El Cementerio de la Recoleta no sólo llama la atención por las personalidades de la historia argentina que se encuentran aquí sepultadas, sino también por su valor arquitectónico, ya que entre sus imponentes y majestuosas bóvedas y tumbas, 80 de éstas han sido declaradas monumento histórico nacional.
En realidad, este lugar es un museo de arte al aire libre en donde se pueden ver diferentes esculturas realizadas por famosos artistas, hermosos vitrales y puertas con trabajos de herrería bellísimas. Entre las bóvedas más visitadas está la de Evita Perón, en la puerta de acceso siempre hay ofrendas y flores; otras de las más visitadas son la del escritor Adolfo Bioy Casares y la del poeta Oliverio Girondo.
Tiene su origen a principios del siglo XVIII, cuando la orden de los Recoletos se estableció en esta zona, y crearon un convento, un cementerio y la iglesia de Nuestra Señora del Pilar.
Cuando la orden se disolvió, en 1822, el predio fue utilizado para construir lo que sería el primer cementerio público de la ciudad. El ingeniero francés Próspero Catelin fue el encargado del proyecto y lo llamó Cementerio del Norte. En un principio sólo era para católicos, pero en 1863 el presidente Bartolomé Mitre firmó un decreto en el que permitía enterrar a los practicantes de otras religiones. Más tarde, en 1870, la epidemia de la fiebre amarilla orilló a las familias más acomodadas a mudarse, pues era uno de los puntos más altos y seguros de la ciudad. A partir de entonces se convirtió en uno de los barrios más elegantes y caros, y el cementerio pasó a ser el lugar de descanso eterno de la gente de la alta sociedad.
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