La noche es inhumana. Nadie sabe
cómo se cierra esa ventana oscura
si no lo hace con su propia llave,
replegado en su sombra y sin usura,
con la memoria más que nunca alerta,
dispuesta a no pactar con la cordura.
La confidencia siempre desconcierta
y un poco más la amnesia lisa y llana,
esa que olvida a cara descubierta.
Después de todo, si nos da la gana
podemos olvidar, y es poca gloria
ese olvido. La noche es inhumana
ave de muerte, muerte migratoria
que anida en estos ojos y propone
otros que ya no ven escapatoria.
Ignoro cómo se las descompone
para ser tan oscura, tan oscura,
y conseguir que yo se lo perdone.
El pasado es un rostro que madura,
una herida en el sueño, un devaneo,
dos o tres signos para la aventura.
El futuro es un tímido rodeo
al tiempo sin revés, al tiempo muerte
que desgasta las piedras y el deseo.
Unos tienen la ruina, otros la suerte
de mirarse mirando, espejo y pozo,
De todos modos, hay que ser muy fuerte
o cobarde de un modo escandaloso
para no rechazar el desafío
y contemplar en calma ese espantoso
gesto que muere, y admitir: Es mío.
cómo se cierra esa ventana oscura
si no lo hace con su propia llave,
replegado en su sombra y sin usura,
con la memoria más que nunca alerta,
dispuesta a no pactar con la cordura.
La confidencia siempre desconcierta
y un poco más la amnesia lisa y llana,
esa que olvida a cara descubierta.
Después de todo, si nos da la gana
podemos olvidar, y es poca gloria
ese olvido. La noche es inhumana
ave de muerte, muerte migratoria
que anida en estos ojos y propone
otros que ya no ven escapatoria.
Ignoro cómo se las descompone
para ser tan oscura, tan oscura,
y conseguir que yo se lo perdone.
El pasado es un rostro que madura,
una herida en el sueño, un devaneo,
dos o tres signos para la aventura.
El futuro es un tímido rodeo
al tiempo sin revés, al tiempo muerte
que desgasta las piedras y el deseo.
Unos tienen la ruina, otros la suerte
de mirarse mirando, espejo y pozo,
De todos modos, hay que ser muy fuerte
o cobarde de un modo escandaloso
para no rechazar el desafío
y contemplar en calma ese espantoso
gesto que muere, y admitir: Es mío.
Mario Benedetti
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