Nació de padre cubano-español y madre cubano-danesa Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell. Él, pianista y compositor, la abandonó a ella y a su madre, cantante de ópera, cuando Anaïs tenía 11 años. Aquel abandono marcó su infancia y la pequeña Anaïs no encontró mejor manera de exorcizar sus fantasmas que poniéndolos negro sobre blanco con toda la crudeza y honestidad de que fue capaz. Que fue mucha.
Sus diarios la fueron convirtiendo, sin saberlo ella, en escritora y se iniciaron como una carta dirigida a su padre, con quien no tuvo contacto durante los siguientes 20 años. Por aquellos tiempos Anaïs Nin, con 19 años, probaba suerte como modelo y como bailaora flamenca, en la Cuba donde se crió y donde contrajo matrimonio con el banquero Hugh Guiler, con el que se marchó a vivir a París.
Guiler fue su marido oficial hasta su muerte, su sostén económico y su puerto seguro donde de cuando en cuando anclaba la errática nave de Anaïs. Con él, su alma intrépida se aburría pero a la vez le permitía saltos de vértigo como el que dio tras la lectura de D. H. Lawrence, que la convenció de hacerse escritora.
En 1930 publicó un ensayo sobre Lawrence y esto, junto con su curiosidad innata, la colocó a las puertas de la bohemia en la que no tardó en sumergirse con deleite. En 1931 conoció al escritor estadounidense Henry Miller, autor de los dos 'trópicos' ('Trópico de Cáncer' y 'Trópico de Capricornio'). Pronto, Anaïs y Henry dejaron atrás la correspondencia para sumergirse en un idilio que fue menos secreto que otra cosa. Se amaban con una mezcla de dulzura y desesperación y durante algún tiempo ella navegó en una tempestad de idas y venidas de los brazos de Henry a los de su propio padre, Joaquín Nin. De eso trata su diario Incesto (1932-1934).
"Vino Henry. Me senté en el sofá y, en voz baja, le hice mis reproches, una larga acusación (...) Y me tendió en el sofá y me tomó sencillamente, con una mezcla de hambre y ternura, deteniéndose para decir: 'Dios mío, Anaïs, ¿no sabes cómo te amo?'". Pero por supuesto, Henry Miller ya estaba casado en aquella época con June, con quien la escritora tuvo una relación casi tan apasionada como con su marido, y quien la inició en el voyeurismo y el safismo.
Por entonces, Anaïs se reencuentra con su padre, Joaquín Nin, en Louveciennes, 20 años después de su abandono. En 'Incesto', la relación con su progenitor es absolutamente incestuosa. Ella se refiere siempre a él como "Padre", con mayúsculas, y le describe con absoluta adoración y en momentos que revelan intimidad consumada: "En el momento de amar, la cara se exalta, se transforma completamente, femenina, jubilosa (aunque nunca se distorsiona) por el erotismo, una alegría luminosa, de éxtasis, la boca abierta". También define su personalidad en juegos de tensión sexual no resuelta: "En el coche me acarició ligeramente (...). Cuando vuelvo a mi cuarto para coger una foto, Padre me sigue y permanecemos pegados el uno al otro, sin atrevernos a besarnos, sólo cuerpo con cuerpo".
Con tamaño complejo de Edipo, Anaïs Nin se dejó seducir por el psicoanálisis e incluso llegó a practicarlo en Nueva York, a donde emigró en 1939.
De su necesidad de dinero, que ganaba a razón de un dólar la página, nace 'El delta de Venus', como una recopilación de relatos eróticos y pornográficos que escribía junto a Henry Miller para un "coleccionista anónimo". En su afán precursor y feminista, Anaïs Nin se convirtió en la primera mujer de la literatura que firmaba los relatos eróticos con su propio nombre.
Sus revoloteos sentimentales la llevaron durante más de una década de Nueva York, donde vivía con su marido, a Los Ángeles, donde se casó con Rupert Pole (en 1955), sin haberse divorciado de Hugh Guiler. De hecho, del tolerante banquero que consentía sus 'affaires' y financiaba su vida californiana (sin llegar a saber de su bigamia), no se divorció jamás y, cuando publicó en 1966 sus famosos 'Diarios amorosos', temiendo que se destapase su poliandria, consiguió la nulidad del matrimonio con Pole.
Fue a su lado, sin embargo, donde permaneció los últimos años de su vida, cuando el cáncer de ovarios le impidió cumplir con sus periódicos retornos a Nueva York, con Guiler. Fue el 14 de enero de 1977 cuando Anaïs Nin, la mariposa de la literatura bohemia y erótica, exhaló su último aliento. Tenía 73 años y una historia que había que recordar.
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