sábado, 4 de abril de 2020

Oda al camino, Pablo Neruda

En el invierno azul
con mi caballo
al paso al paso
sin saber
recorro
la curva del planeta,
las arenas
bordadas
por una cinta mágica
de espuma,
caminos resguardados
por acacias, por boldos
polvorientos,
lomas, cerros hostiles,
matorrales
envueltos por el nombre del invierno.
Ay viajero!
No vas y no regresas:
eres
en los caminos,
existes
en la niebla.
Viajero
dirigido
no a un punto, no a una cita,
sino solo
al aroma
de la tierra,
sino solo al invierno
en los caminos.
Por eso
lentamente
voy
cruzando el silencio
y parece
que nadie
me acompaña.
No es cierto.
Las soledades cierran
sus ojos
y sus bocas
solo
al transitorio, al fugaz, al dormido.
Yo voy despierto.
Y como
una nave en el mar
abre
las aguas
y seres invisibles
acuden y se apartan,
así
detrás del aire,
se mueven
y reúnen
las invisibles vidas
de las tierra, las hojas
suspiran en la niebla,
el viento
oculta
su desdichado rostro
y llora
sobre la punta de los pinos.
Llueve,
y cada gota cae
sobre una pequeñita
vasija de la tierra:
hay una copa de cristal que espera
cada gota de lluvia.
Andar alguna vez
solo
por eso! Vivir
la temblorosa
pulsación del camino
con las respiraciones sumergidas
del campo en el invierno:
caminar para ser, sin otro
rumbo
que la propia vida,
y como, junto al árbol,
la multitud
del viento
trajo zarzas, semillas,
lianas, enredaderas,
así, junto a tus pasos,
va creciendo la tierra.
Ah viajero,
no es niebla,
ni silencio,
ni muerte,
lo que viaja contigo,
sino
tú mismo con tus muchas vidas.
Así es como, a caballo,
cruzando
colinas y praderas,
en invierno,
una vez más me equivoqué:
creía
caminar por los caminos:
no era verdad,
porque
a través de mi alma
fui viajero
y regresé cuando no tuve
ya secretos
para la tierra
y
ella
los repetía con su idioma.
En cada hoja está mi nombre escrito.
La piedra es mi familia.
De una manera o de otra
hablamos o callamos
con la tierra.
Del: "Tercer libro de las odas".

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