Imágenes de mujer
Las descentradas es la obra poco conocida de Salvadora Medina Onrubia, la célebre mujer de Natalio Botana.
Por Patricio Lennard
En el gineceo de la vida porteña de los años ‘20, lubricado a base de folletín sentimental y poemas de amor, mujeres que se habían soñado nacidas para amar e ignoraban los peligros del corriente bovarismo (¿por qué Madame Bovary no habrá causado, en su momento, una ola de suicidios como el Werther de Goethe?) empezaban a espabilarse con los zamarreos de ciertas escritoras feministas que tanto en la literatura como en el periodismo desmontaban el cliché de la mujer-pasión. Así, por entonces, Alfonsina Storni descorría en su obra los tules del ensueño amoroso para mofarse de ellos, y con su voz chillona y sus aires de comadrita (el piropo es de Borges) se agenciaba el papel de “oveja descarriada” en pos del cencerro de la liberación de la mujer. Un camino por el que también se adelantó su amiga Salvadora Medina Onrubia, quien además de haber sido la esposa de Natalio Botana, el fundador del mítico diario Crítica, y abuela de Copi, fue escritora, dramaturga y militante anarquista.
Es precisamente la figura de la “oveja descarriada” (con cuya piel Storni ya se había enfundado cuando en uno de sus primeros poemas escribía: “Yo soy como la loba. Ando sola y me río del rebaño”) la que reaparece aludida en el título de Las descentradas, una obra que se estrenó en el Teatro Ideal en marzo de 1929 y cuya protagonista, Elvira Ancizar, la esposa de un ministro a quien aborrece y del que llega a denunciar sus chanchullos políticos telefoneando a un periodista de manera anónima (y que por esas vueltas de la trama terminará siendo el prometido de su mejor amiga y, melodramáticamente, su oculto enamorado), es un ejemplo de la búsqueda que se trama en los textos de Medina Onrubia: la de construir un modelo de mujer alternativo a los estereotipos femeninos de la tradición literaria. Una idea que Sylvia Saítta relaciona, en el elogiable prólogo del libro, con el modo en que la autora reescribe “las historias sentimentales mil veces contadas en folletines o letras de tango” para contradecir el modelo de felicidad ceñido al matrimonio y la familia. Algo que en el personaje de Elvira (para quien entre “casada” y “cansada” hay una escuálida letra de distancia) se ve, sin ir más lejos, en su vida conyugal, rancia y estancada como agua de pozo.
¿Pero quiénes son las descentradas de las que habla el texto? Son las que se permiten, como la protagonista, el lujo de tener “ideas boxeadoras. Ideas que se dan directos y crosses con la vida”. Las que entre la gente burguesa se sienten “ovejas negras” y entre las ovejas negras, “inmaculadas”, y que escarnecen tanto a la mujer hogareña como a las sufragistas (“esas feas marimachos”) porque no tienen ningún interés en reclamar para sí los derechos del hombre. Así, lo “descentrado” de mujeres como Elvira o su amiga Gloria (un personaje que funciona como alter ego de la autora, y que ha escrito una novela que tiene el mismo título que la obra de teatro) se conecta con un imaginario de lo femenino que pretende evitar los anquilosamientos; que busca apartar esa identidad (esa especie de “tipo” literario) de una fijación de entomólogo. No en vano la rebeldía, el “no encajar”, la provocación, el tedio (“Cuando estoy entre toda esa gente tan bien educada, siento impulsos de decir malas palabras, de tirar sillas por el aire, de escandalizarlas”, dice Elvira en una escena) son rasgos que dan relieve en los dos personajes a un cierto derecho a la diferencia. Y es que de la oveja que pace por fuera del rebaño a la descentrada hay un matiz moral que Medina Onrubia (quien es más conocida por su vida que por su obra literaria) pone, en efecto, de soslayo. Algo que revela que en la sociedad de su época ser mujer era vivir en el intento.
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