sábado, 4 de agosto de 2012

Burka: la cárcel de tela

Bajo el ala de la cultura afgana, se esconden las entidades de miles de mujeres sometidas a una de las más crueles de las cárceles: las de tela. Una decisión tomada entre los años 1901 y 1919 durante el reinado de Habibulla señala el comienzo de una moda que arrastra bajo su velo un siglo de atrocidades.
Este modo de vida se vió impulsado por el rey con el fin de evitar la tentación de otros hombres hacia las bellas mujeres de su harén. Con el transcurrir de los años este nuevo estilo de vida se fue apoderando de todas las mujeres de Afganistán, pero sobre todo fue adoptado por la clase alta.
Históricamente es una prenda propia de las Pashtunes y han sido las tribus pashtunes las grandes defensoras del burka. De hecho, hubo intentos de occidentalizar Afganistán, como en el caso del rey Amanullah, pero éstos se vieron frustrados por la mentalidad de la sociedad, por ya estar incorporado el uso de dicha prenda. Se dice que cuando su mujer Soraya Tarzi se mostró ante el público sin el burka se produjo un gran revuelo entre la multitud. Ésta y otras decisiones más le valieron el exilio a la India en 1929.
Desde que en 1992 los fundamentalistas llegaron al poder y entrenaron a los talibanes, quienes mandan en Afganistán desde 1996, las mujeres deben utilizar obligatoriamente el burka. Estos sostienen que el velo les garantiza el control sobre sus cuerpos.
El burka es un tipo de velo que se ata a la cabeza que cubre los ojos con un “velo tupido” que impide ver con claridad nada que no se encuentre a un metro de distancia frente a sus ojos, puesto que el enmallado limita la visión lateral haciendo perder la ubicación espacial y volviendo a la usuaria dependiente de otra persona para poder desplazarse con eficacia, especialmente en espacios abiertos. Las miradas de estas mujeres están presas, como sus cuerpos. Por otra parte esta vestimenta ejerce fuerte presión sobre la cabeza, ya que pesa alrededor de siete kilos, aumentando la fatiga al caminar. La extensión promedio de la pieza es hasta los pies, no solamente para cubrir todo el cuerpo, sino para garantizar mayor dificultad en el desplazamiento e impidiendo especialmente que se pueda correr con ella.
No es nada casual que se informe de serios accidentes que llevan a estas mujeres a la muerte por la poca visibilidad que permite la pequeña abertura.
A partir de las imposiciones del régimen ultrarradical y fundamentalista talibán se negó la libertad de cantar, bailar, tocar música, practicar deportes e incluso volar cometas -pasatiempo nacional afgano. Asimismo, las mujeres tienen terminantemente prohibido pasear solas por las calles –solo lo pueden hacer bajo la compañía de sus maridos- , trabajar, estudiar e incluso recibir asistencia médica, salvo en precarios hospitales sin agua, electricidad ni quirófanos.
Un detalle a tener en cuenta es que solo los médicos varones tienen derecho a ejercer en los hospitales, pero no tienen derecho ni a atender ni a operar a una mujer. Eso significa que las mujeres van allí a morir.
Aquellas mujeres que reciben la bendición de concebir un hijo se las denomina enfermas, se las aísla. El 97% de las mujeres afganas dan a luz en sus casas porque tienen prohibido acudir a médicos varones y casi nunca disponen de medios de transporte para llegar a un tratamiento médico.
La maternidad Malalai está rodeada de un muro de cemento construido por los talibanes, con dos ventanucos diminutos. Del otro lado acampan los hombres que esperan a las mujeres internadas. Hablan con sus esposas a través de los ventanucos.
Un informe reciente de Médicos por los Derechos Humanos indica que el 40% de las mujeres afganas mueren durante su periodo de fertilidad por complicaciones en el parto.
Una vez traído al niño al mundo. No existe el contacto con su piel. Para los hijos las madres no tienen rostro, ni siquiera mirada. Mucho menos a la hora de amamantar. No hay vínculo ni sostén a través de este soporte básico y constituyente de un otro.
