Cuando Federico García Lorca decidió ir a estudiar a la Universidad de Columbia, Nueva York, estaba pasando por el peor momento económico de su historia, era el «crack», 1929. El poeta debió mirar la urbe con gran pavor y asombro. En el primer día, mientras caminaba, vio cómo un hombre se lanzó desde lo alto del Hotel Astor, quedando hecho pomada su cuerpo en el asfalto. Un poco más tarde, se enteró por la radio que ese mismo día la policía había levantado seis cadáveres de hombres suicidados. Doloroso espectáculo, una locura, una visión de la vida moderna, el drama del oro que estremecía a la metrópoli, algo pavoroso. ¿Cómo procesar todo esto? ¿De qué manera interpretar poéticamente esa demencia social?
García Lorca escribe:
Cuando los cadáveres sienten en los pies
la terrible claridad de otra luna enterrada.(1)
Mi lectura
Poeta en Nueva York fue publicado en 1940, cuatro años después del fusilamiento de los franquistas, que acabaron con la existencia del joven poeta. Cuando estuve en la ciudad de los rascacielos, ambienté esta lectura con el Concierto de Aranjuez (2), una interpretación en jazz de la orquesta de Gil Evans, en la que aparecía como solista el genial trompetista negro Miles Davis. Me resultaba fluido mezclar esas dos obras al mismo tiempo; dos lenguajes distintos, letra a letra, nota a nota iban fusionándose armoniosamente en el alambique del cerebro. Dos sistemas que no desafinaban porque, si bien es cierto que contaban distintas historias, coincidían en el mismo drama: el individuo frente al mundo, el artista frente a la sociedad en una época muy convulsiva. Era como estar presente ante una larga tertulia entre tres grandes artistas del siglo pasado: García Lorca, Miles Davis y Joaquín Rodrigo.
Cuando terminé de leer, percibí que en mi conciencia habían quedado fuertemente impresas tres imágenes:
1. Flotaban los versos de García Lorca entre los rascacielos de Manhattan.
2. El sonido inconfundible de la trompeta de Miles Davis se sumergía por los vagones del metro.
3. Mientras todo esto ocurría, mi corazón había quedado desgarrado.
Después medité profundamente y pensé que esta obra maestra de la poesía del siglo XX podía ser solo comparable —salvando las respectivas especificidades de rigor— con otras tres grandes obras: Exilio de Saint-John Perse, La tierra baldía de T. S. Eliot y Trilce de César Vallejo.
Algunas consideraciones
Poeta en Nueva York se divide en diez partes. La primera es una descripción lírica de la gran manzana, después el poeta granadino dedica sus versos a la vida de Harlem, y el resto son recorridos por los ambientes y los habitantes de la ciudad. Al final, una huida al campo y a la placidez de La Habana y el regreso a Nueva York, ciudad tan desquiciante como fascinante.
1. Libro hermético seguramente para algunos. Surrealista para otros. Quizás para diferenciarlo de los demás libros de poemas de Lorca. Pero, ¿qué hay de cierto? En lo que a la primera cuestión se refiere, el hermetismo de Poeta en Nueva York —que tal vez nos recuerde a su homónimo italiano, aquella poesia ermetica de Giuseppe Ungaretti, de Salvatore Quasimodo, de Eugenio Montale— no arranca del texto mismo, es decir, no es inherente a su construcción. No creo que haya estado nunca en el ánimo de García Lorca escribir un libro para que nadie lo entendiera. No es precisamente a esta clase de hermetismo a la que hacemos alusión. Pienso que la construcción de este grito que es Poeta en Nueva York fue lenta, meditada, pero fundamentalmente muy sufrida:
Pequeños dolores ilesos se acercan a los hospitales
y los muertos se van quitando un traje de sangre cada día.(3)
La reacción de Federico García Lorca ante la Gran Ciudad no podía sino fundar un libro que aparentemente se inscribiera dentro de toda la producción lorquiana, como un texto aparte. Poeta en Nueva York es el único libro hermético de Lorca o, dicho de otra manera, en virtud de este hermetismo es un libro diferente al resto de los que escribió el poeta andaluz entre 1921 y 1936.
2. En cuanto a lo segundo: libro surrealista. Quizás fue la fuerte influencia que recibió de los poetas surrealistas franceses André Bretón y Louis Aragón, cuando el primero, el 17 de noviembre de 1922, pronunció una conferencia en el Ateneo de Barcelona, donde estaba presente el joven poeta granadino. Y tres años más tarde, el 18 de abril de 1925, en la Residencia de Estudiantes donde vivían Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel, dio una conferencia Louis Aragón. La influencia y el impacto seguramente fue grande en Lorca, a tal punto que después escribió su conocida ‘Oda a Salvador Dalí’ (1926) como corolario a la admiración que el joven poeta andaluz sentía por el pintor de Cadaqués.
Mi corazón tendría la forma de un zapato
si cada aldea tuviera una sirena.(4)
Como vemos, fueron varias las oportunidades que tuvo García Lorca de relacionarse con uno de los movimientos culturales más importantes del siglo pasado, todo esto antes de viajar a Nueva York y escribir su libro.
Conclusión: Poeta en Nueva York debería sumarse no solo a esa lista de grandes poemas surrealistas como: ‘Libertad’ de Paul Eluard, o ‘Licantropía contemporánea’ de Louis Aragón, sino también a esa desesperada serie de aullidos poéticos que los mismos norteamericanos enarbolaron en las voces de Walt Whitman, Hart Crane y Allen Ginsberg, que no solo le rompieron los huesos a la gramática sino que, en conjunto, formaron una empresa que cambió la mentalidad de toda una generación.
Notas
1. García Lorca, Federico (1973). ‘Cementerio judío’. Poeta en Nueva York. Barcelona: Ed. Lumen.
2. 'Concierto de Aranjuez', obra de Joaquín Rodrigo, para guitarra y orquesta, estrenada en 1940.
3. Ibid.
4. García Lorca, Federico (1973). ‘Introducción a la muerte’. Poema de amor. Poeta en Nueva York. Barcelona: Ed. Lumen.
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