Yo que soy el que ahora está cantando
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.
Jorge Luis Borges (1899-1986) El otro, el mismo: Los enigmas
Habitando la paradoja: análisis del poema “Los Enigmas” de Jorge Luis Borges
Por Felipe Espinoza V.
felipe.pablo@gmail.com
felipe.pablo@gmail.com
"Borges es tan eterno como llegue a ser la humanidad"
Roberto Alifano.
Roberto Alifano.
Escribir sobre Borges es siempre un desafío. Esto, principalmente por dos razones: la primera, y tal vez sea la más relevante, por la infinita riqueza e inmensidad que rodea la obra de un escritor como éste, tanto por las diversidad de temáticas que aborda como por la profundidad y poética que es capaz de lograr en cada una de ellas, como pocos lo han logrado; se añade a esto la prolífica literatura que existe respecto del escritor argentino, dando la impresión de que, sobre Borges, ya todo estuviera escrito. Motivado por la inagotable fuente de reflexión metafísica y goce estético que constituyen los textos borgeanos, es que surge el presente escrito sobre uno de sus poemas, a mi juicio, más notables: “Los Enigmas”, del libro “El otro, el mismo” (1964). En este texto, Borges abordará el tema de la fugacidad de la existencia, y principalmente, el de la muerte, con una intensidad, perplejidad y lucidez como pocas veces se ha leído en su obra, desnudando su estupor ante lo paradójico que resulta toda pretensión humana de eternidad y permanencia.
El poema, con la inconfundible forma del soneto (14 versos endecasílabos), llama de inmediato la atención por su título: ¿qué enigmas, qué misterios serán abordados por Borges en el estrecho espacio de un soneto? Da la impresión que el autor peca de ingenuidad y pretensión, al querer establecer cuáles son “los” enigmas que rondan al ser humano, desde que éste existe y toma conciencia de sí. Si asumimos, y mientras más conocemos e investigamos se nos hace aún más patente tal hecho, que la vida humana y lo que rodea a ésta es misterio y que lo cognoscible en relación a esto es casi apenas una aproximación, la intención borgeana de establecer cuáles son estos misterios raya en lo risible. Sin embargo, luego de la lectura comprobamos hacia dónde Borges realmente apunta: es cierto que los misterios del hombre y del mundo son infinitos, tal vez demasiados para siquiera pensar en ellos; pero, éstos se reducen fundamentalmente a 2: la muerte, tema central del soneto y que lo pone en marcha, y el del temporalidad y fugacidad de todo lo existente, el cual se desarrolla para expresar los paradójicos anhelos de eternidad que atraviesan a gran parte de la poética del autor.
El primer verso parte con dos “certezas”: el yo que escribe estos versos, y que de alguna manera constata su existencia al plasmarse en letras, pero a la vez lo irrenunciable del hecho de que mañana ya no será el que es hoy. Nótese que Borges primero menciona al misterioso, reconociendo su perplejidad ante la situación de hoy ser y después no serlo, para después afirmar el hecho ineludible de la muerte y de convertirse en polvo. Una de las pocas certidumbres que tenemos los hombres es que hoy somos y que después no seremos nunca más, dando paso luego al misterio, al enigma de la muerte. En seguida, el autor comienza a revelar sus convicciones personales, si es que pueden llamarse así a éstas en un terreno donde lo que menos prima es la convicción respecto de algo. Pese a esto, Borges dice que habitará un orbe, círculo sin principio ni fin, donde la paradoja de la fugacidad temporal estaría resuelta, anulándose pasado, presente y futuro. Se nos presenta así una suerte de “nirvana” personal, el cual no deja de ser menos paradójico al pensarse desde la temporalidad humana: precisamente porque no vivimos en tal estado, sino en su contrario, es que podemos remotamente concebirlo con la limitación de nuestras propias categorías de pensamiento. Con esto el poeta coquetea con la paradoja y, prefigurando lo que viene, comienza a habitar en ella.
