miércoles, 13 de marzo de 2019

EL ANTES DE UN TANGO INMORTAL

CÓMO NACIÓ EL TANGO “SUR”

“Desde la barranca de Boedo hacia el sur, se presentían Pompeya y Puente Alsina, con sus portones y sus chimeneas y sus inundaciones; y hacia el norte el último pedazo de Almagro, escenario de José Betinotti, el pequeño muchacho zapatero que inventó, vaya a saberse cómo, la primera canción de Buenos Aires….
“Y al otro lado, Cochabamba arriba, las calles anchas y los árboles verdes y hasta retazos de alfalfares y quintas misteriosas. Y por San Juan, ganando el río, el San Cristóbal bravo, lleno de mostradores y de escudos de comité y de canchas de taba, y de pedanas a cuchillo”.
“Y a los cuatro rumbos, casas sin salas y corredores profundos y huecos sembrados de vidrios y latas y de hombres traídos por los mares y mujeres con pañuelos atados a la cabeza, y muchachos argentinos que estaban fundando sin saberlo, al hijo nuevo de la patria vieja. Y tal vez, este mismo cielo, esta misma mañana y las estrellas de siempre y el mismo calor de barrio y un amor parecido entre sus gentes sencillas.”


San Juan y Boedo en 1947

Boedo era algo así como un paso pesado que diera Puente Alsina para llegar al centro, como también el tránsito obligado de las gentes del centro cuando querían acercar el alma hasta el Riachuelo…”

Así me hablaba un día de 1947 Homero Manzi, talentoso amigo y camarada. En esos momentos hilvanaba en mente las estrofas de un tango que se llamaría Sur, y en esas palabras le subía la génesis desde el corazón.
No era hijo de Buenos Aires el que con tal fervor me hablaba de un barrio porteño. Homero Manzi (que hizo este apócope de su verdadero apellido Manzione) había nacido en Añatuya, provincia de Santiago del Estero.
Pero a la vida del espíritu en vuelo, de la emoción íntima, del numen poético, nació varios años después en Buenos Aires, muchacho sensitivo avecindado al barrio de Nueva Pompeya y educado en las aulas del siempre bien recordado colegio de los Luppi. Seguidor adolescente de José González Castillo, prohombre de la barriada, Manzi afirmó la vocación literaria en su cenáculo, y un día, ya profesor normal, abandonó por ella la cátedra, como abandonaría después la carrera de Derecho cuando los expulsaron de la Facultad por pertenecer a los rebeldes “estudiantes de alpargatas” que en 1930 desfilaban por la calle Florida para establecer distingos con otro tipo de calzado que gobernaba “de facto” al país.
Las letras de las canciones populares y los libretos de películas, con verdadera calidad, le dieron renombre exitoso. Y por otro capricho de los suyos, cuando era positivamente “alguien” en el ambiente artístico e intelectual, se dejó crecer la barba (modalidad desacreditada por los que la usan para conseguir que hablen de ellos).
Homero Manzi y Aníbal Troilo, dos “gordos” de físico, con lirismo etéreo, daban los retoques finales a su tango Sur. Letrista y músico se comprendían en la recíproca palpitación del cariño y el arte. Su anterior composición –Barrio de Tango- lo demostraba.
Ya entonces Manzi sospechaba que estaba herido de muerte. Sus camaradas más cercanos también lo sospechábamos. En una tarde triste del mes de julio de ese año, cuando sepultábamos en la Chacarita al negro “Cele”, el de Mano a Mano, que nos tocó despedir a Manzi y a mí con sendas oraciones en nombre de amigos y colegas de la canción popular, él me confió allí mismo, en un aparte, que había dicho su discurso sobreponiéndose angustiosamente a un repentino y terrible dolor interno, que venía a unirse a otros anteriores síntomas inquietantes…
Era el anuncio del mal que no perdona. Nuestras sospechas tuvieron desgraciado aserto. Simulábamos ante él un franco optimismo en su recuperación, pero ¿cómo podía engañarse él, con su carne dolorida sumisa al tremendo arsenal médico que lo rodeaba?…
En ese estado de ánimo escribió Sur. Añorando la lozana mocedad en su barriada de adopción.
Partiendo de:
San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo.
Pompeya y más allá la inundación…
Caminando en un sueño de retorno, hacia el arrabal que amó:
Sur, paredón y después…
Sur, una luz de almacén…
Despidiéndose del tiempo florido del idilio:
Ya nunca alumbraré con las estrellas
Nuestra marcha sin querellas
Por las noches de Pompeya
Más aún, despidiéndose de la vida definitivamente…..
Las calles y las lunas suburbanas
Y mi amor y tu ventana
Todo ha muerto, ya lo sé.

En los días del carnaval de 1948 visité a Manzi en el sanatorio donde acababa de ser operado. Le hablé del estreno afortunado de su tango. El, hundido en el lecho, me sonreía agradecido entre las hebras de su barba, y sus ojos me decían que le gustaba más volver a la vida empujado por el halago de esas coplas de Sur que por el filoso expediente del cirujano. Salió mucho después de aquel sanatorio, cargando la sentencia ineluctable. Vivió tres años más, dos de ellos cayéndose y levantándose, hasta el último resto de su dinamismo heroico; postrado el último. No había cumplido cuarenta y cuatro de edad cuando la muerte le quebró la ambición de hacer montones de cosas que estaban bullentes en su pensamiento…
Para revancha de sus males, diré que no fue una muerte sin remedio, porque él se ha salvado del olvido.
(del libro “Así Nacieron los Tangos”. Ediciones Corregidor. Buenos Aires, 2006 de Francisco García Jiménez)

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