Según el lingüista David Crystal, para que un idioma pueda ser considerado como una lengua franca debe ser adoptado y oficializado por países que no lo tienen como lengua materna, y debe ser usado en algunos ámbitos importantes, como la diplomacia, los negocios o la ciencia. Para la generación de mis padres, la opción preferida a la hora de aprender un segundo idioma era el francés; pero pasadas algunas décadas, el inglés lo desplazó. ¿Cómo se produjo esta situación? Y el inglés, ¿está a punto de ser la lengua franca de los próximos siglos? Dos naciones que han rivalizado durante gran parte de su historia continúan luchando por el liderazgo. ¿Triunfará el inglés después de todo? ¡Pongámonos manos a la obra para descubrirlo!
Paso 1 – El francés conquista Europa y el mundo
Después de que Guillermo el Conquistador condujera la ocupación normanda de Inglaterra en 1066, el viejo idioma normando se convirtió en la lengua de la aristocracia inglesa. No corresponde exactamente al francés que conocemos hoy, pero es asombroso su poder de permanencia en las islas británicas. Desde el lema “Honi soit qui mal y pense”, estampado en el escudo de armas del Reino Unido, hasta su uso en la correspondencia sostenida entre la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes hasta el día de hoy (Soit baillé aux Seigneurs/Communes es una de las muchas fórmulas de que se sirve el secretario), el francés puede ser leído y escuchado en Gran Bretaña en asuntos formales, ¡y fue utilizado por el sistema jurídico inglés hasta 1733!
El proceso a través del cual el francés comenzó a definirse como un idioma estable y reconocido a nivel internacional se remonta a 1634, cuando el cardenal Richelieu, que pretendía estandarizar y controlar la lengua oral y escrita, creó la Académie Française. (Esta institución sigue promoviendo y regulando el uso de ciertas palabras específicas, tales como logiciel para software y ordinateur para computadora). En el siglo XVIII, el francés clásico desplazó al latín en los tratados internacionales, comenzando con el Tratado de Rastatt (1714) que supuso el final de la Guerra de Sucesión Española. Este es el nacimiento del francés como lengua diplomática.
A partir de este momento es el idioma hablado en la mayoría de los tribunales europeos y comienza a ganar renombre cultural gracias a las obras e ideas de numerosos filósofos y pensadores: la Encyclopédie de Diderot, las invectivas de Voltaire contra la Iglesia y su defensa de la libertad de expresión, la creencia de Condorcet en la perfectibilidad del ser humano, etc. La Ilustración comienza en Francia y arroja su luz por toda Europa. En el momento en que la Revolución Francesa echó abajo las puertas, el francés no solo era una lengua apreciada a nivel cultural, sino que estaba aprestándose a conquistar Europa a través del poder militar.
Paradójicamente, el francés no era el único idioma hablado en Francia en aquella época. Se estima que de los 28 millones de habitantes con los que contaba Francia a finales del siglo XVIII, 6 millones no entendían nada de francés y otros 6 millones no tenían la capacidad de sostener una conversación en este idioma. Cuando Napoleón se convirtió en emperador y el Imperio francés se extendió por toda Europa, el Código Napoleónico propagó la ley francesa en este continente y en el mundo, a la vez que acentuó la necesidad de radicar la lengua francesa en el suelo francés y en el espíritu de sus ciudadanos, propósito que hasta entonces se había perseguido solo de forma gradual. En el momento en que estalló la Revolución francesa, el 75 % de los ciudadanos franceses no hablaban francés como su lengua materna, lo cual es un dato impactante, y el idioma tenía un uso más amplio en los Países Bajos y en Alemania que en algunas regiones de Francia.
Varios filósofos alemanes –desde Kant hasta Hegel– e ingleses –como Burke, por ejemplo– trataron de dar sentido a los valores franceses, a su Ilustración y Revolución, al igual que al fervor napoleónico. Los europeos comenzaron a verse obligados a estar a la altura de las expresiones de Francia, su cultura, su visión del mundo y su lengua. El Congreso de Viena (1815), en un intento de retractarse de la exaltación de los valores liberales y poner fin a los conflictos napoleónicos después de la Revolución, también utilizaba el francés como su lengua franca para las negociaciones.
