Soledad, yo he sorbido todos tus éxtasis
y toda la rudeza del cáliz tuyo,
que los fuertes tan sólo beber osaron.
El hombre a quien tu piedra de toque prueba,
o siente zozobra en la locura
sus débiles potencias, o que si espíritu
adquiere la suprema prerrogativa
de estar en paz, ajeno por siempre a todo
tedio, a ti da tristeza y a todo beso
mordiente y despiadado de neurastenias.
Soledad, yo conozco tus amarguras
también: ¡Tus amarguras, en cuyo fondo
hay siempre inesperadas gotas de miel!
Soledad, yo he bebido todos tus goces...
Soledad muda y sabia, tú a Dios conoces:
¡llévame a Él!
Soledad,
Amado Nervo,
9 de abril de 1916.
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