En los ’60, en Estados Unidos, Garry Winogrand fotografió a mujeres blancas, negras, burguesas, activistas, deportistas, madres, empresarias, prostitutas. Sus fotos aparecieron en las grandes revistas de Estados Unidos y terminaron en el MOMA. Con imágenes urbanas y callejeras, supo captar uno de los cambios culturales más importante de los 60 en Occidente: la liberación femenina.
Fotos: Garry Winogrand
Dispara Winogrand, dispara. Y Garry disparó. Un click, dos click, tres click. Nunca mató a nadie. Lo suyo era robar. Ese Winogrand fue gran un ladrón. Un mañero del Bronx que hizo de su cámara el arma más letal. Se reía con la carcajada de los negros sin perder la estirpe judía. La calle fue su escuela aunque renegaba de aquel mote de “fotógrafo callejero”.
Pertenecía a la clase trabajadora inmigrante de los suburbios de Nueva York. Padre talabartero con olor a cuero en sus uñas y madre costurera con ojos de cielo. Nació un año antes del crack del ‘29. Fue hijo de la crisis más profunda que vivió Estados Unidos ¿Qué otra cosa podía hacer más que sobrevivir?
No eligió ser fotógrafo. La cámara lo eligió a él en 1948 cuando en un intermedio de una clase de Pintura un compañero le pidió que le tomara una foto: “Miras por aquí, respiras hondo, aprietas este botón y… ¡disparas!” Dispara Winogrand, dispara.
Escapó en la era beat hacia las rutas salvajes del sur. Un bolso cruzado con la telemétrica Leica, unas pocas ropas y una armónica. Salió a buscarse entre disparo y disparo.
-¿Qué hace usted con esa cámara?
-Sobrevivo.
Al regresar se chocó con una Nueva York convulsionada. La Guerra de Vietnam golpeando las puertas; las luchas de Martin Luther King y Malcom X por la igualdad racial; el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y el advenimiento de Richard Nixon.
Manifestaciones en las calles a cualquier hora. Los pelos bien largos. El hippismo en auge abogando por el amor y la paz mundial. A la par, las mujeres. Cientos y miles de mujeres de su país haciéndose ver y oír en una sociedad dominada a expensas de los hombres. Como las cientos y miles que no se callan ante el femicidio. Que salen a poner el cuerpo tomando aquella frase la poetisa Susana Chávez cuando en 1995 escribió “Ni una muerta más” que inspiró al “Ni Una Menos” de nuestros días.
Había un cambio de actitud en esas mujeres de los ‘60 y Garry Winogrand lo supo captar. Burguesas, hippies, blancas, negras, activistas, deportistas, madres, empresarias, prostitutas, las de la alta sociedad y las de los suburbios. Estaban todas. Mujeres estadounidenses dispuestas a hacer valer sus derechos, a manifestarse en las calles con minifaldas, por la libertad de expresión, el derecho civil, a través de la política y las artes sin dejar de reflejar la belleza, la luz en cada una de ellas, la libertad de cuerpo y espíritu.
Como un fotógrafo-topógrafo Winogrand se obsesionó con esta realidad. Una mirada recia, una sonrisa desafiante, una mujer que agita el pelo, otra que habla en un cóctel, aquella que toma el helado con un maniquí sin cabeza detrás, la que desafía a la sociedad con una pareja interracial y el ojo de una cámara captando los cambios. El mundo estaba cambiando y Garry disparaba.
“No sé si todas las mujeres en las fotografías son hermosas, pero sí sé que las mujeres son hermosas en las fotografías”, reflexionaba Winogrand sin dejar de caminar las calles neoyorkinas disparando a diestra y siniestra.
El poeta desbocado de la imagen necesitaba decir a través de su cámara. De allí parte uno de sus trabajos más emblemáticos: “Las mujeres son hermosas”. A primera vista se podría pensar en lo exterior, en el modelo impuesto de belleza a la que la sociedad occidental nos tiene acostumbrados.
A la manera de decir de Garry Winogrand, funciona como un prisma a través del cual emerge la mujer múltiple en su expresión cotidiana y pura. Ya no como un objeto de deseo carnal sino propio de una época que contribuyó a fortalecer esa “otra belleza” en cada una de ellas.
A finales de los ’60 Winogrand dejó de ser el desconocido con cámara y logró exponer sus fotografías en el MOMA de Nueva York. Lejos de subirse al pedestal afianzó su trabajo callejero y no les quitó el ojo a las mujeres que eran el motivo de su inspiración.
El editor de Vanity Fair, Bruce Handy, dijo que “sus fotografías de las calles y vecindarios del Estados Unidos de la postguerra, los partidos y convenciones políticas eran a la vez tristes y divertidas”.
Como un gitano Winogrand ya no se movía solamente por las calles de la gran ciudad sino que intensificó su búsqueda en los pueblos y, más tarde, en Dinamarca y en la Francia de las utopías de finales del ’69.
Para ese entonces, el fotógrafo rubio de sonrisa compradora estaba “menos interesado en la fotografía y más interesado en la vida y la captura de la vida”, según relató el curador del MOMA John Szarkowski en una semblanza de Winogrand.
Con la publicación del libro “Las mujeres son hermosas”, en 1975, Garry Winogrand dejó un manifiesto que no fue del todo comprendido en aquel entonces pero que cobra sentido en las luchas diarias de las mujeres del mundo. Fotos que cuelgan del hilo invisible que conecta las luchas feministas de los 60 con el grito contemporáneo y urgente de “Ni una menos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario