Pero qué hermosa estabas en la ventana, con el gris
del cielo posado en una mejilla, las manos teniendo
el libro, la boca siempre un poco ávida, los ojos du-
dosos. Había tanto tiempo perdido en vos, eras de
tal manera el molde de lo que hubieras podido ser
bajo otras estrellas, que tomarte en los brazos y
hacerte el amor se volvían una tarea demasiado tier-
na, demasiado lindante con la obra pía, y ahí me
engañaba yo, me dejaba caer en el imbécil orgullo
del intelectual que se cree equipado para entender
(¿llorando a moco y baba?, pero es sencillamente
asqueroso como expresión). Equipado para entender
si dan ganas de reírse, Maga. Oí, esto sólo para vos,
para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde
hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como una
llama, como un río de mercurio, como el primer can-
to de un pájaro cuando rompe el alba, y es dulce
decírtelo con las palabras que te fascinaban porque
no creías que existieran fuera de los poemas, y que
tuviéramos derecho a emplearlas.
Rayuela - Capítulo 34
del cielo posado en una mejilla, las manos teniendo
el libro, la boca siempre un poco ávida, los ojos du-
dosos. Había tanto tiempo perdido en vos, eras de
tal manera el molde de lo que hubieras podido ser
bajo otras estrellas, que tomarte en los brazos y
hacerte el amor se volvían una tarea demasiado tier-
na, demasiado lindante con la obra pía, y ahí me
engañaba yo, me dejaba caer en el imbécil orgullo
del intelectual que se cree equipado para entender
(¿llorando a moco y baba?, pero es sencillamente
asqueroso como expresión). Equipado para entender
si dan ganas de reírse, Maga. Oí, esto sólo para vos,
para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde
hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como una
llama, como un río de mercurio, como el primer can-
to de un pájaro cuando rompe el alba, y es dulce
decírtelo con las palabras que te fascinaban porque
no creías que existieran fuera de los poemas, y que
tuviéramos derecho a emplearlas.
Rayuela - Capítulo 34
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