Autor: Ashley Montagu
Seamos humildes y proclamemos que no tenemos la más remota idea de casi nada. Desde el comienzo de los tiempos el hombre ha estado tratando de dar un sentido a sí mismo y a su mundo. Buscando la luz comprensión en mitad del profundo y oscuro abismo de todo cuanto desconocemos.
Seamos humildes y proclamemos que no tenemos la más remota idea de casi nada. Desde el comienzo de los tiempos el hombre ha estado tratando de dar un sentido a sí mismo y a su mundo. Buscando la luz comprensión en mitad del profundo y oscuro abismo de todo cuanto desconocemos.
Con todas las grandes mentes y pensamientos que nos han precedido, con todas las lecciones que nos ha dejado la historia, es difícil imaginar por qué nos estamos haciendo las mismas preguntas en la búsqueda de un significado a nuestra existencia. De hecho, los griegos ya se planteaban lo mismo hace 2600 años.
¿No tenemos suficiente información disponible aún? ¡Pero si vivimos en un mundo inundado de información! ¿Y qué estamos haciendo con toda esa información? ¿Estamos viviendo vidas más felices? ¿Estamos experimentando un menor número de problemas? ¿Son mejores nuestras decisiones? ¿Somos más sabios? La historia nos dice que no hemos aprendido mucho.
¿No tenemos suficiente información disponible aún? ¡Pero si vivimos en un mundo inundado de información! ¿Y qué estamos haciendo con toda esa información? ¿Estamos viviendo vidas más felices? ¿Estamos experimentando un menor número de problemas? ¿Son mejores nuestras decisiones? ¿Somos más sabios? La historia nos dice que no hemos aprendido mucho.
T.S. Eliot, plantea la pregunta: "¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido, supliéndolo por información?" Necesitamos pensar mejor.
Hoy en día, la sabiduría se ha convertido en indistinguible del conocimiento. Pero son cosas diferentes. El conocimiento no es sabiduría. Existe una gran diferencia. La sabiduría es el uso apropiado del conocimiento.
¿Y cómo alcanzar la sabiduría? Quizá haciendo caso de aquella vieja máxima que decía: "Sabio no es aquel hombre que lo sabe todo y enseña; sabio es aquel hombre que aprende y pone atención."
Hoy en día, la sabiduría se ha convertido en indistinguible del conocimiento. Pero son cosas diferentes. El conocimiento no es sabiduría. Existe una gran diferencia. La sabiduría es el uso apropiado del conocimiento.
¿Y cómo alcanzar la sabiduría? Quizá haciendo caso de aquella vieja máxima que decía: "Sabio no es aquel hombre que lo sabe todo y enseña; sabio es aquel hombre que aprende y pone atención."
LA VERDADERA SABIDURÍA
En la antigua China, en la cima del monte Ping, había un templo en el que habitaba el sabio Hwan. De sus muchos discípulos, solamente conocemos uno, Lao-li. Durante más de veinte años, Lao-li estudió y meditó con el gran maestro Hwan. Aunque Lao-li era uno de los discípulos más brillantes y decididos, no había alcanzado todavía la sabiduría. No poseía la sabiduría de la vida.
Lao-li luchó contra su suerte durante días, noches, meses e incluso años, hasta que una mañana, la caída de una flor de cerezo le habló a su corazón. "Ya no puedo luchar con mi destino -reflexionó-. Lo mismo que la flor del cerezo, debo resignarme airosamente a mi suerte". Desde ese momento, Lao-li decidió retirarse al llano y abandonar su esperanza de lograr la sabiduría.
Lao-li buscó a Hwan para comunicarle su decisión. El maestro se sentó ante una pared blanca, en profunda meditación. Reverentemente, Lao-li se acercó a él. "Maestro -dijo-; pero antes de que pudiera continuar, el maestro habló: "Mañana bajaremos juntos al llano". No era necesario decir nada más. El gran maestro había comprendido.
A la mañana siguiente, antes de descender de la montaña, el maestro contempló la inmensidad que rodeaba la cumbre de la montaña. "Dime, Lao-li -dijo-, ¿qué es lo que ves?". "Maestro, veo el sol que empieza a ocultarse justamente debajo del horizonte, serpenteado por colinas y montañas que siguen durante leguas, y en el valle, un lago y una vieja ciudad". El maestro escuchó la respuesta de Lao-li. Sonrió y luego bajó los primeros peldaños de su largo descenso.
Al cabo de una hora, cuando el sol cruzaba el cielo, ellos proseguían su viaje, y sólo se detuvieron una vez cuando se acercaban al pie de la montaña. De nuevo Hwan le preguntó a Lao-li qué era lo que veía. "Gran maestro, a lo lejos veo unos gallos que corren alrededor de unos pajares, vacas que duermen en frescas praderas, unos viejos que disfrutan del último sol de la tarde y niños retozando junto a un arroyo". El maestro permaneció en silencio y continuó andando hasta que llegaron a la puerta de la ciudad. Allí hizo un gesto a Lao-li y juntos se sentaron bajo un viejo árbol. "¿Qué aprendiste hoy, Lao-li? -preguntó el maestro-. Quizás sea ésa la última lección de sabiduría que te imparta". Lao-li permaneció mudo.
Por fin, tras un largo silencio, el maestro continuó. "El camino hacia la sabiduría es como el viaje desde lo alto de la montaña al llano. Sólo alcanzan la sabiduría quienes se dan cuenta de que lo que uno ve desde la cima de la montaña no es lo que ve desde el llano. Sin esa sabiduría, cerramos nuestras mentes a todo lo que no podemos ver desde nuestra posición y por consiguiente limitamos nuestra capacidad de' madurar y mejorar. Pero con esta sabiduría, Lao-li, llega un despertar. Reconocemos que, a solas, uno ve solamente hasta cierto punto, lo cual, a decir verdad, no es mucho. Esta es la sabiduría que abre nuestras mentes a la mejora, acaba con nuestros prejuicios y nos enseña a respetar lo que al principio no podemos ver. Nunca olvides esta lección, Lao-li: lo que tú no puedes ver puede verse desde una parte diferente de la montaña".
Cuando el maestro dejó de hablar, Lao-li miró hacia el horizonte, y a medida que el sol se ponía, parecía elevarse en su corazón. Lao-li se volvió al maestro, pero el gran sabio se había ido. Así termina el viejo relato chino. Pero se ha dicho que Lao-li volvió a la montaña para vivir el resto de su vida allí, y que llegó a ser un gran sabio.
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