Camina donde la tierra respira, entre pétalos dorados que se abren al sol.
Su cabello, un río de noche, fluye suavemente con el canto del prado.
Cada flor se inclina para saludarla, como evocando una antigua promesa.
El viento trae susurros de ancestros, entretejidos con la fragancia de la tierra viva.
No está perdida; se la encuentra en cada hoja, en el silencio sagrado, entre el canto de los pájaros y el latido del corazón.
La tierra no la tiene cautiva, la reconoce como pariente: hija de raíces y ríos, espíritu que florece con lo salvaje.
Serin Alar
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