Si te encuentras un baobab en el corazón, arráncalo de raíz, porque sus semillas albergan el miedo, la inseguridad, la decepción, la rabia… Haz como el Principito, que cada mañana retiraba todas las semillas de los titánicos baobabs de su pequeño planeta por temor a que crecieran demasiado, a que sus gigantescas raíces destruyeran todo lo que le era amado y conocido…
Hay miedos inteligentes y no fóbicos que garantizan nuestro bienestar. Son temores ajustados que regulan nuestra supervivencia. Sin embargo, en ocasiones y casi sin saber por qué, llegan esas semillas de baobab que todo lo invaden. Ellas, están justo ahí, en el subsuelo de nuestro jardín psicológico, creciendo a veces de modo silencioso, pero alterando nuestro equilibrio, nuestro enfoque.
“Hay semillas buenas de hierbas buenas y semillas malas de hierbas malas. Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le antoja despertarse. Entonces, se estira y, tímidamente al principio, crece hacia el sol una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se le puede dejar crecer como quiera, pero si se trata de una planta mala, hay que arrancar la planta en cuanto se la pueda reconocer”.
–El Principito–
Puede que de entre todas las reflexiones que nos dejó Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, esta, sea sin duda una de las más interesantes. En el libro, el pequeño protagonista arrancaba diariamente las semillas “malas” de su planeta mientras alimentaba y regaba las semillas “buenas”. Las malas eran las de baobab, esas que debía eliminar de raíz antes de que destruyeran su mundo desde el interior. Las semillas buenas cómo no, eran los rosales y en concreto esa por la que sentía una especial predilección.
Esta sutil metáfora simboliza sin duda la figura de nuestros miedos, de esas zonas más oscuras donde se alimentan a menudo las distorsiones cognitivas. Son esos gérmenes orquestados por la rabia, la angustia o la tristeza que empañan y llenan de grietas nuestro palacio mental.
Un baobab en el corazón, el que todos llevamos
Todos llevamos algún baobab en el corazón. Ahora bien, puede que solo esté su semilla, invisible, dormida y sin ramificación alguna. Otros, en cambio pueden estar sufriendo ya los efectos de su crecimiento. El impacto de ese baobab que expande sus raíces y que todo lo revuelve, lo cambia y lo desestabiliza. Porque los miedos, como los rencores, implosionan hasta quebrar el orden interno, la lógica, la autonomía.
En El Principito, su protagonista le llega a preguntar al piloto en un momento dado si los corderos comen arbustos. Cuando este le responde que sí reacciona con inmensa alegría al pensar que por fin podrá deshacerse de la amenaza de los baobabs. No obstante, al poco el piloto, lo corrige: un baobab no es un arbusto, sino un árbol. Son árboles tan grandes como iglesias, tan inmensos que ni un “rebaño” de elefantes lograría comerse uno entero.
El Principito, imaginándose la escena sugirió que tal vez podría lograrse poniendo un elefante encima de otro. Ahora bien, segundos después advirtió con gran acierto que la mejor estrategia no podía ser otra más que evitar su crecimiento. Porque cuando un baobab crece demasiado nada se puede hacer. A esos gigantes destructivos se les debe detener en sus fases más tempranas, cuando son pequeños, cuando no son más que simples semillas…
“El suelo del planeta estaba infestado de semillas de baobab. Y si un baobab no se coge a tiempo, ya no es posible liberarse de él jamás. Obstruye todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs demasiado grandes, lo hacen estallar”.
–El Principito–
La importancia de impedir que crezca un baobab en el corazón
Hay quien ve en la metáfora del baobab del Principito algo más. Hay quien advierte que más que las semillas de nuestros miedos, podría estar también el germen de la propia maldad. Esa fuerza destructiva que enferma el corazón y que es capaz de cometer los peores actos, de dar forma a los más devastadores escenarios de violencia y destrucción. Los mismos que todos tenemos ya en nuestra memoria colectiva.
Al fin y al cabo, esa semilla de baobab siempre ha estado y estará presente en nuestro interior. De nosotros depende alimentarla y permitir que crezca, porque al igual que en el planeta del Principito, en todos nosotros hay semillas buenas y semillas malas. Que germinen, que echen raíces, depende sin duda de innumerables factores: nuestra crianza, educación, las experiencias vividas…
Sin embargo, no podemos olvidar que está en nuestra mano el ser buenos y hacendosos jardineros para retirar a tiempo las malas hierbas, las semillas que no sirven, las que destruyen el entorno y rompen el equilibrio natural de nuestra parcela personal. Esta habilidosa tarea es la que llevaba a cabo cada día el Principito. Él quien retiraba lo que no quería y él quien alimentaba lo que más valoraba: sus rosales.
No necesitamos corderos ni un ejército de elefantes subidos uno encima de otro para realizar esa tarea de limpieza. Si tenemos un baobab en el corazón, nosotros tenemos la responsabilidad de retirarlo a tiempo o bien de no alimentar su semilla. Esta tarea de mantenimiento genera equilibrio, aporta sabiduría y un sentido de disciplina. Nos permite estar atentos a cualquier cambio, a cualquier crecimiento inusual para evitar que pequeños problemas acaben convirtiéndose en inmensos y aterradores baobabs.
Valeria Sabater
Licenciada en Psicología por la Universidad de Valencia en el año 2004.
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