Francia ya había conquistado territorios en el extranjero, como Canadá, Luisiana, varias islas de las Indias Occidentales y algunas regiones de la India. Sin embargo, al final perdió a Canadá, conquistada por los ingleses, y Luisiana fue vendida por Napoleón a los norteamericanos –no solo con el fin de financiar sus guerras contra Gran Bretaña y otras potencias europeas, sino también para mantener una actitud amigable con Estados Unidos, ayudándolos a aumentar su poder para compensar así la influencia inglesa en Europa–. El prestigio de la lengua francesa en el siglo XIX hizo que incluso fuese adoptada por la diplomacia otomana (!). En 1914, Francia disponía de un imperio de más de 10 000 000 km2 y 60 millones de personas.
Paso 2 – Dos idiomas se disputan el dominio
Precisamente en los siglos XVIII y XIX aumentó la influencia de la lengua inglesa. La primera sacudida llegó con la Revolución Industrial, iniciada por Gran Bretaña en el siglo XVIII. El país avanzó en el campo de la ciencia, proceso del cual no solo surgieron nuevas tecnologías, sino también nuevas palabras para designar las nuevas ideas. Toda persona interesada en mantenerse al tanto de estos desarrollos debía aprender inglés. Incluso la ciencia newtoniana moderna, de finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, fue formulada en inglés, algo de lo que Voltaire estaba perfectamente al tanto puesto que popularizó la obra de Newton en Francia a través de sus escritos.
El Imperio británico comenzó a pisarle los talones a la potencia cultural de Francia a medida que se propagó su poder y su influencia –Gran Bretaña creó universidades y estableció centros de comercio en todos los rincones del mundo–. Para el siglo XIX, Gran Bretaña ya se había convertido en la superpotencia mundial. Su imperio iba desde la India hasta Australia y las Antillas, incluyendo la Guayana británica en Sudamérica, varios países de África, los territorios del sudeste asiático y el Oriente Próximo. En Gran Bretaña y en los Estados Unidos, que ya se habían independizado, se hablaba inglés. Sus economías eran las más productivas y las de más rápido crecimiento en el mundo, y su influencia era un fenómeno sin precedentes. Según una anécdota, Bismarck declaró que Estados Unidos, como nación de lengua inglesa, era el hecho político más importante de los tiempos modernos.
El francés podía seguir usándose en los tribunales de Europa hasta Rusia; era, además, el idioma de la nobleza, incluida Catalina II, quien lo usaba en su correspondencia y su comunicación diaria. (Esta historia de amor entre Rusia y Francia se interrumpió abruptamente con la prevención antimonárquica de la Revolución francesa, pero se reanudó gradualmente a comienzos del siglo XIX con Alejandro I). Sin embargo, el inglés es ahora el idioma del dinero, y el dinero habla más fuerte que la filosofía. La ciudad victoriana de Londres es el centro financiero del mundo y la mayor parte de sus negocios no se efectúan a nivel nacional, sino que se dirigen hacia el exterior.
Sorprendentemente, la estocada final al francés como lengua franca no la dio Inglaterra, sino la antigua colonia norteamericana de Inglaterra…
Paso 3 – El inglés conquista el mundo y se globaliza
Después de la Primera Guerra Mundial y de la firma del Tratado de Versalles, Gran Bretaña vio a su Imperio alcanzar la cumbre, pero su fortuna cambió de forma drástica después de la Segunda Guerra Mundial. Europa quedó destruida e Inglaterra en quiebra. Estados Unidos y los ejércitos soviéticos ejercieron el dominio de facto sobre el continente. Durante las décadas posteriores ya no se trató de un rivalidad entre el inglés y el francés, sino entre el ruso más allá del telón de acero y las lenguas de los Aliados Occidentales. Si bien el poder tecnológico y militar estadounidense estuvo acompañado del poder blando y el inglés comenzó a ganar un peso mayor en el mundo, su poder solo se desplegó verdaderamente después de la caída de la Unión Soviética. El lingüista David Crystal afirma que no comenzó a dar conferencias sobre el inglés como idioma global hasta los años ochenta y que fue a finales de los noventa cuando tomaron vuelo las publicaciones sobre el tema.
Ahora bien, ¿qué inglés?
La influencia global del inglés solo comenzó a incrementarse desde el cambio de milenio. Como potencia económica mundial, Estados Unidos exporta su cultura a todo el mundo, desde la música pop hasta las series de televisión y el cine.
