Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, he mirado la noche. He mirado las nubes en la noche como lágrimas alrededor de la luna clara; los árboles oscuros, las estrellas blancas.
Hoy he visto cómo por todas partes la noche era muy alta.
Y me detuve a mirarla como se detiene el que descansa.
Clara:
Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba.
Fue la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma.
Y que dijiste: tres años, como fuera tan larga la esperanza.
Hoy caminé despacio pensando en tus palabras.
Oyendo los ruidos del pájaro que duerme y los ruidos del ansia.
Del ansia que nos mancha la congoja de no poder ser omnipotentes para labrar una piedad dentro de otra alma.
Con todo, tres años no son nada. No son nada para los muertos, ni para los que han asesinado lo que aman.
Tres años son, Clara, como querer cortar con nuestras manos un hilito de agua.
Y en esperar que pasen los tres años, el tiempo nunca pasa.
Clara:
Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, me puse a mirar mi soledad y la encontré más sola.
Juan Rulfo,
Cartas a Clara
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