mayo de 2020
Emociones Inteligentes
Son muchas las personas que cuando se encuentran en medio de cambios en su vida, se estresan tanto que incluso pueden generar cuadros graves de ansiedad. Una ansiedad que podría evitarse si se adaptasen mejor a los cambios que ocurren inevitablemente en la vida. Aunque no siempre es tan fácil para todos.
Solo tienes que fijarte en cómo la vida puede cambiar repentinamente y ponerlo todo del revés en un minuto. Puede ser un cambio de trabajo, de casa, un embarazo, un divorcio, la muerte de un ser querido, una enfermedad o sufrir una discapacidad. Son muchas las circunstancias que pueden hacer que tu vida se quede "patas arriba"... y que los cambios hagan que sientas nervios en tu estómago.
Reaccionar frente a los cambios repentinos
¿Cómo reaccionas cuando te enfrentas a un cambio repentino? Las personas tienden a responder a cualquier situación de la vida con dos emociones: amor o miedo. O nos permitimos expandirnos cuando nos sentimos positivos o nos sentimos paralizados y estancados cuando nos enfrentamos a desafíos difíciles.
Algunas personas pueden aceptar la incertidumbre y enfrentar el desafío, mientras que otras se retiran con cautela y se abstienen de hacer las cosas de manera diferente. Incluso puedes pensar que las personas que admiras que muestran una disposición positiva nacen así, pero la realidad es que muchas veces han salido de su "zona de confort" y han experimentado pequeñas victorias al no ceder al miedo. Solo después del esfuerzo podemos ver resultados... Y es que a veces, hay que hacer las cosas con miedo... ¡pero hacerlas!
Si no sabes cómo enfrentarte a los cambios y sueles sucumbir al miedo y a la ansiedad, no te pierdas las siguientes estrategias para que te ayuden a prosperar en mitad de los cambios.
Mejora tu actitud
Para mejorar tu actitud es necesario que recompenses tu cerebro. Las palabras y el lenguaje que eliges son extremadamente poderosos para transformar tu mentalidad negativa en positiva. Las palabras tienen la capacidad de modelar tus pensamientos, porque en lo que te centras es lo que crece en tu interior. Así que sé consciente de tus patrones de pensamiento en medio del cambio.
Puedes tener una mente más positiva si "reconfiguras" tu cerebro para que seas capaz de dominar tus pensamientos en lugar de permitir que ellos te dominen a ti. Para conseguirlo sigue estas estrategias:
Recopila y verbaliza los pensamientos que tengan significado para ti
Ten un diario de gratitud para anotar recuerdos especiales que recuerden las cosas buenas de la vida
Sé amable contigo mismo y reconoce las cosas buenas que haces y que siempre haces lo que puedes
La comunicación alivia la ansiedad
Cuando puedes confiar en otros, abres el canal para la comunicación. Al estar dispuesto a expresar tus miedos, te permite intercambiar ideas sobre las opciones. Tu confidente puede ofrecerte un oído que escucha, una perspectiva o una solución que tal vez no hayas considerado previamente.
Comprométete
Reunir el coraje que necesitas para enfrentar un cambio inesperado no muestra la ausencia de miedo sino la opción de dar un paso audaz en alguna dirección en lugar de quedarte quieto. Una vez que te comprometas con un camino de acción, observa cómo enfrentar el desafío aumentará la confianza en ti mismo. Lo importante que se debes recordar es generar valor al experimentar pequeñas victorias, una por una. El coraje no siempre ruge. A veces, el coraje es la vocecita al final del día que dice: "mañana volveré a intentarlo".
¡Paciencia!
Mientras reflexionas sobre tus opciones en medio de un cambio, tu instinto te da pistas dentro de tus emociones. Descansa y céntrate en cómo te sientes en cada momento, si te sientes mal por algún motivo es una señal de que debes cambiar lo que no te hace sentir bien. El tiempo también implica ser paciente y fluir entre el hacer y el ser. Asumir nuevas habilidades, por ejemplo, y dar tiempo para que descansen los nuevos conocimientos.
https:// www.bekiapsicologia.com/ articulos/ prosperar-mitad-cambio/
Emociones Inteligentes ✨
Solo tienes que fijarte en cómo la vida puede cambiar repentinamente y ponerlo todo del revés en un minuto. Puede ser un cambio de trabajo, de casa, un embarazo, un divorcio, la muerte de un ser querido, una enfermedad o sufrir una discapacidad. Son muchas las circunstancias que pueden hacer que tu vida se quede "patas arriba"... y que los cambios hagan que sientas nervios en tu estómago.