En la sociedad civil de las ciudades como Kabul, en donde la mujer vislumbraba cierto futuro de igualdad social, quedó arrasada toda esperanza cuando el régimen impuesto por los talibanes el 27 de septiembre de 1996 marcó el inicio del burka obligatorio. Dicha vestimenta pasó a ser uno de los símbolos de la represión ejercida por el nuevo régimen.
Aquellas que empleaban cargos públicos como las maestras, fueron enviadas a sus casas, marcando un retroceso hacia la Edad Media. Más de 7.790 docentes fueron expulsadas de sus cargos y alrededor de 63 escuelas fueron cerradas durante este proceso.
Esta nueva forma de ejercer poder restringiendo libertades llega a tal extremo, que jóvenes vigilantes que trabajan para el Ministerio de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio salen a patrullar por las calles con látigos, palos y kalashnikovs en busca de una uña pintada, un tobillo al aire, una carcajada. Dispuestos a denunciar a esas mujeres que, sin posibilidad alguna de defensa legal, soportan penas como la lapidación, amputación, tortura, flagelación o la ejecución publica.
El adulterio está penado con la lapidación. En el proceso de lapidación, la mujer es metida en el suelo en un agujero y tapada con tierra hasta el pecho. A continuación los “hombres” le arrojan piedras hasta matarla. Las piedras no deben ser ni tan grandes como para causarle la muerte rápida, ni tan pequeñas que no se puedan considerar “piedras”.
A casi una década de la invasión propiciada por los Estados Unidos, se puede afirmar con rotundidad que las condiciones para mujeres y niñas en Afganistán resultan desgarradoras y poco ha cambiado para ellas, a pesar de las promesas de la comunidad internacional. Pese a la igualdad utópica de la nueva constitución de 2004, las mujeres todavía pueden ser compradas, vendidas o trasmitidas como parte de una herencia. Las leyes niegan a las mujeres el derecho de heredar, por eso actualmente hay miles de viudas que tienen como única opción mendigar enloquecer, prostituirse, o suicidarse.Como en el tiempo de los talibanes, siguen también los matrimonios forzados, la violencia doméstica y la falta de trabajo. Hay ciudades donde las mujeres salen de sus casas dos veces en su vida: cuando se casan y cuando a vivir con el marido y cuando mueren.
A lo largo del 2007, 165 mujeres, víctimas de violencia de género, intentaron quitarse la vida. En el 2005 el hospital publico de Herat trato a 90 mujeres que intentaron quitarse la vida prendiéndose fuego a causa de la desesperación que les produce el no poder trabajar para alimentar a sus hijos. El 87% de las afganas afirma padecer violencia en el ámbito doméstico. La mitad de las denuncias son por abusos sexuales. Los casos de violencia contra mujeres y niñas aumentaron en febrero de 2008 un 40% en relación a los datos del mismo mes en el año anterior. El 60% de las mujeres es víctima de matrimonios forzados. La mitad de los casamientos son de jóvenes que aun no han cumplido los 16 años, aunque la ley lo prohíbe. Las niñas suelen ser entregadas como restitución por una disputa, deuda o crimen, según las leyes tribales-, pero también por la pobreza extrema que sufre el país. Un padre puede recibir entre 600 y 1500 euros por su hija, lo que equivale a tres años de sueldo de un trabajador.
¿Será posible esperar que también los varones salgan de su letargo y participen activamente contra la violencia de género, colaborando en campañas, manifestaciones, foros desde las escuelas y universidades así como en diversos actos en compañía de las mujeres?
¿Será posible que cooperen como un igual frente a las agresiones de los derechos individuales y luchen por la justa equidad de género?
Sueño con que los sufrimientos de las mujeres anónimas e invisibles afganas, palestinas, marroquíes africanas… sean paliados y la justicia impere en esas tierras donde ser mujer es sinónimo de desgracia.
Sueño con un mundo mas justo e igualitario y todo esto juntos, con vosotros los hombres involucrados activamente en esta contienda donde no hay perdedores y sí vencedores. Por un futuro más esperanzador donde los niños y niñas hayan aprendido la base del respeto sin discriminaciones.
No más violencia de género.”

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