A veces me metía en un café acompañado de mi soledad y quería pensar y no pensaba, porque en la esquina del tumulto ajeno, me convocaba algún silencio simple.
Uno es tan único que no consigue ser como otros y menos no ser. Nos levantamos y desmoronamos con los recuerdos o con los despistes.
Mirarse adentro, puede tener gracia y también puede convertirse en duelo, nos conocemos tan precariamente que respiramos y eso nos asombra. El corazón aporta sus latidos y los sentimos con un ritmo ajeno.
Es cierto, me metía en un café y los otros pasaban y pasaban pero no me dejaban ni un vistazo para que lo escondiera en mi guarida.
Mario Benedetti
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