Soltar a un hijo es uno de los actos más dolorosos y valientes del amor.
Nadie te prepara para ver a quien amas perderse en sus propias decisiones, ni para sostener la calma cuando quisieras gritar “hazme caso, te estoy salvando”.
Pero no puedes vivir su vida por él, ni sanar por él, ni pensar por él.
Puedes amar, orientar, acompañar… pero llega un punto en el que su historia ya no cabe dentro de tus manos.
Entonces respiras, lloras, y eliges confiar.
Confías en su camino, en su fuerza, en lo que le sembraste sin darte cuenta: el ejemplo, la ternura, la ética, la vida.
Confías aunque el miedo no te deje dormir, porque sabes que el amor no se mide por cuánto controlas, sino por cuánto respetas la libertad del otro.
Y un día, sin aviso, ese hijo que tanto te dolió soltar, vuelve distinto: más sabio, más consciente, más humano.
Y entiendes que el dolor de haberlo soltado fue el precio justo por verlo crecer.
Psicóloga María Dolores
No hay comentarios:
Publicar un comentario