Busqué en los libros,
pero los libros
no me buscaban
a mí.
Pasé sus páginas
con dedos ajenos,
como quien toca
un espejo
y no encuentra
su reflejo.
Las princesas
tenían nombres
que se deshacían en mi boca,
Los héroes
hablaban un idioma
que mi abuela nunca pronunció.
En ninguna página
estaban las manos de mi madre
en la máquina de coser,
los dedos heridos de tanto hilo,
la espalda arqueada
sobre el destino,
tejiendo silencios
con cada puntada,
remendando los huecos
de un mundo
que nunca la miró
de frente.
Y yo,
nacida
entre dos sangres,
entre dos voces
que nunca fueron reconocidas,
esperando encontrarme
en un cuento
donde nadie se acordó
de dejarme un espacio.
Entonces
comprendí
algunas historias
no se leen:
se arrancan del aire,
se graban en la piel,
hasta que los márgenes
se vuelven
casa.
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