Reaccionar frente a los cambios repentinos
¿Cómo reaccionas cuando te enfrentas a un cambio repentino? Las personas tienden a responder a cualquier situación de la vida con dos emociones: amor o miedo. O nos permitimos expandirnos cuando nos sentimos positivos o nos sentimos paralizados y estancados cuando nos enfrentamos a desafíos difíciles.
Algunas personas pueden aceptar la incertidumbre y enfrentar el desafío, mientras que otras se retiran con cautela y se abstienen de hacer las cosas de manera diferente. Incluso puedes pensar que las personas que admiras que muestran una disposición positiva nacen así, pero la realidad es que muchas veces han salido de su "zona de confort" y han experimentado pequeñas victorias al no ceder al miedo. Solo después del esfuerzo podemos ver resultados... Y es que a veces, hay que hacer las cosas con miedo... ¡pero hacerlas!
Si no sabes cómo enfrentarte a los cambios y sueles sucumbir al miedo y a la ansiedad, no te pierdas las siguientes estrategias para que te ayuden a prosperar en mitad de los cambios.
Mejora tu actitud
Para mejorar tu actitud es necesario que recompenses tu cerebro. Las palabras y el lenguaje que eliges son extremadamente poderosos para transformar tu mentalidad negativa en positiva. Las palabras tienen la capacidad de modelar tus pensamientos, porque en lo que te centras es lo que crece en tu interior. Así que sé consciente de tus patrones de pensamiento en medio del cambio.
Puedes tener una mente más positiva si "reconfiguras" tu cerebro para que seas capaz de dominar tus pensamientos en lugar de permitir que ellos te dominen a ti. Para conseguirlo sigue estas estrategias:
Recopila y verbaliza los pensamientos que tengan significado para ti
Ten un diario de gratitud para anotar recuerdos especiales que recuerden las cosas buenas de la vida
Sé amable contigo mismo y reconoce las cosas buenas que haces y que siempre haces lo que puedes
La comunicación alivia la ansiedad
Cuando puedes confiar en otros, abres el canal para la comunicación. Al estar dispuesto a expresar tus miedos, te permite intercambiar ideas sobre las opciones. Tu confidente puede ofrecerte un oído que escucha, una perspectiva o una solución que tal vez no hayas considerado previamente.
Comprométete
Reunir el coraje que necesitas para enfrentar un cambio inesperado no muestra la ausencia de miedo sino la opción de dar un paso audaz en alguna dirección en lugar de quedarte quieto. Una vez que te comprometas con un camino de acción, observa cómo enfrentar el desafío aumentará la confianza en ti mismo. Lo importante que se debes recordar es generar valor al experimentar pequeñas victorias, una por una. El coraje no siempre ruge. A veces, el coraje es la vocecita al final del día que dice: "mañana volveré a intentarlo".
¡Paciencia!
Mientras reflexionas sobre tus opciones en medio de un cambio, tu instinto te da pistas dentro de tus emociones. Descansa y céntrate en cómo te sientes en cada momento, si te sientes mal por algún motivo es una señal de que debes cambiar lo que no te hace sentir bien. El tiempo también implica ser paciente y fluir entre el hacer y el ser. Asumir nuevas habilidades, por ejemplo, y dar tiempo para que descansen los nuevos conocimientos.
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domingo, 24 de mayo de 2020
El baile del bosque
El baile del bosque visto desde arriba... 😍😍 Fuente: Dimitar Karanikolov Photography
Derek And The Dominos - Layla
Layla» es una canción rock del álbum Layla and Other Assorted Love Songs del supergrupo Derek and the Dominos, lanzada en 1970 por la discográfica Atco. La canción apareció como sencillo en dos versiones distintas en 1971 y 1972.
