Si, el tiempo ha seguido y nos ha pasado. El tiempo, como un niño que llevan de la mano y que mira hacia atrás...
Con tan poca cosa puede un hombre ser feliz, pensó. Ni siquiera un beso. Con tan poco. La taza de té preparada con su mínima liturgia, un perfume viejo. Sí, casi nada...
Una noche, una de aquellas noches que alegran la vida, en que el corazón olvida sus dudas y sus querellas, en que lucen las estrellas cual lámparas de una altar, en que convidando a orar la luna, como hostia santa, lentamente se levanta sobre las olas del mar.
Infancia, qué bien no hablar, dejarla en su esquina borrosa, en su rayuela, qué bien no traicionar. Recinto, las sandías de oreja a oreja, la siesta, caracol caracol saca los cuernos al sol.
Era el sufrimiento gozoso, como la picazón bien rascada, sangra pero te gusta a la vez.
Te crías en la estructura cristiana, reducida no más que a un cascarón de tortuga donde te vas estirando y ubicando hasta llenarlo. Pero si sos un conejo y no una tortuga, es evidente que estarás incómodo. Las tortugas, como el gran Dios Pan, ha muerto, y la sociedad es una ciega nodriza que insiste en meter conejos en el corsé de las tortugas.
Siempre es como si las palabras y su tiempo estuvieran desajustadas, como si lo que debiera decirte ya no fuese oportuno, o no lo será un día en que vos o yo faltaremos, y nada podrá ser dicho.
Pero no te rindas a la bondad. Mira, tener lástima cuando no se ha hecho mal, esa flojera horrible como condenarse, sabesperder el derecho de elegir cada mañana tu traje y tu silbido y tu libro para leer, no nunca eso. Los ojos están adelante de la cara, mi querida, y no es culpa tuya si soy un poco tu sombra, tu eco, si el barco no puede andar sin hender.
Con tan poca cosa puede un hombre ser feliz, pensó. Ni siquiera un beso. Con tan poco. La taza de té preparada con su mínima liturgia, un perfume viejo. Sí, casi nada...
Una noche, una de aquellas noches que alegran la vida, en que el corazón olvida sus dudas y sus querellas, en que lucen las estrellas cual lámparas de una altar, en que convidando a orar la luna, como hostia santa, lentamente se levanta sobre las olas del mar.
Infancia, qué bien no hablar, dejarla en su esquina borrosa, en su rayuela, qué bien no traicionar. Recinto, las sandías de oreja a oreja, la siesta, caracol caracol saca los cuernos al sol.
Era el sufrimiento gozoso, como la picazón bien rascada, sangra pero te gusta a la vez.
Te crías en la estructura cristiana, reducida no más que a un cascarón de tortuga donde te vas estirando y ubicando hasta llenarlo. Pero si sos un conejo y no una tortuga, es evidente que estarás incómodo. Las tortugas, como el gran Dios Pan, ha muerto, y la sociedad es una ciega nodriza que insiste en meter conejos en el corsé de las tortugas.
Siempre es como si las palabras y su tiempo estuvieran desajustadas, como si lo que debiera decirte ya no fuese oportuno, o no lo será un día en que vos o yo faltaremos, y nada podrá ser dicho.
Pero no te rindas a la bondad. Mira, tener lástima cuando no se ha hecho mal, esa flojera horrible como condenarse, sabesperder el derecho de elegir cada mañana tu traje y tu silbido y tu libro para leer, no nunca eso. Los ojos están adelante de la cara, mi querida, y no es culpa tuya si soy un poco tu sombra, tu eco, si el barco no puede andar sin hender.
Julio Cortázar, "El Exámen"
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