HISTORIA
El origen del monasterio es incierto. Se sabe que, alrededor de 1011, un monje procedente del monasterio de Santa María de Ripoll llegó a la montaña para encargarse del monasterio de Santa Cecilia, quedando así el cenobio bajo las órdenes del abad Oliva de Ripoll. Santa Cecilia no aceptó esta nueva situación, por lo que Oliva decidió fundar el monasterio de Santa María en el lugar donde se encontraba una antigua ermita del mismo nombre. A partir del 1082, Santa María pasó a tener abad propio y dejó de depender del abad de Ripoll. Esta ermita se había convertido en la más importante de todas las que existían en la montaña gracias a la imagen de la Virgen que en ella se veneraba desde el 880. El monasterio pronto se convirtió en santuario; este hecho conllevó un aumento de los donativos y las limosnas recibidas, y permitió un crecimiento constante tanto del recinto religioso como de la influencia en el territorio. A finales del siglo XII, el abad regente solicitó que se permitiera ampliar la comunidad de monjes a 12, mínimo requerido para que se considerara abadía. El siguiente siglo fue el del inicio de la lucha de Montserrat para conseguir su independencia del monasterio de Ripoll. Esta independencia no llegó hasta el 10 de marzo de 1410 y fue concedida por el papa Benedicto XIII. En 1493 el Rey Fernando el Católico envió al monasterio 14 monjes procedentes de Valladolid y Montserrat pasó a depender de la congregación de esta ciudad castellana. Durante los siglos siguientes se sucedieron los abades tanto de la Corona de Aragón como de otras zonas de España. Ese mismo año de 1493, el fraile mínimo Bernardo Boyl, antes ermitaño de Montserrat, acompañó a Cristóbal Colón en uno de sus viajes a América, lo que propició la expansión del culto a la virgen de Montserrat en ese continente. El siglo XIX fue especialmente trágico para Montserrat; a primeros de siglo fue incendiado dos veces por las tropas napoleónicas, en 1811 y en 1812. El monasterio fue saqueado e incendiado, y se perdieron muchos de sus tesoros. A mediados de siglo, en 1835, la abadía sufrió la exclaustración debido a la desamortización de Mendizábal. La exclaustración duró poco, y en 1844 se restableció la vida en el monasterio. La congregación de Valladolid había desaparecido, por lo que Montserrat se convirtió de nuevo en independiente. El monasterio entero tuvo que ser restaurado, puesto que incendios, saqueos y exclaustraciones dejaron en pie poco más que las paredes. Desde entonces, el monasterio de Santa María de Montserrat no ha dejado de crecer y, hoy por hoy, contiene una de las mejores bibliotecas de España. La comunidad actual está formada por unos 80 monjes. Además, en el monasterio residen los niños que componen la Escolanía de Montserrat, considerada la escuela de canto de más antigüedad en Occidente, ya que fue fundada en el siglo XIII. Durante la guerra civil el monasterio volvió a ser cerrado y pasó a depender de la Generalidad de Cataluña, presidida por Lluís Companys. Entre hermanos y sacerdotes, un total de 23 religiosos de la Abadía serían martirizados en los 3 años que duró la persecución religiosa.
Vida monástica
El monasterio de Santa María de Montserrat, como cualquier otro conjunto religioso, consta de dos partes diferenciadas que se complementan. La parte arquitectónica y artística y la parte espiritual y religiosa. En Montserrat esta última parte está definida por la orden de monjes que rige el monasterio, la Orden Benedictina, con una comunidad de unos 80 monjes que se mantiene al frente del monasterio por más de 1.000 años, que se basa su práctica en la Regla de San Benito y en la oración litúrgica, y cuyo lema es «Ora et Labora». Para San Benito, como bien lo define en prólogo de su Regla, un monasterio es «una escuela al servicio del Señor». Esto hace que el monasterio sea la base fundamental de la existencia de la comunidad cuyos vínculos deben llegar a ser afectivos al grado de familiares. El monasterio debe hacer fácil, natural y flexible la relación con Dios. Los benedictinos practican la vida contemplativa, que es la que da prioridad y preferencia al ejercicio de la oración y se establece como un ideal puro de vida cristiana. La relación del hombre con Cristo, la que busca el monje de Montserrat, viene señalada en tres ocasiones en la Regla de San Benito; Nada anteponer al amor de Cristo (Reg. cap. IV). Los que nada estiman tanto como Cristo (cap. V). Nada absolutamente prefiera a Cristo (cap. LXXII). La relación debe ser muy personal, muy directa llegando a la intimidad. Los monjes benedictinos han de ser hombres de fe, disfrutando del gozo de la misma y hombres de oración, que se opongan al activismo y a la agitación, haciendo de la oración el más alto valor religioso. Se cultiva la caridad entendida como el amor a Dios y la convivencia fraternal. Los monasterios benedictinos solo mantienen lo principal: Estabilidad, contra el peregrinar de los monjes andariegos. Vida en común, contra el egoísmo del aislamiento. Un abad, como principio activo de autoridad. Un orden en la vida. Junto a la caridad, la disciplina es una de las directrices importantes. La caridad, propiciada por la vida en común, es el amor al prójimo y lucha contra el egoísmo. La disciplina se eleva contra el protagonismo y la originalidad, concretándose en la obediencia y el cumplimiento de la Regla. De estas directrices nacen los tres votos que profesan los monjes benedictinos: Estabilidad: Permanencia y perseverancia en un monasterio. Conversión de costumbres: Que la entrega a Dios sea real y no una pura fantasía. Obediencia según la Regla: Sometiéndose a la autoridad de un jefe. El voto de Obediencia según la Regla solo puede llevarse a cabo con la figura del abad. El abad debe ser «la representación de Cristo en el monasterio». Gobierna el mismo en sus tres vertientes, la espiritual, la docente y la de gestión. Para que estos objetivos que se persiguen en la vida monástica puedan llevarse a cabo es imprescindible el silencio. El silencio es el que permite, en la oración, oír a Dios. La oración culmina con el Oficio Divino y la Sagrada Liturgia, donde la Eucaristía es el centro. La oración es el centro de la vida benedictina. La vida de un monje está basada en la caridad fraterna, sin caridad no se pude mantener la relación fraternal de la vida monástica ni la entrega a Dios. La Regla dice: Este es el celo que con ferventísimo amor ejercitarán los monjes, es decir: que se prevengan unos a otros con honores; súfranse pacientísimamente los defectos del alma y cuerpo; préstense a porfía obediencia mutua; ninguno busque su propia utilidad, sino más bien la del otro; tribútense una casta caridad fraterna. La búsqueda de Dios por medio de Cristo pasa por la Pasión, por la mortificación que el monje debe seguir. Mortificación espiritual que significa «la renuncia voluntaria a la propia voluntad». El rechazo de la riqueza, de los bienes materiales que estorban el camino de hacia Dios da como resultado la pobreza. La consecuencia de esta pobreza es el trabajo necesario para el mantenimiento de la vida. El trabajo es el elemento más contribuyente al equilibrio de la vida benedictina. La dirección espiritual y la instrucción litúrgica son las formas de apostolado que una comunidad benedictina ejerce. Esto se concreta en la apertura de la iglesia monástica a quien quiera integrase en la oración colectiva y el monasterio a quien busque un ambiente de paz y serenidad.
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