Ante una decepción, un amor roto, una traición, una mentira o la pérdida de un ser querido sentimos dolor emocional. Un dolor desgarrador que lleva plasmándose siglos y siglos en poemas y canciones llenas de sufrimiento.
Estas intuiciones poéticas han obtenido apoyo desde los estudios neurofisiológicos, los cuales, han encontrado que la metáfora del dolor psicológico generado por algún tipo de pérdida social o emocional se refleja en nuestros circuitos cerebrales.
Concretamente es posible saber esto gracias a la resonancia magnética funcional, una técnica de neuroimagen que nos ayuda a ver qué áreas se encienden cuando nuestro corazón se rompe y se incendian nuestras emociones. Asimismo estudios como el llevado a cabo por el doctor Vikaas Sohal de la Universidad de California, son un ejemplo de cómo a día de hoy sabemos por ejemplo cómo impacta la tristeza en nuestras estructuras neuronales.
El cerebro del dolor emocional
Para empezar, algo llamativo que han encontrado los neurocientíficos sobre el dolor emocional es lo siguiente: las zonas cerebrales que se activan cuando sufrimos un dolor físico, son las mismas que cuando experimentamos desasosiego, tristeza y la desolación más intensa.
Así, en el 2012, la doctora Naomi I. Eisenberger y su equipo de la Universidad de California, realizaron un estudio donde descubrieron este dato tan llamativo. Así, en el experimento, se ideó una situación que fomentase que las personas que participaban en el estudio se sintiesen excluidas, menospreciadas y angustiadas. Esto reflejó cambios en el flujo sanguíneo de dos áreas cerebrales clave:
- El córtex cingulado anterior es un área implicada en la generación de la experiencia aversiva al dolor físico. Se encontró que cuanto mayor era la angustia, mayor era la actividad en esta zona.
- La corteza prefrontal se mostraba más inactiva cuanto menor era el dolor emocional.
Como vemos, el córtex cingulado anterior promueve que elaboremos ese tipo de sentimientos de angustia, desazón y miedo al vacío emocional que nos deja la pérdida, el engaño o el rechazo. Por su parte nuestra corteza prefrontal se encarga de regular nuestras emociones y contrarrestar el sentimiento doloroso de ser rechazado, contribuyendo así a calmar el dolor que nos provoca nuestra herida emocional.
Más datos sobre la geografía de nuestras emociones
Para ser más específicos y saber cómo es la carretera que dirige nuestras emociones, debemos conocer algunos datos más. Concretamente que la circunvolución del cíngulo tiene tres áreas emocionales diferenciadas:
- El área anterior, la cual es responsable de la elaboración de sentimientos y emociones negativas (¡¡ojo!! que sean negativas no quiere decir que tengan que ser malas; por ejemplo, la tristeza es buena siempre y cuando no se patologice).
- El área central, la cual integra nuestras emociones y nuestros pensamientos.
- El área posterior, la cual genera sentimientos y emociones positivas.
Por ejemplo la zona cingulada central se activa durante la excitación sexual en los hombres y ante aquellas tareas o actividades que resultan estresantes y que requieren mucha atención por nuestra parte.
Sabiendo esto podemos comprender que los neurotransmisores (sustancias que regulan las funciones cerebrales) sufren un gran abatimiento en momentos emocionalmente duros para nosotros.
Es interesante saber que tanto los antidepresivos como otras drogas elevadoras del estado de ánimo actúan sobre nuestro cerebro regulando o reduciendo la activación del área cingulada anterior.
El dolor emocional merece la misma atención que el dolor físico
Algo que nos queda muy claro de toda esta información es que el dolor físico y el dolor emocional comparten sendero. Por eso no debemos menospreciar las heridas emocionales y dejar que sanen “de cualquier manera y al aire”.
En verdad que nuestro corazón se rompa o que nuestro amigo nos traicione nos duele intensamente a nivel mental y fisiológico. La gran mayoría de nosotros será consciente del desgarro que se siente cuando nos toca acabar la historia con, por ejemplo, nuestro primer amor.
Estamos acostumbrados a enterrar el dolor emocional, no hay duda. A menudo esto es así porque se nos enseña a «disimular» lo que nos hace daño. Ocultamos por así decirlo, todo ese padecimiento al que nos someten las heridas psicológicas. Sin embargo, hay que tener claro un aspecto.
Al igual que atendemos nuestro dolor físico, debemos cuidar y sanar el dolor emocional.
Actuar sobre nuestro bienestar mental y emocional, trabajar por comprender lo que nos sucede y aliviar nuestras quejas y angustias es una manera de evitar que el sufrimiento no vaya a más.
Al igual que el dolor físico nos avisa de una lesión, no podemos olvidar que el dolor emocional por la separación, el rechazo o el desengaño es adaptativo, pues nos ayuda a comprender que algo no está bien y que debemos atendernos.
Una vez queda esto claro, seguiremos expectantes ante nuevos y rigurosos estudios que nos ayuden a comprender aún mejor no solo la presencia del dolor psicológico, sino también la mejor manera de aliviarnos y aprender de la angustia que este nos genera.
Psicóloga General Sanitaria. Número de colegiada: R – 00714. Máster en Psicología General Sanitaria por la UNED. Especialista en Educación Emocional. Colaboradora en diferentes medios de comunicación. Psicóloga terapeuta, docente e investigadora en centro privado a tiempo completo. Formadora en organismos públicos de La Rioja. Investigadora en la USAL.
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