Salvadora Medina Onrubia (1894 - 1972) fue una narradora, poeta, anarquista y feminista de origen judío, nacida en Argentina en 1894 en La Plata, Argentina y muere en 1972 en Buenos Aires.
A los 15 años abrazó la causa del joven anarquista llegado de Rusia, Simón Radowitzky. Luego de que este asesinase al jefe de policía de la Capital Federal, Ramón Falcón, realizó gestiones con el presidente Hipólito Yrigoyen para que lo liberaran. Como no lo logró, ayudó a su fuga. Pero luego fue capturado nuevamente, y Salvadora contribuyó a que lo indultaran.
En 1918, comienza su actividad literaria. Fue colaboradora de La Nación, El Hogar, Caras y Caretas y otras publicaciones. Autora de varias de piezas dramáticas y propulsora del teatro para niños.
En 1915, se casó con Natalio Botana el creador del diario Crítica, que ella dirigió entre 1946 y 1951 después de la muerte de su esposo.
En 1931 José Felix Uriburu clausuró el diario y encarceló al matrimonio. Un grupo de intelectuales solicitaron a Uriburu su "magnanimidad" por su "triple condición de mujer, poeta y madre". Pero ella no estuvo de acuerdo con este pedido y desde la cárcel manifestó su desprecio a Uriburu con la siguiente carta:
Carta al general Uriburu, Cárcel del Buen Pastor, julio 5 de 1931
Gral. Uriburu, acabo de enterarme del petitorio presentado al gobierno provisional pidiendo magnanimidad para mí. Agradezco a mis compañeros de letras su leal y humanitario gesto; reconozco el valor moral que han demostrado en este momento de cobardía colectiva al atreverse por mi piedad a desafiar sus tonantes iras de Júpiter doméstico. Pero no autorizo el piadoso pedido ... Magnanimidad implica perdón de una falta. Y yo ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades.
Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cíclica. Esta creencia me hace ver el momento por que pasa mi país como una cosa inevitable, fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral cívica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más y no la más dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy, en este momento, como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad.
En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud., que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar una mujer ante los ojos de sus hijos ... y eso que tengo la vaga sospecha de que Ud. debió salir de algún hogar y debió también tener una madre. Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi país y del mundo, en este inverosímil asunto de los dos, el degradado y envilecido es Ud. y que usted, por enceguecido que esté, debe saber eso tan bien como yo.
General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.
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