A Séneca lo llamaron frío…
A Marco Aurelio, insensible…
A Epicteto, duro de corazón.
Pero lo que pocos veían era esto:
tenían discernimiento.
Veían lo que otros no querían ver.
Entendían que lo fácil muchas veces adormece…
y que lo incómodo suele despertar.
No todo lo que te halaga es amor.
No todo lo que te exige es maldad.
El discernimiento es la virtud del sabio:
separa el humo de la esencia, la máscara de la verdad,
el impulso de la sabiduría.
El estoico no reacciona… observa.
No se deslumbra… evalúa.
Y no se deja arrastrar… elige.
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