Toda bomba detona tu mundo. Destruye. Revienta un orden. Un orden que te ordenaba. Que te organizaba el destino. De repente todo se te cayó encima y te quedaste con lo puesto y nada más. O nada menos. Depende del lado que lo mires. Con los cimientos que quedaron, tenés la suerte de volver a elegir. Podés unir las piezas que te gustan y dejar los cadáveres de las que no te sirven en el piso. Vaciarte implica volver a decidir con qué te vas a llenar esta vez. Qué queda y qué se va. Qué tan fuertes eran tus sueños para volver a remontarlos. Cuál de ellos eran sólo un discurso prestado que te tragaste como propio y lo llevaste colgando como una cruz.
La bomba destruye pero te obliga a reconstruir. No cualquiera tiene esa suerte. Algunos siguen y perduran en ese mundo prolijito que les garantizaba la paz del deber cumplido. Otros revientan de golpe, con una patada en la cabeza. Esos tipos tienen suerte porque despiertan a la fuerza. Esos tipos aprenden a patadas en el culo y en el medio del quilombo, se nombran otra vez. Se miran de repente y con una mano atrás y otra adelante eligen cómo van a vivir. Yo ,como vos, tuve mi bomba.
El mundo se me reventó en la mano. Por suerte me morí un poco alguna que otra noche. Por suerte. Agradezco la explosión.
Cualquiera es Buda en el Himalaya. Aprender a ser uno mismo en el cáos, eso sí que vale. Aplausos para esos tipos. Aplausos para mí.
Curame, Lorena Pronsky
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