A continuación, el hablante explica de dónde le surge esta idea: la mística, asumiendo la creencia a partir de ella y sus postulados generales. Será desde este terreno, el del “impulso del hombre hacia un contacto inmediato con Dios por medio de una experiencia personal terrena, y todo lo que implica ello”(1), y el de la fe más descarnada y solitaria, desde donde Borges realizará un juicio personal demoledor respecto de sí mismo, y que termina convirtiéndose en uno de los enigmas del poema: él no se considera digno de recibir ni las gracias del Cielo, ni las penurias y castigos del Infierno, lo cual lo ubica en una posición indefinida, “límbica”, incitando a preguntar al lector ¿cuál será entonces tu destino, post mortem, Borges? El propio poema se convierte en un desarrollo de este misterio, no presentando más solución que su esbozo y planteamiento. A renglón seguido, y como queriendo atemperar la sentencia previa, el sujeto reconoce que finalmente nada puede conocerse a cabalidad, pues nada es susceptible de fijarse con total certeza: nuestra historia cambia como las formas de Proteo. La cita al dios griego marino tampoco resulta gratuita, puesto que si su principal característica era cambiar de forma a voluntad, además de conocer el tiempo en su totalidad, detrás de esta mención pudiera esconderse otro anhelo personal: el querer ser como Proteo, para entender la gran paradoja de la existencia terrena y humana. Nótese que algunos señalan a esta deidad como el primer dios, la sustancia primordial universal(2), lo que remite a la idea de asomarse al concepto de totalidad, tratado por el mismo Borges en cuentos como “El Aleph” o “La biblioteca de Babel”.
Llega el momento en que las interrogantes se explicitan, todas conducentes al único y tal vez más radical de los misterios: el morir humano. Y esto se hace tomando la forma de figuras arquetípicas como las del errante laberinto o la blancura ciega de resplandor de su propio destino, el cual lejos de arrojar claridad y determinación, está marcado por el vagabundeo laberíntico y una claridad que no es tal, puesto que su propia luz la ciega. La aventura del vivir como la denomina Borges, remitiendo al tópico del peregrinaje humano sobre la Tierra, finalmente tiene un regalo que hacernos y que, paradójicamente, consiste en acabar con ella misma. Ahí quizás se explicite el mayor enigma y que lleva al desconcierto más total: la propia vida será la encargada de, ella misma, cerrar su efímero acontecer. Y ante tal hecho, al hombre no le queda más que aceptar y presenciar su desenlace inevitable. Es notable, además, que en el preciso momento en que el tema mortuorio adquiere mayor dramatismo e intensidad existencial, Borges elija el adjetivo de curiosa, en vez ominosa o dramática, para referirse a la muerte. A pesar de la profunda conmoción que causa en el autor el hecho indesmentible de dejar de existir, finalmente la experiencia no deja de ser peculiar y llamar la atención, como el resto de particularidades de la vida. Lo paradójico del caso es que justamente este hecho “curioso” es el que acabará con todos los demás: la curiosidad que acabará con todas las curiosidades no pierde, entonces, su especial carácter.
Los últimos dos versos no dejan de ser destacables, dándole al poema un cierre memorable: en ellos, el intertexto a la experiencia socrática de beber la cicuta para acabar con la propia existencia es evidente. Pero lo que se bebe de manera voluntaria no es el brebaje letal, sino un cristalino Olvido, propio de la experiencia mortuoria. Esto puede leerse como el hecho de que, a pesar de la memoria, finalmente lo que sigue a toda muerte es el olvido inevitable, escrito con mayúscula y cada vez más claro, hasta volverse cristalino con el paso del tiempo. Nótese que el poeta quiere que así sea, lo que es coherente con la ausencia de deseos de gloria que antes él mismo manifestaba. Luego de esto, Borges expresa su última convicción, tal vez la más conmovedora y que es finalmente el móvil hacia donde apunta la totalidad poética: el ansia de la eternidad, el ser para siempre y, a la vez, no haber sido nunca ser humano. En un diálogo entre el autor y Osvaldo Ferrari, precisamente sobre el tema de Sócrates, Borges señala: A Platón le gustaba pensar: “Bueno, aquí está Sócrates, que sigue pensando, sigue pensando más allá de la cicuta, más allá de la muerte corporal”(3). De algún modo, el autor comparte la creencia platónica de un pensamiento más allá de la finitud vital, haciéndola suya en este poema y ocultando hasta el final el ansia de perdurar por siempre en una forma de existencia quizás no humana, o al menos despojada de sus limitaciones.
Radical y estremecedor poema el de Borges, el cual luego de su lectura nos devuelve a su título: el hecho indesmentible de que algún día moriremos y el ansia humana por perdurar y tratar de alcanzar de uno u otro modo la permanencia más allá de la muerte, son finalmente enigmas, misterios, paradojas…tal como escribir buenos sonetos y llamarse Borges.
Referencias
Felipe Espinoza V - www.letras.s5.com/jlb080707.htm
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