Contiene los acordes de guitarra de Eric Clapton y Duane Allman. Sus conocidos movimientos en contraste fueron compuestos por separado por Eric Clapton y Jim Gordon.
Inspirado por el amor no correspondido de Pattie Boyd, en esos momentos la esposa de su amigo y también músico George Harrison, "Layla" no tuvo una gran acogida en sus inicios. Esto cambió con el paso de los años, ya que desde entonces ha logrado gran éxito entre la crítica y el público, llegando a ser considerada como una de las canciones de amor más destacadas de la música rock. Dos versiones distintas han conseguido entrar en las listas de ventas, inicialmente en 1972 y después una versión acústica en 1992. En 2004 la revista Rolling Stone la incluyó en el puesto número 27 de su lista Las 500 mejores canciones de todos los tiempos. También es considerada en el puesto 24 de lista de 500 Grandes Canciones de Remaster.
En 1966, George Harrison se casó en Surrey con Pattie Boyd, una modelo que conoció durante la grabación de la película de The Beatles A Hard Day's Night. Para finales de los años 60, Clapton y Harrison eran grandes amigos. Clapton colaboró tocando la guitarra en la canción de Harrison "While My Guitar Gently Weeps" en el álbum homónimo de The Beatles, aunque no apareció en los créditos.
Por otra parte, Harrison tocó bajo el pseudónimo de L'Angelo Misterioso en la canción "Badge", del álbum Goodbye de la anterior banda de Clapton, Cream. Fue durante la época en que Clapton tocó con las bandas Cream y Blind Faith, cuando comenzó su fascinación por Pattie Boyd.
El título, "Layla", está inspirado en La historia de Layla y Majnun (ليلى والمجنون), del poeta clásico persa Nezami. Está basada en una historia real de un joven llamado Qays ibn al-Mulawwah (قيس ابن الملوح) de la península arábiga en el siglo VII. Clapton la escribió después de que su amigo Ian Dallas (actualmente Abdalqadir as-Sufi), que en aquél momento se estaba convirtiendo a la religión islámica, le contase la historia. La historia de Nezami trata sobre una princesa obligada por su padre a casarse con una persona distinta al joven que estaba locamente enamorado de ella, volviéndose éste loco (Majnun, مجنون, significa "loco" en persa). La historia tuvo una gran repercusión en Clapton.
La canción está basada, además de en la historia de Layla, en el amor no correspondido de Pattie Boyd. Durante la grabación del álbum Pattie y Eric ya se veían a escondidas, aunque era difícil mantenerlo en secreto. Clapton tenía la esperanza de que esta canción le ayudaría a conquistar definitivamente a Pattie, y que ésta abandonaría a su marido por él. En el libro de Pattie Boyd, Wonderful Tonight: George Harrison, Eric Clapton, and Me escribió:
Nos vimos a escondidas en un piso de South Kensington. Clapton me había pedido que fuera porque quería que escuchase algo nuevo. Encendió el radiocasete, subió el volumen y sonó la canción más potente que jamás escuché. Era "Layla", trataba sobre un hombre que cae enamorado perdidamente de una mujer que le quiere pero no está disponible. Me la puso dos o tres veces, mientras miraba mi cara para ver mis reacciones. Mi primer pensamiento fue que todo el mundo me iba a reconocer".
Boyd se divorció de Harrison en 1977 y se casó con Clapton en 1979. Harrison demostró no tener rencor por el divorcio asistiendo a la boda junto a Ringo Starr y Paul McCartney. Durante su relación, Clapton compuso otra canción para Boyd llamada "Wonderful Tonight". Clapton y Boyd se divorciaron en 1989, después de años de disputas. Boyd ha llegado a decir de Clapton que era un ser abominable, definición compartida por su posterior esposa, Lory del Santo.
Después de la separación de Cream, la banda anterior de Clapton, éste tocó con varios grupos y artistas distintos, entre ellos Blind Faith y Delaney and Bonnie. En la primavera de 1970, Clapton fue informado de que los músicos de apoyo de Delaney and Bonnie, Carl Radle (bajista), Jim Gordon (batería), y Bobby Whitlock (teclista), iban a abandonar la banda, por lo que aprovechó la oportunidad para formar un nuevo grupo, Derek and the Dominos.
