viernes, 21 de noviembre de 2025

“Si alguna vez te necesité y no estuviste, créeme que no te volveré a necesitar nunca más.”
Llega un momento en la vida en el que uno se cansa de esperar, de justificar ausencias, de inventar razones para quienes simplemente decidieron no estar. Y es ahí, en ese instante de silencio y vacío, donde nace la verdadera fortaleza. Porque cuando aprendes a curarte solo, también aprendes a no suplicar compañía, a no rogar atención, y a no mendigar amor.
La ausencia enseña más que mil disculpas. Te muestra quién te valoraba de verdad y quién solo estaba de paso. Te enseña que la soledad, aunque duela, también puede ser maestra; que llorar solo a veces es el primer paso para aprender a sonreír sin depender de nadie. Y que cerrar una puerta no siempre es un acto de frialdad, sino de amor propio.
No se trata de orgullo, se trata de dignidad. Porque quien no caminó contigo en los días oscuros, no merece compartir la luz de tus amaneceres. Agradece a quienes se fueron, porque gracias a su ausencia descubriste de qué estás hecho, cuánta fuerza dormía en ti y cuánto vales cuando decides no volver atrás.

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