domingo, 25 de octubre de 2020

Sohrab Sepehrí, El jardín de los compañeros de viaje

En la imagen: bazar de Kashán, la ciudad del poeta.
Llámame.
Tu voz me hace bien.
Tu voz es como la savia verde de la rara planta
que crece en los confines del íntimo sufrimiento.

En los pliegues espaciosos de esta hora muda
estoy aun más solo que el sabor de la compasión en el texto comprensivo de una

calle.]
Ven y te diré qué grande es mi soledad.
Y esta soledad, que nunca había podido prever la nocturna irrupción de tu presencia,
es lo propio del amor.

No hay nadie,
ven, robaremos la vida, y entonces,
entre dos miradas, la compartiremos.
Ven, e intentemos entender algo de la forma de la piedra.
Ven, vayamos más deprisa a ver las cosas.
Mira, en el estanque-reloj las manecillas
pulverizan el tiempo.
Ven a fundirte como una palabra en mi línea de silencio.
Ven a fundir en la palma de mi mano el cuerpo destellante del amor.

Caliéntame
(también una vez en el desierto de Kashán se nubló el cielo
e irrumpió una lluvia torrencial,
y me enfríe, y entonces, detrás de una piedra,
el horno de una amapola me calentó).

En estas calles oscuras
temo la inquietante conjunción de la duda y la llama.
Temo las superficies asfálticas del siglo.
Ven para que no tenga ya miedo de las ciudades donde el suelo negro sirve de pasto

a las grúas.]

Ábreme como una puerta al descenso de la pera en este siglo de asunción del acero.
Hazme dormir bajo una rama, lejos de la noche de la fricción de los metales.
Si llega el descubridor de las minas matinales, llámame.
Y me levantaré cuando se habrá el alba de los jazmines detrás de los gestos

de tus dedos.]

Y entonces
cuenta la historia de las bombas que cayeron mientras yo dormía,
cuenta las mejillas que se humedecieron mientras yo dormía
y di cuántos ánsares volaron por encima del mar.
Y en estos tumultos en que las ruedas blindadas cruzaban los sueños de los niños,
dime al pie de qué sentimiento de paz el canario anudó el hilo amarillo de su canto.

Di, ¿cuáles son las mercaderías inocentes que alcanzaron nuestros puertos,
y qué ciencia descubrió la música positiva de las balas,
y qué sabiduría segregó el aroma desconocido del pan en el paladar de la profecía?

Y entonces yo, con una fe que se calienta por el reflejo del “Ecuador”,
te haré sentar en el umbral de un jardín.

Sohrab Sepehrí. Espacio verde. (junto a Todo nada, todo mirada). 
Preliminar de Daryush Shayegan. 
Traducción del persa de Clara Janés, Sahán y Mojgan Salami. 
Madrid, Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, 34, 2010.

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