lunes, 9 de diciembre de 2024

La vida nos enseña que todo tiene un tiempo y un proceso, y reconocerlo nos lleva a cultivar la paciencia y la aceptación. Así como una semilla necesita tierra, agua y tiempo para convertirse en un árbol, nuestras metas, aprendizajes y transformaciones requieren su propio ritmo. 

Pretender acelerar lo que está destinado a florecer en su momento solo genera frustración y desconexión con el presente. Cada ser humano tiene su propio camino, sus desafíos únicos y su ritmo particular. Compararnos con los demás es como exigirle a un roble que crezca tan rápido como un bambú, cuando ambos tienen formas distintas de desarrollarse y aportar al mundo.

Respetar el proceso implica confiar, soltar el control y permitir que la vida nos guíe. Al hacerlo, no solo honramos nuestro propio crecimiento, sino también el de quienes nos rodean. Cada paso, por pequeño que parezca, es valioso, porque nos lleva más cerca de nuestra esencia y propósito.

Psic. Claudia Hernández

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