(Fragmento tomado del libro “Vivir el Zen” de D. T. Suzuki)
En el Zen no hay sujeto que experimente ni objeto a experimentar.
La llamada experiencia Zen concierne a la totalidad del ser -lo que hace que uno sea lo que es- y supone una transformación total. Y en esa transformación total, no queda ningún residuo que le recuerde a uno lo anterior, lo previo. El “Yo” no parece camb
iar, existencialmente dispone de los mismos viejos órganos para sentir, del mismo viejo intelecto y sentimiento y el mundo en el que este “Yo” tiene las mismas viejas referencias. Sin embargo, a pesar de los acontecimientos familiares del entorno, el “Yo” no es el mismo “Yo”, ni el mundo es el mismo mundo. De algún modo ha tenido lugar una transformación completa y ya no puede hablarse propiamente de experiencia. Las experiencias son psicológicas mientras que la transformación a la que se refiere el Zen es mas bien metafísica o existencial, que es algo más que psicológica.
Lo que se conoce como “Experiencia Zen” podría designarse como una transformación existencial completa.
Los maestros Zen también están aquí pero lo que los distingue del resto de nosotros es que ellos lo saben, que todos sus actos y sus sentencias hacen referencia a ello y que lo que parece absurdo a nuestro entendimiento tiene, para ellos, un profundo significado.
El Zen nos obliga a dejar de lado los conceptos y a prestar atención a los hechos, a ser testigos de este punto de vista.
Lo que se conoce como “Experiencia Zen” podría designarse como una transformación existencial completa.
Los maestros Zen también están aquí pero lo que los distingue del resto de nosotros es que ellos lo saben, que todos sus actos y sus sentencias hacen referencia a ello y que lo que parece absurdo a nuestro entendimiento tiene, para ellos, un profundo significado.
El Zen nos obliga a dejar de lado los conceptos y a prestar atención a los hechos, a ser testigos de este punto de vista.
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