Esto sugiere una de las posibilidades futuras para el idioma inglés: que se convierta en inglés norteamericano en su expresión oral y escrita. En Inglaterra ya algunas palabras del inglés estadounidense han entrado a formar parte del vocabulario oficial –como “kids” y “cool”– y la pronunciación se está modificando –la combinación sch en “schedule” a menudo se pronuncia como sk, en lugar de sh–. Asimismo la gramática se ha ido derrumbando, como puede verse en el uso cada vez más escaso del tiempo verbal present perfect (el “I’ve just eaten” de los británicos es sustituido por el “I just ate” estadounidense). También la ortografía del inglés estadounidense está tomando el control (“enciclopedia” en lugar de la tradicional “enciclopedia” británica). Esto es parte de lo que el autor Arthur E. Rowse describe como “Amglish” o “English in blue jeans”.
También existe otra posibilidad: la coexistencia de muchas formas del inglés en diferentes culturas y regiones del mundo que compartan un núcleo común del idioma. En conjunto, estas formas del inglés funcionarían como un lenguaje universal. Robert McCrum es uno de los autores que describen este mundo que conquista el inglés como Globish, y algunos investigadores –entre ellos Jennifer Jenkins– hablan de un inglés que debe ser controlado y adaptado para permitir una comunicación fluida entre diferentes culturas, dejando de privilegiar a los hablantes nativos y sus expresiones o modismos. Imaginemos una reunión de negocios en la que los asistentes –indonesios, españoles y franceses– hablan en inglés (el segundo idioma que han aprendido) y se entienden sin esforzarse excesivamente.
Ahora arrojemos en la escena a dos típicos británicos y a dos norteamericanos asimismo genuinos y observemos cómo no consiguen hacerse entender por los hablantes no nativos. El vocabulario, la fonética, las expresiones y los dialectos de los hablantes nativos están demasiado lejos de un inglés internacional básico. Se podría pensar que los hablantes no nativos necesitan mejorar su inglés, pero ¿por qué deberían hacerlo si se están comunicando entre sí con fluidez? Los verdaderos saboteadores parecen ser, paradójicamente, los británicos y los estadounidenses. El alto nivel que tienen en su lengua materna, ¿impide que se comuniquen adecuadamente con los demás?
El inglés ríe el último. ¿Lo hace?
Así que el inglés tiene el mando. ¿Significa esto que el francés ya no es un idioma valioso culturalmente? ¡De ningún modo! Los más recientes filósofos y pensadores europeos relevantes provienen de Francia: Sartre, Foucault, Derrida, Deleuze, Beauvoir, Bourdieu, Badiou, Baudrillard y sus contemporáneos franceses han dominado el discurso intelectual en Occidente desde la segunda mitad del siglo XX. El control ejercido por la Académie Française propone promover la homogeneidad y consistencia del francés. La lengua sigue teniendo un gran alcance, suficiente para abarcar 29 naciones independientes diseminadas por Europa, las Américas, África y el Pacífico, donde conserva su estatus de idioma oficial. La hablan 79 millones de hablantes nativos y 370 millones de hablantes no nativos. Francia es una de las 6 principales potencias militares y una de las 6 economías más importantes del planeta. También es el país más visitado del mundo. Su contribución a la cultura mundial es inmensa, desde la moda y la literatura hasta la arquitectura y la cocina.
Sin embargo, el inglés le gana al francés por un amplio margen, ya que lo hablan 375 millones de nativos y 1500 millones de no nativos de todo el mundo. Se estima que ahora mismo hay alrededor de 1000 millones de personas que están aprendiendo inglés. Y cuantos más países incluyan el inglés como segunda lengua en su sistema educativo, tanto más se convertirá en una lengua franca. Parece así que el inglés satisface con gran maestría uno de los requisitos mencionados por David Crystal para que un idioma sea una lengua franca, ya que ha adquirido un estatus especial en más de setenta países (Ghana, Nigeria, India, Singapur, etc.).
De lo cual se desprende la siguiente pregunta: ¿el inglés está arrancando de raíz sus propios orígenes al conquistar el mundo? ¿Es una victoria pírrica o un verdadero triunfo? ¿Justicia poética después de las arremetidas del colonialismo? ¿O simplemente un imperialismo que retorna con el rostro del Tío Sam en lugar de la Union Jack? Es difícil decir lo que traerá el futuro. Pase lo que pase, en el mundo nunca ha existido un número tan grande de personas hablando el mismo idioma y conectadas todo el tiempo por medio de la tecnología. Tal vez es hora de que los hablantes nativos dejen de lado su prescriptivismo y den la bienvenida al desorden y al delirio del caos lingüístico al que llevaron al mundo.
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