sábado, 27 de agosto de 2016

Misericordia o Jihi

Jihi es todo lo que necesitas

Es uno de los conceptos centrales en la filosofía budista. Jihi (misericordia) es un estadio superior al amor pues, más que un sentimiento, es una acción decidida. Las claves para llevarlo a la práctica.

“El amor, el amor…”. Es una palabra muy usada por escritores, poetas, religiosos, psicólogos, hombres y mujeres de todas las épocas. En los 60, “Los Beatles” decían: “Todo lo que necesitas es amor”; cien años antes, Nietzsche declaraba: “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”; y un siglo antes, Schopenhauer reflexionaba: “El que no ama, ya está muerto”. Podemos seguir retrocediendo en el tiempo y nos daremos cuenta de que el amor ha sido considerado el sentimiento más puro en todos los períodos de la Historia y, en muchos casos, “la única fuerza capaz de mover el mundo en una dirección positiva”.

Cómo vivir con sabiduría, convicción y coraje Comúnmente, se cree que el amor es la más fuerte y positiva de las emociones humanas. Más aun, muchos lo consideran como el fin último de la vida, la fuerza a través de la cual podemos convertir nuestra felicidad y la de otros en fuente de alegría. Sin embargo, también es evidente que, en la sociedad moderna, el amor se ha convertido en algo cada vez más abstracto. Para algunos, el amor es un deseo de dar y de ayudar, mientras que para otros, implica el deseo de tomar y de explotar.

Cuando el amor que se da no es retribuido, podemos experimentar una amargura y celos perturbadores. De tal manera, emociones que originalmente estaban fundadas en el amor se convierten en odio. Y, si partimos de la hipótesis de que el amor no alcanza para los fines arriba mencionados, ¿habrá algún otro sentimiento superior que lo logre? Empecemos por decir que todo sentimiento implica, de por sí, cierta inestabilidad. Las emociones humanas son por naturaleza inestables y, por lo tanto, débiles. Un buen ejemplo de la inconstancia de los sentimientos es el “amor romántico”, que con frecuencia se puede transformar en odio o celos. El “amor a la patria” puede volverse odio hacia otras naciones. Hasta el “amor de una madre por sus hijos” es capaz, en ocasiones, de ser egoísta. En definitiva, de ello se desprende que algo que supere el amor, debe ser algo que supere lo emocional, algo objetivo.

Y aquí el concepto budista de “jihi” hace su aparición. “Jihi” significa ‘solidaridad’ o ‘empatía’ benevolentes; significa también la acción del Buda de salvar a las personas del sufrimiento y de conducirlas a la felicidad. Literalmente, “ji” significa ‘confortar’, mientras que “hi” es ‘erradicar la miseria o el sufrimiento’. Según el Budismo, la esencia de jihi es conducir a los demás al establecimiento de una condición iluminada dentro de su vida, de manera que puedan desarrollar su poder inherente para vivir una existencia plena. La solución fundamental del sufrimiento proviene del conocimiento de cómo vivir con sabiduría, convicción y coraje. Los sentimientos de empatía o amor solo pueden llegar a “solucionar” el sufrimiento de la vida de otra persona, cuando son respaldados por una fuerte decisión de cambiar la causa de ese sufrimiento: el karma individual.

Conducir a otros por el camino de la felicidad Para vencer al sufrimiento, se necesita ser fuerte, por lo que el acto de jihi es frecuentemente severo y, a veces, hasta angustioso. La vigorosa acción del shakubuku (transmitir el Budismo a otras personas) hace emerger la vitalidad necesaria para vencer cualquier dificultad personal. Alentamos a otros para que comiencen a practicar el Budismo por su propio beneficio, pero, en realidad, el hecho de asumir la responsabilidad por la vida del otro constituye el supremo beneficio de nuestra propia revolución humana interior. El segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, solía decir que el coraje era un sustituto de la misericordia. Como es sumamente difícil sentir el deseo de ejercer el jihi, el coraje de introducir a otros en la práctica del Budismo (en el sentido de darles la oportunidad de transformar profundamente el sufrimiento de su vida) es el camino fundamental hacia el logro de su felicidad y de la nuestra.

Misericordia no es sentir pena, sino emprender una acción decidida Según la definición del diccionario, “misericordia” significa ‘virtud que nos hace sentir pena por los males ajenos’. El concepto de “jihi” está bastante alejado de esa definición; que jihi conlleva, implícitamente, el énfasis en la acción. Jihi no equivale a piedad, lástima o amor al prójimo. No está mal que experimentemos tales emociones; pero,no son un requisito para ejercer nuestro jihi como budistas. Más allá de “nuestros sentimientos personales”, lo que cuenta cuando ejercemos nuestro jihi es “remover el sufrimiento” y “brindar felicidad” a la otra persona. La misericordia que revela el Budismo es completamente imparcial, “se ejerce con absolutamente cualquier persona, incluso aquellas que no nos gustan o que nos han hecho algún daño”. Evidentemente, eso es más fácil de decir que de llevar a la práctica.