A finales de 1970, Duane Allman de The Allman Brothers Band, se unió a la banda de Clapton como artista invitado. Clapton y Allman fueron presentados por Tom Dowd en un concierto de Allman Brothers, aunque ya sentían mutua admiración desde mucho antes. Los dos se hicieron amigos rápidamente. Dowd ya era conocido por diversos trabajos, habiendo trabajado con Clapton en sus días de Cream. Con la banda ya formada, y Dowd como productor, "Layla" fue grabada en su versión original. Algún tiempo después, al llegar Clapton al estudio de grabación, encontró a Gordon tocando una pieza de piano y le convenció para usarla en la canción. Aproximadamente tres semanas después de la primera grabación, la canción ya estaba completada. Para su documental autobiográfico Tom Dowd and the Language of Music, hizo una remezcla de "Layla" de las grabaciones originales (sin piano).
Debido a las circunstancias de su composición, "Layla" está definida en dos movimientos, cada uno de ellos marcado por una figura musical repetida o riff. El primer movimiento, fue grabado en RE menor para los coros y en MI mayor para las estrofas. La canción está centrada en el riff principal, una pieza de guitarra utilizando diferentes técnicas como hammer-ons, pull-offs y power chords. Comúnmente se piensa que el riff es de Allman, y que es una adaptación de la melodía vocal de Albert King de su canción de 1967, "As the Years Go Passing By", perteneciente al álbum Born Under a Bad Sign. La primera sección también contiene un solo de guitarra con overdubbing (técnica que consiste en unir varias piezas grabadas, superponiéndolas), consistente en una pieza grabada con guitarra slide por Allman y otra grabada por Clapton. Colocando el slide al final del mástil de la guitarra, Allman consiguió tocar notas más altas que no se podrían conseguir con técnicas estándar. Tom Dowd se refirió a estas notas como: "notas que no están en el instrumento".
El segundo movimiento, la contribución de Jim Gordon, es comúnmente denominado la coda de piano. Originalmente tocada en DO mayor, el breve interludio al final de la canción es aumentada por una guitarra acústica, significando la entrada del último sólo de guitarra. La misma melodía es ejecutada por Allman con su guitarra slide, aunque una octava más alta. En la parte de piano de Gordon no hay improvisación, dejando a Clapton y Allman improvisar la melodía, siendo el piano el instrumento principal de la coda.
Clapton comentó sobre el tema:
Es una canción complicada, porque es una canción difícil de tocar en directo. Tienes que tener unos buenos músicos de acompañamiento para conseguir que funcionen todos los ingredientes pero, cuando consigues eso... Es difícil hacerlo con un cuarteto, por ejemplo, porque hay partes que tiene que tocar y cantar líneas totalmente opuestas, que es prácticamente imposible de hacer. Si tienes una banda grande, que de hecho tendré en la gira, pues será fácil hacer algo como "Layla" - y me siento muy orgulloso de ella. Casi es como si no fuera yo. Es como si estuviera escuchando a alguien que de verdad me gusta. Derek and The Dominos fue una banda que me gustó mucho y fue casi como si no perteneciese a ella. Sólo es una banda de la cual soy fan. A veces, mi propia música puede ser algo así. Cuando ha servido para el propósito de ser buena música, ya no me asocio más con ello. Es como si fuera de otra persona. Entonces es fácil hacer esas canciones.
O como la inspiradora de dicha canción, Patti Boyd dijo
Creo que era increíblemente crudo en aquél momento... Es un músico tan increíble que es capaz de poner sus emociones dentro de la música de tal manera que el público lo puede sentir de forma instintiva. Te atraviesa de lleno.
El álbum Layla and Other Assorted Love Songs comenzó su andadura con escasas ventas, ya que ni siquiera entró en las listas de venta británicas, en parte debido a que Eric Clapton ni siquiera se mencionaba excepto en la contraportada, cosa que hizo parecer que se trataba de un álbum de una banda desconocida. En adición a esto, la duración de la canción la hacía prohibitiva para su radiodifusión; por lo que en marzo de 1971 Atco Records editó en Estados Unidos una versión reducida de "Layla" con una duración de 2:43, que aun así sólo llegó al número 60 en la lista Billboard de sencillos.
