lunes, 6 de junio de 2016

El cuaderno de recetas de Marguerite

Para las fiestas de Año Nuevo, y también para Reyes la cocina de Marguerite Yourcenar en Petite Plaisance, se llenaba de especias, hierbas aromáticas y salsas, la escritora disfrutaba de las fiestas y agasajaba a sus amigos con sus recetas, muchas de ellas, guardadas en un cuaderno de apuntes recuperado por su biógrafa Michèle Sarde, junto a la antropóloga Sonia Montecino en el libro La mano de Marguerite Yourcenar. Cocina, escritura y biografía (Catalonia-Del Nuevo Extremo). “Lo que llama la atención en las actividades domésticas de la escritora es el cuidado casi religioso con que aborda cada una de las operaciones vinculadas a la alimentación”, cuentan las autoras.
Yourcenar compartía el gusto por lo sencillo.

Se levantaba a las 8.30 y acompañaba el café de la mañana -especiado con un grano de cardamomo- con un english muffin con manteca y mermelada. En Petit Plaisance, la casa de Mount Desert Island, al este de los Estados Unidos, se comía en la cocina. Vegetales, trigo y especias. Muchos dulces. A las tres comidas diarias se agregaba, dos o tres veces por semana, el té de las cinco. Marguerite preparaba las recetas que anotaba a mano, mecanografiaba, recortaba y atesoraba en un estante con libros allí, cerca de las teteras y los fuegos. Grace, su compañera de vida, hacía las compras, recolectaba las hierbas del huerto, picaba ingredientes y lavaba todo. Disfrutaban con amigos los sabores. Celebraban las fiestas. Compartían el gusto por lo sencillo. Elogiaban la lentitud.
Así de cotidiana es la protagonista de La mano de Marguerite Yourcenar (Del Nuevo Extremo), trabajo de la chilena Sonia Montecino y la francesa Michèle Sarde: una novedad que sorprende por la revelación del placer y hábito culinario de la autora de Memorias de Adriano, aspecto inédito que tiene en este volumen -menudo y cálido- un abordaje tan interesante como accesible. Cada especialista en su ensayo, que anteceden al recetario comentado que cierra el volumen, desgrana la vida y los talentos de un ser cosmopolita que desde que nació en Bruselas, en 1903, amó las vacas lecheras. Su madre, belga, murió ese junio, días después de dar a luz. A las semanas, no más, Marguerite crecía junto con su padre, el francés Michel Crayencour, en el castillo Mont Noir de su dura abuela paterna. “Me alimenté bien, pero de otro modo. Hacia la edad de diez años aprendí a comer carne «para ser como todos», pero seguí rechazando todo cadáver de animal salvaje y toda criatura alada. Luego, cansada de esta guerra, acepté la carne de ave y el pescado. Cuarenta años más tarde, indignada ante la matanza de animales, volví al camino que había seguido en la infancia.”
“Vegetariana” y “expatriada” es la cocina de esta inesperada Yourcenar, al decir de las autoras. Antropóloga, Montecino habla de esta mujer, que por supuesto superó la idea de la cocina como espacio de opresión, desde el punto de vista de la alimentación, del collage de escrituras culinarias y de los contenidos de las recetas. En cambio, Sarde, biógrafa (suyo es el estudio Marguerite Yourcenar: la pasión y sus máscaras, 1998), interpreta con un profundo conocimiento las huellas de la vida y la obra de la escritora en el recetario que ella misma encontró en la biblioteca de la Universidad de Harvard mientras examinaba la correspondencia que más tarde se publicaría como Cartas a sus amigos.
De la afinidad entre la lengua que habla y la lengua que degusta, la mano que escribe y la que cocina, trata este libro. “Yourcenar no tenía ninguna intención de construir un recetario cuando envió a la biblioteca aquellas hojas sueltas con sus recetas predilectas, que usaba para sus comidas íntimas -cuenta Sarde a LA NACION-. Nosotras las compilamos dándoles una función de transmisión. Sin embargo, el hecho de que las haya incluido entre los documentos que consideró dignos de archivar en Harvard indica que consciente o inconscientemente los consideraba válidas trazas.”
El cuaderno de recetas que se reproduce en el libro fue elaborado por Yourcenar en la casa que ocupó con Grace Frick a partir de 1945 en el norte de Estados Unidos. “Marguerite, con cuarenta y siete años, inicia en Petite Plaisance, la casa que ha comprado con Grace, el curso de una vida sedentaria, tranquila en el ritmo cotidiano de lo doméstico pero intensa en actividad intelectual y de escritura. La alimentación ocupará forzosamente un lugar que no tenía en los años europeos de vagabundeos y pasiones. Ya no se trata, como antes, de sentarse a la mesa frente a platos preparados por manos subalternas: algún chef de gran hotel, un patrón de trattoria italiana o griega, una cocinera del castillo. Se trata ahora de participar en todas las operaciones que terminan en la mesa de los comensales: la compra de productos, la elección de los platos, su preparación”, cuentan Sarde y Montecino. Así, la mano de la escritora pasa de las letras y el papel a las cebollas y las mentas, el ajo y la harina, las nueces y el anís.
Sarde cuenta cómo el hallazgo del cuaderno modificó por completo su comprensión de la autora: “Yourcenar acababa de morir. Yo trabajaba en la biblioteca de Harvard examinando las cajas de archivos que ella había enviado ahí poco tiempo antes. Era una gran mezcla de cosas: fotos, documentos, recortes de diarios, cartas, calendarios, documentos de identidad. De pronto vi aquellas recetas de cocina, acompañadas de listas de especias y hierbas del jardín en una carpeta con la etiqueta ‘Casa y jardín’. En un parpadear, mi imagen de la autora de Memorias de Adriano se transformaba… se feminizaba y se humanizaba a la vez”.
Esas recetas permiten a la vez, entrar en ese universo cotidiano, tan afanosamente preservado por la escritora como reinterpretar algunos de los pasajes de sus obras, explica Sarde: “Una mujer sencilla que trabaja en su cocina como cualquier ama de casa, preparando comidas para compartir con su compañera y sus amigos más cercanos. Este acercamiento a su cotidianeidad permite también comprender la dosis de subjetividad que inyectó en sus personajes –históricos o de pura ficción– dándoles una gran fuerza. El emperador Adriano, el personaje real, era conocido para los historiadores y los especialistas de la Antigüedad, pero el Adriano de Yourcenar es conocido ahora para los lectores de todo el mundo. Y en materia de gustos alimentarios, el Adriano de Marguerite no corresponde exactamente al Adriano histórico”.
La biógrafa cuenta que Yourcenar había suprimido en su casa el comedor, todo sucedía en la cocina, donde ella preparaba el desayuno para sus amigos, ensaladas y platos vegetarianos con las hierbas que plantaba en su jardín. En palabras de la propia Marguerite Yourcenar: “Amaso el pan, barro el umbral; después de las noches de mucho viento, recojo la madera muerta...” Panes, pizzas, salsas exóticas, postres, muffins y hasta tragos, pueblan el cuadernos de recetas de la escritora, donde hay una huella clara de su infancia en el norte de Europa.


Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/El_cuaderno_de_recetas_de_Marguerite_0_1496850336.html

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