Muchas veces, nos hemos encontrado en la situación de tener que decirle a alguien algo que no quiere escuchar (y para ello, es necesario tener coraje). Hay que encontrar las palabras precisas, el tono de voz (necesitamos tener sabiduría), porque, de lo contrario, solo lograremos lastimarlo. Debemos también poseer la energía de continuar nuestra acción y de estar completamente seguros de que estamos motivados por el jihi y no por la ira, el resentimiento o nuestro propio ego (porque, en definitiva, no importa cómo lo disfracemos, ese corazón se manifestará). En otras palabras, necesitamos echar mano de cada precioso elemento de nuestro verdadero yo, que está contenido en nuestro estado de Buda.

Un compromiso con nosotros mismos Nichiren Daishonin enseñó que Nam-myoho-renge-kyo es la clave fundamental para el logro de una felicidad indestructible. A través de la práctica del Budismo que él enseñó, desarrollamos la capacidad de tomar cualquier cosa que nos suceda en la vida, sea buena o mala, como la base de nuestra propia felicidad. Esa es la razón por la cual el más elevado acto de misericordia budista es dar a las personas las herramientas para que puedan hacer lo mismo: es decir, hacerles conocer las enseñanzas de Nichiren Daishonin de manera que puedan manifestar su propia Budeidad y felicidad absoluta. Al recitar el gongyo de la mañana y de la noche, decimos una frase que aparece hacia el final de la liturgia: “Mai yi sa ze nen. I ga rio shu yo. Toku ñu mu yó do. Soku yo yu but shin”, que significa ‘En todo momento, estoy pensando cómo puedo hacer para que los seres vivientes ingresen en el camino supremo y adquieran rápidamente el cuerpo de un Buda’. Estas palabras expresan el profundo deseo que habita en el mismísimo corazón de todos los budas. Cada vez que las repetimos, las grabamos en nuestro propio corazón y mente. Ese es también nuestro compromiso: manifestar misericordia; un compromiso que contraemos tanto con nosotros como con los demás. Y nuestro desafío es manifestarlo de la manera más auténtica y personal.

Abarcar no solo nuestra vida, sino el universo entero La relación que existe entre nuestra felicidad y la felicidad de los demás es un tema central de las enseñanzas de Nichiren Daishonin. De hecho, manifestar el máximo potencial de nuestra práctica en nuestra vida cotidiana es vital para lograr un balance entre las dos. El Daishonin declara: “Al invocar daimoku, nuestra voz penetra el universo entero; no existe mundo en las diez direcciones al que no pueda llegar”.1 Y el presidente Ikeda señala al respecto: “El daimoku que invocamos es el sonido de la esperanza y la fortaleza que resuena a través de todo el cosmos. Es también una expresión de sabiduría, porque eleva el corazón de las personas y lo llena de alegría”. Sin embargo, para que nuestro daimoku contenga un poder tal que pueda penetrar el universo entero, debemos desarrollar un fuerte sentido de jihi. La verdadera misericordia amplía nuestra perspectiva de la vida, hace emerger la sabiduría y el coraje, y nos posibilita manifestar nuestra Budeidad.

Desde la perspectiva del Budismo, el universo es una entidad viviente, cuyos componentes tienen una relación de interdependencia. Por lo tanto, para nosotros es imposible experimentar alegría separados de nuestro ambiente; es decir, no podemos ser verdaderamente felices mientras otras personas sufren. Cuanto más nos esforzamos por que otros sean felices, basados en el espíritu de jihi, más felices somos. El jihi de quienes han asumido el profundo compromiso de llevar a cabo su propia misión, y de aquellos cuya fe proviene del sincero daimoku, se ve siempre renovado. Ese es uno de los significados de la palabra “myo”: revitalizar. Invocar daimoku nos permite fortalecer nuestra fuerza vital y sabiduría, y renovar nuestro compromiso por nuestra felicidad y la de otros.


Josei Toda señalaba: “Solo a través de creer sinceramente en el gran espíritu de jihi y en el gran poder de la sabiduría del Buda verdadero, nosotros —personas comunes seguidoras del Buda original— podemos alcanzar la iluminación y convertirnos en budas bajo nuestra forma actual. Definitivamente, no existen otros budas que estos”. Cada uno debe asumir la responsabilidad de su propio karma que, por cierto, no puede ser transformado mediante el poder, el status o la riqueza. Nuestras vidas se hallan inextricablemente interconectadas, y, debido a ello, nuestra revolución humana tendrá un profundo efecto en quienes nos rodean. 
Ahora que lo sabemos, la próxima vez que escuchemos aquella canción de Los Beatles, cantemos: “Todo lo que necesitas es jihi, todo lo que necesitas es jihi, yeah, yeah, yeah”. 

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