No obstante, cuando "Layla" se reeditó en 1972 como parte de una recopilación llamada The History of Eric Clapton y posteriormente se lanzó como sencillo, llegó al puesto número siete en las listas británicas y al puesto número diez en las listas de Estados Unidos.«Clapton y Layla» (en inglés). Consultado el 1 de marzo de 2010. Desde entonces las críticas para con el sencillo han sido muy positivas. Dave Marsh, en The Rolling Stone Illustrated History of Rock and Roll (La historia ilustrada del Rock and Roll de Rolling Stone), escribió:
En 1981, la Orquesta Sinfónica de Londres hizo una versión sin letra. Posteriormente la Orquesta Filarmónica Real también hizo una versión similar. Un año más tarde, "Layla" fue reeditada como sencillo en el Reino Unido y fue incluso más exitoso que en 1972, llegando al puesto número cuatro en las listas de sencillos.Hay algunos momentos en la historia del rock en que un cantante o compositor ha llegado tan dentro de sí mismo que el efecto al oírlo es similar al de ver un asesinato o un suicidio... para mi 'Layla' es el mejor ejemplo de ello.
Se hizo otra versión el 20 de septiembre de 1983 en un concierto benéfico para la ayuda a la esclerosis múltiple llamado ARMS Charity Concert en el Royal Albert Hall de Londres, que incluía a Eric Clapton, Jeff Beck y Jimmy Page (ambos sucesores de Clapton en The Yardbirds).
En 1992, Clapton aceptó la invitación de MTV para hacer un MTV Unplugged, álbum acústico grabado en directo. Este álbum Unplugged, estaba repleto de anteriores éxitos, junto con una nueva canción llamada "Tears in Heaven". Dentro del álbum estaba la versión acústica de "Layla". Dentro de los arreglos más notables del tema, está su relentizamiento, la supresión del piano, y el arreglo del riff principal. Llegó al puesto número doce en las listas norteamericanas, aunque no llegó a entrar en las listas británicas. Posteriormente ganaría un Premio Grammy por Mejor Canción Rock, superando a la famosa "Smells Like Teen Spirit" de Nirvana, cosa que no pasó desapercibida y disgustó a algunos críticos.
Para finales de los años 1980 y principios de los 90, la canción se había convertido en un clásico: aparece en multitud de listas, además de tener un hueco entre las 500 canciones que dieron forma al Rock del Salón de la Fama del Rock. Se posicionó en el puesto número 27 de la lista de Rolling Stone Las 500 grandes canciones de todos los tiempos. y en el puesto número 16 en la lista de Las 100 grandes canciones del rock de VH1. Su famoso riff de guitarra sirvió para una serie de anuncios emitidos en la televisión del Reino Unido para la marca de coches Vauxhall, mientras que la versión extendida con piano aparece en la película Goodfellas de Martin Scorsese. Versiones hechas por otros músicos son escasas, incluyen la versión aparecida en el álbum Let Go de John Fahey y una versión del guitarrista de jazz Larry Carlton.
Empezando en 2003, la historia de la canción adquirió un rumbo totalmente nuevo, cuando The Allman Brothers Band comenzaron a tocarla en sus conciertos. Warren Haynes cantaba, Gregg Allman tocaba la parte del piano, y Derek Trucks tocaba las partes de guitarra durante la coda. Esta versión no sólo eran un tributo a Duane Allman, sino también al fallecido en 2002, Tom Dowd.
El 19 de mayo de 2007 en un concierto gratuito llamado "The Road To Austin", Bobby Whitlock tocó una versión de "Layla" con Eric Johnson y David Grissom. Whitlock y Coco Carmnel después grabaron una versión alternativa de "Layla" en ese mismo concierto con Johnson y Grissom nuevamente haciendo todas las partes de guitarra. Esta última versión de "Layla" aparece en el álbum de Bobby Whitlock y Coco Carmel, Lovers, editado el 14 de febrero de 2008.
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