Por Nicolás Lucca | Basta un repaso por el sonido de cualquier banda de los últimos cuarenta años para reconocer alguna influencia del Duque Blanco.
Por Nicolás Lucca
Está claro que los gustos musicales son tan subjetivos como personas existen en el mundo. Nací en 1982. Por una cuestión de edad mi infancia transcurrió en la década de los ochentas y mi adolescencia en la década de los noventas. Mis –muy– jóvenes padres se la pasaban escuchando música de su edad. En casa crecí con rock americano, británico, algo de nacional. Es difícil de explicar para quien no era un niño por aquellos años lo importantes que fueron para nuestra generación las películas épicas para toda la familia, esas que los grandes disfrutaban tanto como nosotros. Automáticamente me vienen a la mente La historia sin fin, Los Goonies y Laberinto. Y es aquí donde aprendí el nombre de David Bowie. Propio de la fascinación de la edad, el VHS de aquella película lo pasé tantas veces que a lo último ya se veía en blanco y negro.
Llegó la adolescencia, llegó la independencia musical del gusto paterno. Fue ahí cuando descubrí Radiohead, Pulp, Blur, Oasis, Smashing Pumpkins, Placebo, Nirvana. Un día, en la casa de un amigo, su hermano mayor estaba escuchando Outside. Resultó raro porque reconocí la voz de Bowie, pero Hallo Spaceboy me resultaba tan actual que algo no me cerraba. Hasta entonces, Bowie para mí era ese que había hecho Laberinto, que había cantado con Queen y que había sacado alguna que otra canción bailable. Fui a Tower Records –una megadisquería en Santa Fe y Riobamba que desapareció con la crisis de 2001– y me llevé algunas cositas: Hunky Dory, Aladdin Sane, Low y The man who sold the world, aunque este último era sólo por la curiosidad de saber cómo era la versión original del tema que Nirvana hizo en su Unplugged.
Nada volvió a ser lo mismo. Allí entendí que la música que tanto me gustaba era de Bowie, de las bandas que crecieron con Bowie. Las letras de futuros distópicos, de realismo mágico, de protesta disfrazada de ironía. Todo me empezó a cerrar y por momentos me daba bronca. Reconocer que los coros fantasmagóricos de la segunda parte de Paranoid Android de Radiohead eran 110% Bowie, que las armonías postmodernistas de The Universal de Blur se correspondían con los loops que el Duque Blanco estiraba hasta llegar a un estribillo explosivo que te pone la piel de gallina, que todo el álbum Different Class de Pulp estaba íntegramente inspirado en todos los sonidos de la carrera de David, que los climas lúgubres de Smashing Pumpkins no escapaban a las ambientaciones del hombre de las mil caras. Básicamente, que todos habían absorbido algo de David Bowie sin importar el estilo de música que hicieran.
Y esto es porque Bowie nunca hizo un disco siquiera similar a otro. Podría llegar a compararse su vigencia actualizada con la carrera de Paul McCartney, sólo que éste siempre se adaptó –de un modo superlativo– a los tiempos que corrían. Bowie, en cambio, marcaba el tiempo. Cuando el mundo giraba al rock sinfónico, él suma a Rick Wakeman –tecladista de Yes– para hacer un disco de melodías simples con armonías imposibles. La escena se movía para el new wave, él ya estaba con los dos pies adentro de los boliches. Para cuando los rockeros comprendieron que no era despectivo hacer música para divertirse y bailar, él ya experimentaba con sonidos que nadie había escuchado antes. ¿Usted quería saber cómo iba a sonar toda la música de los ’90? Escuchaba sus discos de los ’70 y tenía un panorama, no importa el género que le guste. ¿Quiere saber cómo sonará el mundo en 2036? Escuche Blackstar, que salió a la venta el viernes pasado.
La influencia cultural de Bowie excede cualquier posibilidad de análisis. Los Beatles se disfrazaron para Sgt. Peppers, los Rolling Stones lo hicieron para Her Satanic Majestics, Pink Floyd montaba historias teatrales en cada concierto. Todos por aquellos años hicieron discos conceptuales. Bowie creaba un universo nuevo en cada disco y lo hacía tan a fondo que hasta él cambiaba de nombre, de fisonomía, de ropa, de peinado y maquillaje.
Dime con quien colaboras y te diré a cuántos les gusta lo que haces. Bowie fue tan, pero tan ecléctico que trabajó con John Lennon, Brian Eno, Elton John, Mick Jagger, Queen, Iggy Pop, y una lista interminable. Fue tan amplio en sus estilos musicales, y tan variadas las temáticas de sus historias, que hasta el extremista del Punk, Syd Vicius, caminaba por la calle con una remera de Bowie, y la banda grunge más popular de la historia hizo un cover suyo.
Propio de una personalidad obsesiva, Bowie sólo encaró los proyectos que sabía que podía hacer a la perfección. Sus incursiones en el cine –que la mayoría de los medios abordó de forma anecdótica– fueron asombrosamente sólidas, aunque no sorpresivas. Él ya forjaba un papel nuevo ante cada disco. Y una persona que hace de su vida una obra de arte, no podía partir de otra manera: consciente de su muerte, compuso, grabó y calculo metódicamente Blackstar. Basta con escucharlo o ver el videoclip de Lazarus –primer corte difusión del flamante álbum– para notar la despedida planificada.
Como si yo fuera un músico profesional, Bowie terminó formando parte de la banda de sonido de mi vida sin que me diera cuenta. Miro para atrás y me encuentro con mi guitarra gastando un TDK para sacar de punta a punta The Rise and falling of Ziggy Stardust and the Spider from Mars, grabando Five Years con mi amigo Tatu en un estudio casero una madrugada de diciembre en Ushuaia, atravesando el triste 2002 musicalizado por Heathen, o musicalizando guardias de redacción con un random eterno. Cómo no sentir nostalgia si hasta recuerdo la primera vez que escuché a mi hijo tarareando una canción cuando tenía tres años: era el estribillo de Starman.
Su método de ingreso es casi una incógnita, pero poco a poco se mete en el sistema de cualquier ser humano y va copando rincones melódicos, románticos, agresivos, futuristas, alienígenas, críticos de la sociedad, bailables, violentos, jazzeros, funkies, electrónicos, acústicos, hi-fi y minimalistas. No importa la edad que usted tenga, ni el estilo musical que sea de su preferencia. Le apuesto esta nota que, entre los 25 discos editados, las decenas de canciones regaladas a otros músicos, y las miles de bandas que se vieron influenciadas, hay algo de Bowie en usted.
Con muchos músicos, el latiguillo nos dispara que “al menos nos queda su música”. En el caso de David Bowie, nos queda cultura cosmopolita en el más amplio de sus sentidos. Y eso hace que hoy sea un día triste. No porque haya muerto alguien a quien no tuvimos el gusto de tratar personalmente, sino por la música que nos perderemos.
Fuente: http://hora22.com/a-usted-tambien-le-gusta-bowie-solo-que-aun-no-lo-sabe/
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